Dormido en el alma

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIII

  Ricardo empezaba a estar nervioso. Habían pasado varias semanas desde el último día que Lela estuvo con él en la cueva, y no había vuelto a saber nada de ella desde entonces. Sabía que ella tomaba muchas precauciones cuando subía y si no estaba segura, no arriesgaba. A pesar del riesgo de una buena bronca por parte de Lela, la inquietud y la preocupación le hicieron sopesar todos los contras y decidió pasar cerca de la casa de su amada para ver si la veía por la huerta o por los alrededores, pero en pleno día las ventanas y las contraventanas estaban cerradas. Tuvo un mal presentimiento.

  Siguió subiendo a la cueva durante dos semanas más y su desesperación crecía cada día que no tenía noticias suyas. Si habitualmente, apenas se relacionaba y hablaba con la gente, esos días estaba más taciturno y hermético, incluso con su padre, al que apenas le dirigía la palabra, cuando coincidían a la hora de cenar.

  Por su parte, el viejo, conocedor de lo que atormentaba a su hijo, procuraba no forzar la conversación cuando coincidían, que era habitualmente, en la hora de la cena. Sabía sobradamente como se sentía su  hijo, él se había sentido así, años atrás, cuando el amor de su vida, la marquesa, aunque para él siempre sería su Lucrecia, se casó con el marqués y no volvió a verla hasta muchos años después.

  Ricardo ya no podía más, estaba como una fiera enjaulada. Seguía sin saber nada de su amor y no podía hacer nada, sin levantar sospechas. Habían pasado ya casi dos meses.

  Dentro de su desesperación, no sabía quien le podría dar información sobre Lela, parecía que se la hubiera tragado la tierra. Se acordó de la persona que siempre le había apoyado y ayudado en todo, desde que se conocieron, Juan. Desde que se había casado con Rosita, la relación no había sido como la de antes, no se había roto, pero apenas se veían. Juan seguía de relaciones con Sofía y como ésta vivía ahora en la capital, Juan apenas aparecía por la taberna del pueblo, que era el lugar de encuentro y de charlas. Decidió ir a buscarlo al trabajo, Juan era interventor y trabajaba en la línea férrea que iba desde Ontaneda a Santander. Ricardo estaba sentado en el banco del apeadero cuando Juan se apeó del tren. Se había sentado a esperarlo, con los antebrazos apoyados en las piernas, cabizbajo, mirando fijamente al suelo. Juan lo vio nada más abrirse las puertas del tren, pero esperó que la gente que se había apeado con él del tren se dispersara, para acercarse y sentarse en el mismo banco de piedra en el que estaba Ricardo.

  -“¿Qué pasa Ricardo? ¿Estás así por Lela, verdad?”- Le preguntó Juan, mientras se sentaba a su lado y le ponía la mano sobre el hombro, ejerciendo una pequeña presión para transmitirle todo su apoyo y comprensión.

  -“Sabía que tarde o temprano te pondrías en contacto conmigo, pero también sabía que antes deberías hacerte a la idea de que Lela ya no va a volver. Tu padre no se lo permitirá, mientras viva.”-

  Ricardo, que hasta ese momento había estado inmóvil, en la misma postura en la que le encontró Juan, levantó la vista y girándose hacia Juan, con cara de extrañeza, le preguntó:

  -“¿Qué tiene que ver mi padre con la desaparición de Lela? Yo venía a preguntarte si sabes algo de ella, si Sofía te había comentado algo. Hace meses que no sé nada de ella. Se ha esfumado, su casa está cerrada, como estuviera deshabitada y no sabía a quien preguntar sin levantar sospechas.

  -“No sabes nada, entonces. Joder, cagüen to. Tengo que ser yo quien te lo cuente.”- Dijo Juan, mientras notaba como se le aceleraba el pulso. No quería ser él quien le contara que Lela había sido obligada a subir a un transatlántico para irse al otro lado del mundo.

  Él se había enterado por casualidad, un día que se encontró al cabo Gervasio en la capital. Se le encontró caminando por la alameda de Oviedo como sonámbulo, casi tropieza y se cae, él le ayudó a mantener el equilibrio y fue entonces cuando se reconocieron.

  -“Gervasio, ¡qué sorpresa! ¿Cómo tú por la capital. Te han dado libre en el cuartel?”-

  Gervasio, al oír su nombre con esa familiaridad, levantó la vista y la cara que vio le resultaba conocida, pero los efectos del alcohol que había ingerido, no le dejaban pensar con racionalidad y no podía dilucidar quién era esa persona tan amable, que parecía que le conocía.



#49543 en Novela romántica

En el texto hay: amor, desamor

Editado: 15.10.2018

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