ANNELIESE
Domingo, 25 de septiembre
El 25 de septiembre de 1916 murió Cassiopé Watters. Ella juró vengarse y renacer dentro de 100 años. Hoy se cumplía ese lapso.
Anneliese, por más que intentaba ocultar lo que ocurría no podía. Sentía su corazón dividido en dos por una razón que aún desconocía.
Se sentía agradecida con Matthieu, por todo lo que hizo por ella, por estar ahí cuando lo necesitaba, pero Everett. Él era la incógnita de la ecuación.
Si bien no sentía nada especial por él, no podía negar que en efecto, sentía una atracción que no sabía especificar.
Al despertar se encontró con el espejo de plata, el mismo que utilizó la noche anterior. Mirar su reflejo, hermoso e irreal le ayudaba a olvidar un poco lo que su vida había hecho de ella un infierno.
Cada que abría los ojos, veía un nuevo amanecer, pero la debilidad en su cuerpo iba in crescendo, mas prefería no hacer mención de ello. Ya suficiente tensión existía en esa casa como para añadir un nuevo problema.
Everett intentó todo el día anterior quedarse a solas con ella, pero, para su buena suerte, Matthieu llegaba para rescatarla.
Pensó incluso que Matt la vigilaba, lo cual sería un poco escabroso si ella no tuviera el problema con Olga Lavelle, a quien ahora conocía con el nombre de Solange Harker.
Tras escuchar la fantástica historia que Kirill contó, llegó a la conclusión que todas aquellas historias fantásticas que se encontraban en los libros eran, hasta cierto punto reales… o por lo menos existió un Jonathan Harker que tuvo una hermana llamada Solange que resultó ser una bruja.
Anneliese se pasaba el cepillo por el cabello, atandolo en una coleta alta. Se puso crema en los labios y se miró nuevamente en el espejo de mano.
El reflejo era hermoso, nada comparado a la realidad que veía en la cámara del teléfono o incluso en otro espejo.
Llamaron a la puerta. Ella sonrió. Dio un último vistazo al espejo y lo dejó boca abajo sobre la mesa de noche.
Ese regalo de Matthieu lo agradecía. Él mismo fue quien lo tomó el viernes cuando fue atacada por Olga. Le gustaba mucho no porque le mostrara un anhelo, sino por la persona que se lo dio.
Tomó su teléfono y abrió la puerta, encontrándose con Matthieu. Ella le dio un abrazo y un beso en la mejilla y ambos salieron hacia la sala de espectáculos en la rue de Mogador, donde se llevaba a cabo un ensayo del musical Le Fantôme de l’opéra.
Eran las diez de la mañana cuando partieron de la casa con dirección al Théâtre Mogador. Durante el trayecto, ambos pasaron a una cafetería a desayunar.
Matthieu le mostró los pases. Ella saltó de felicidad y apresuró a comerse su macaron.
Tomó a Matt de la mano y lo llevó a rastras hasta la rue de Mogador. Admiraron la fachada, diseñada por Bertie Crewe e inspirada por el London Palladium; la arquitectura inglesa estaba presente en los arcos de las ventanas, las columnas y los balcones.
El recinto fue fundado en 1913 y se conservaba en perfecto estado. El teatro de music hall había sido desde 1920, testigo de hermosos y renombrados ballets, operetas y ahora, sería el lugar en donde el famoso fantasma haría historia, siendo representado por primera vez en París.
El guardia les impidió el paso, debido a que era un ensayo privado. Matthieu habló con el explicándole el asunto de los pases, mostrándoselos para que los revisara. Una vez dentro, el joven Dubois le explicó que era un poco difícil el acceso si no se tenían contactos.
—¿Entonces cómo los conseguiste? —preguntó la chica sorprendida.
—Te lo dije, tengo contactos —sonrió.
La chica frunció el ceño y lo golpeó suavemente en el hombro. El chico fingió dolor y tras su acto ganador al mejor Drama Queen, se dirigieron a la platea, en donde tenían asientos reservados solo para ellos dos.
—¿No vas a decirme cómo conseguiste el pase? —Volvió a preguntar Anneliese.
Matthieu negó.
—¡Eres malo!
—Si lo fuera no te hubiera traído.
—Ajá, como…
La chica dejó de contemplar el interior del teatro para detenerse y llevarse las manos al pecho. Un dolor se hizo presente en su caja toráxica y luego tragó saliva, el hacer eso le dolió hasta el alma.
El aliento le faltaba y de pronto le comenzó a doler la cabeza.
Estuvo a punto de caer, de no ser porque Matthieu la sostuvo a tiempo.
Tenía la vista borrosa y sentía que todo le daba vueltas. Sus piernas le fallaron y cayó de rodillas, siendo sostenida por el chico quien, preocupado, le llamaba por su nombre.
Respiró hondo, hizo lo que el doctor Jacques Guillaume le recomendó acerca de los ejercicios de respiración y tras quince minutos, logró estabilizarse.
Soltó un suspiro y se levantó como si nada.
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Editado: 03.08.2022