Rodrigo despertó con la cara pegada a algo húmedo y pegajoso. Su cerebro tardó unos segundos en procesar que no estaba muerto.
O al menos, esperaba no estarlo.
—¿Estoy en el cielo? —murmuró con voz pastosa.
—Si el cielo huele a lodo y humedad, entonces sí —respondió Agustín, a su lado.
Rodrigo abrió los ojos y lo primero que vio fue un montón de hojas verdes cubriendo su rostro. Se incorporó lentamente, sintiendo dolor en lugares de su cuerpo que ni siquiera sabía que existían.
La avioneta no estaba por ningún lado.
—¿Dónde estamos? —preguntó, mirando a su alrededor.
La selva se extendía en todas direcciones, densa y llena de sonidos inquietantes. Insectos, pájaros, y algo que claramente era un animal grande… demasiado grande.
—Tengo dos teorías —dijo Agustín, sacudiéndose las hojas del pelo—. Uno: caímos en una isla secreta donde hacen experimentos con dinosaurios.
Rodrigo lo miró fijamente.
—¿Y la dos?
—Estamos jodidos.
Rodrigo suspiró y se llevó las manos a la cara.
—¿Y el piloto?
Un quejido proveniente de unos arbustos cercanos respondió por sí solo.
Los dos se arrastraron hasta ahí y encontraron al piloto, medio atascado en una rama, con su chaqueta hecha jirones.
—¿Saben qué es lo peor de todo? —dijo con voz ronca.
—¿Que estamos perdidos en la selva sin comida, sin agua y sin señal de teléfono? —aventuró Rodrigo.
El piloto negó con la cabeza.
—Que mi chicle se quedó en la avioneta.
Rodrigo lo miró sin palabras. Agustín simplemente asintió.
—Lo siento, viejo. Nadie debería pasar por eso.
Un gruñido en la maleza hizo que los tres se giraran al mismo tiempo.
—Bueno, la buena noticia es que seguimos vivos —dijo Rodrigo, tratando de mantenerse optimista.
—¿Y la mala? —preguntó Agustín.
—Que tal vez no por mucho tiempo.
Los arbustos se movieron otra vez. Algo (o alguien) los estaba observando.
Rodrigo tragó saliva.
—Agustín…
—¿Sí?
—Si es un dinosaurio, te mato antes de que nos coma.
—¡Eh, que fue tu idea subirte a esa avioneta!
—¡FUE TU IDEA LLEVARME!
El piloto suspiró y sacó un machete de su cinturón.
—Muchachos, menos gritos y más correr.
Porque lo que fuera que estaba en la selva, ya los había encontrado.