Rodrigo miró su maleta con resignación. No podía creer que estaba a punto de subirse a una avioneta, todo por culpa de Agustín.
Raquel lo observaba con los brazos cruzados y una ceja levantada.
—Así que… te vas con Agustín a una isla secreta en un avión que probablemente fue construido antes de la Segunda Guerra Mundial.
—No suena tan mal cuando lo dices así…
—Rodrigo.
Él suspiró.
—Lo sé, lo sé. Pero es mi mejor amigo, y no puedo negarle esto. Además, solo serán un par de días.
Raquel se acercó y le sujetó la cara con ambas manos.
—Escúchame bien, amorcito. No hagas locuras, no te metas en problemas y, por favor, regresa entero. Porque si llego a saber que hiciste algo estúpido, te buscaré hasta en el infierno para matarte yo misma.
Rodrigo tragó saliva.
—Eres puro amor.
—Y tú puro peligro.
Después de un beso de despedida (y otra advertencia más de Raquel), Rodrigo tomó su maleta y se dirigió al aeropuerto, con la sensación de que algo estaba a punto de salir muy, pero muy mal.