Dormido en el alma

CAPÍTULO III

Capítulo III

 

  Ricardo era el mayor de cinco hermanos y el único varón. Su padre capitán de la guardia civil y él ingresaría en el cuerpo cuando se licenciara; se lo había inculcado desde niño y él lo tenía asumido con orgullo.

  Desde niño deslumbraba a todo aquel que le veía por unos ojos verdes que no le cabían en la cara y que cuando se juntaban con su sonrisa hacían derretir la nieve. Según fue creciendo, su belleza y simpatía crecían también. Todas las mozas de su pueblo estaban enamoradas de él, por lo guapo y buen mozo, pero también porque era un buen partido, hijo y futuro guardia civil. Todas las madres querían casar a sus hijas con Ricardo.

  Se había criado con cuatro hermanas; conocía muy bien a las mujeres; eso le llevó a crearse fama de mujeriego. Él era para las mujeres como la miel para las moscas, pero la noche que vio a Lela en la verbena, su fachada de hombre duro se derrumbó. En el momento que se cruzaron sus miradas, sintió como si un rayo le hubiera atravesado las entrañas.

  Siempre habían sido las mujeres las que le habían buscado a él. No sabía cómo actuar con ella. Pensó que lo mejor sería invitarla a bailar, así que se acercó a ella, poco a poco, intentando calmar su desbocado corazón. Le separaban apenas dos metros de su espalda, cuando de repente, ella se giró y sus miradas volvieron a encontrarse. Sintió de nuevo la descarga eléctrica recorrer todo su cuerpo, que lo dejó clavado en el suelo como una estatua griega.

  En ese momento estaba sonando un  pasodoble, sin pensarlo dos veces, le cogió de la mano, la agarró por la cintura y la llevó hasta donde estaban las demás parejas bailando. Comenzaron a moverse al compás  de la música. Era incapaz de dejar de mirarla. Esos ojos negros, como dos carbones, le habían embrujado. Estuvieron así, mirándose y bailando, sin decir ni una palabra, hasta que cesó el pasodoble. En ese momento una mano le agarró por la nuca:

  -“Ricardo, macho ¿dónde te metes? Vamos, nos está esperando el primo de Juan para llevarnos a la estación”-

  El hechizo se había roto. Mientras su amigo Luis tiraba de su chaqueta para que se moviera, acertó a preguntarle su nombre. “Gabriela, se llama Gabriela”, iba repitiendo mentalmente mientras caminaba hacia atrás, para poder seguir mirándola mientras se alejaba.

 



#49544 en Novela romántica

En el texto hay: amor, desamor

Editado: 15.10.2018

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