Rodrigo intentó relajarse mientras la avioneta despegaba, pero desde el primer segundo sintió que su estómago no estaba de acuerdo con la idea.
—Creo que algo no me cayó bien… —murmuró, sujetándose el abdomen.
Agustín lo miró con burla.
—No me digas que tienes miedo.
—No es miedo… —Rodrigo tragó saliva mientras la avioneta daba un pequeño salto en el aire—. Es… un mal presentimiento… y ganas de vomitar.
El piloto, que parecía no haber dormido en días, giró levemente la cabeza.
—Si va a vomitar, hágalo por la ventana.
—¿Qué clase de aerolínea es esta?
—La que no cobra por el equipaje extra.
Rodrigo respiró profundo, intentando no perder el control. La avioneta temblaba con cada ráfaga de viento, y el motor hacía un ruido que definitivamente no era normal.
Agustín, en cambio, estaba encantado con la vista.
—¡Mira esto, Rodri! ¡Es impresionante!
Rodrigo abrió un ojo y vio el océano extendiéndose hasta el horizonte. Por un momento, casi se sintió tranquilo.
Luego, el motor hizo un sonido que definitivamente no debía hacer.
Un sonido metálico.
Un sonido de "esto va a salir mal".
El piloto empezó a apretar botones con un poco más de urgencia.
—¿Eso fue normal? —preguntó Rodrigo, con un hilo de voz.
—Depende de lo que entienda por "normal".
—"Normal" como "no vamos a morir en los próximos minutos".
El piloto maldijo en un idioma que Rodrigo no entendió y giró bruscamente el volante.
—¡Tenemos un problema!
—¡No me digas! —gritó Rodrigo.
La avioneta empezó a descender en picada.
—¡AGUSTÍN, TE VOY A MATAR! —fue lo último que Rodrigo alcanzó a gritar antes de que todo se volviera negro.