Doppelgänger

Capítulo 38

ANNELIESE

 

Anneliese agradeció a la persona que le quitó de encima a la vampiresa.

Ella no podía ver bien debido al humo, pero no fue indiferente ante la tontería que Matthieu hizo.

Él debía irse, dejarla a su suerte, pero no lo hizo. La ignoró y se quedó ahí a cumplir una promesa que hasta hace poco creía vacía.

El tobillo le dolía, pero tenía que ser valiente y aguantarse el dolor con tal de salvar la vida de Matthieu.

Ella no podía amarlo, pero tampoco le era indiferente.

Él jamás la abandonó y ella le correspondería, aunque fuera en su actuar.

Llegó hasta donde él agonizaba.

Lo vio sonreír; aquella sonrisa era sincera, llena de bondad, hermosa. Sintió su corazón estrujarse y volvió a llorar, esta vez no por el humo. La culpa la carcomía. Hasta llegó a creer que esa sonrisa era una despedida.

Revisó su cuello, sangraba demasiado y él palidecía demasiado pronto. Perdió el color de sus mejillas y el brillo de sus ojos.

No estaba consciente de la gravedad del daño que provocaba una mordida de vampiro, pero sí sabía que podía convertirse en uno y la idea no le gustaba.

Matthieu era demasiado bondadoso como para renacer siendo un monstruo como Olga o Solange… o como sea que se llame esa mujer.

—¡Vamos Matty, tienes que ayudarme! —Le dijo al oído.

Con dificultad logró levantarlo. Ella cayó por el peso.

Se sintió una completa estúpida por no ver por dónde iba. Si tan solo hubiera sido más cuidadosa ahora no tendría que ser una carga. Su tobillo inútil solo la dejaba en ridículo.

Ella no era una heroína. No pudo hacer nada para salvar a su madre y ahora se sentía incapaz de ayudar a Matthieu.

Su madre, recordarla le devolvió las fuerzas, ella estaría orgullosa solo si salvaba la vida de Matt. Y su padre, sea lo que sea que le haya pasado, lo mantenía en su corazón. Gustave siempre la apoyó, sino hubiera sido por Olga, él jamás la hubiera abandonado como lo hizo.

Cerró los ojos y los recuerdos de un peculiar cuento de hadas llegaron a su mente.

Dos hermanos, una bruja, un horno, una salida.

Gretel era la inocencia, Hansel la fuerza. Juntos pudieron escapar de las garras de la bruja, Hansel destruyó a la bruja y Gretel siguió al cisne que los guio hasta la salida del bosque.

Anneliese abrió los ojos, se los frotó y entonces se repitió a si misma el cuento. Ella ya no quería ser débil, ella siempre amó ese cuento y ahora se daba cuenta que su vida bien podría estar reflejada en él.

La bruja era Olga, nunca se equivocó. Sus padres no la abandonaron, Olga los alejó con tal de destruirla. La comida no era deliciosa como en el cuento, la malvada bruja intentaba hacerle daño y lo consiguió: envenenando no la comida, sino su mente. Hansel y Gretel… ella era ambos, podía ser ambos si se lo proponía.

Matthieu la necesitaba, no lo dejaría morir. Esta vez no perdería a nadie más, no en manos de Olga Lavelle. Ya no.

Por encima de ella y reflejadas en la pared vio las sombras de Everett y Kirill peleando con el monstruo.

Ella sonrió al saber por fin que sus sospechas eran ciertas.

Cuando Kirill llegó a salvarla, no pasó mucho tiempo para que el mago también hiciera acto de presencia. Ella pensaba que Everett era un cobarde, pero cuando el cazador lo llamó por su nombre, todo cobró sentido.

Se sintió feliz de ser rescatada por el mago por tercera vez, pero también culpable por preferirlo antes que a Matthieu.

Y no, no era amor, era esa estúpida atracción a la que no lograba ponerle nombre. No era ningún asunto romántico, de eso estaba segura y sabía, de antemano, que él sentía lo mismo.

Más bien, podría describirlo como si estuvieran atados por una misma cuerda elástica que, aunque la estiraran siempre volvería a su sitio. Eran como la Luna y la Tierra, atraídas una de la otra, pero manteniendo una distancia prudente.

Agarró a Matthieu y volvió a ponerse de pie, pero cayó una vez más al sentirse mareada. Tosió hasta escupir sangre.

Eso la preocupó un poco, pero no demasiado como para pensar en ella y no en el chico que lentamente perdía la vida a su lado.

Se limpió la boca. Tomó la chaqueta de Matthieu y se la puso en la cabeza. Ella era lo de menos, Matthieu era el importante ahora.

«La vida es hermosa…», fueron sus palabras.

Entonces él amaba la vida, perderla de esa manera sería una falta de respeto.

Sus pulmones ya no aguantaban más el humo, no quería imaginarse lo que el cuerpo de Matthieu sufría. Él estaba herido, había estado expuesto más tiempo al humo y llevaba rato desangrándose.

Su mente no maquinaba ningún plan. ¿Qué iba a hacer?

—¿Anneliese?

La chica miró al joven que pronunció su nombre con dificultad. Se limpió las lágrimas y lo abrazó. Él emitió un gemido de dolor y ella se alejó disculpándose.




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