Los cazadores los rodeaban con sonrisas confiadas. Rodrigo, Agustín, el chimpancé y el piloto estaban atrapados, con la selva cerrándoles el paso por todos lados.
Rodrigo suspiró.
—Bueno, fue un placer conocerlos.
Agustín lo miró con fastidio.
—Deja el drama, todavía no estamos muertos.
El líder de los cazadores, un hombre con cicatrices y una chaqueta de cuero, dio un paso adelante.
—Hicieron que corriéramos más de lo necesario. Me fastidian los clientes que me hacen trabajar demasiado.
Rodrigo parpadeó.
—¿Clientes?
El líder sonrió.
—El chimpancé vale mucho dinero. Hay un laboratorio que pagará una fortuna por él.
El chimpancé apretó los puños.
—No pienso volver ahí.
El líder sacó un cuchillo y lo hizo girar entre sus dedos.
—No tienes opción, amigo peludo.
Rodrigo miró al chimpancé.
—¿Amigo peludo? ¡Eso es ofensivo!
El chimpancé ignoró el comentario.
El piloto se inclinó hacia Rodrigo y Agustín.
—Chicos, tranquilos. Tengo un plan.
Rodrigo cerró los ojos con desesperación.
—No, por favor…
El piloto sacó otra piña.
Rodrigo se agarró la cabeza.
—¡¿EN SERIO OTRA VEZ CON ESO?!
El piloto la levantó con orgullo.
—Esta sí es la buena.
Los cazadores fruncieron el ceño.
—¿Qué demonios hace ese tipo con una piña?
Rodrigo miró a Agustín.
—Hermano, si morimos hoy, quiero que sepas que fue culpa de este idiota.
Agustín asintió.
—Lo sé.
El piloto encendió la piña y la lanzó con fuerza.
Todos contuvieron el aliento.
La piña voló en el aire…
Rebotó en una roca…
Cayó a los pies del líder cazador…
Silencio absoluto.
—…No explota, ¿verdad? —preguntó Agustín.
—No lo sé, ya no confío en nada —susurró Rodrigo.
El líder cazador la recogió con una ceja levantada.
—¿En serio? ¿Otra piña?
El piloto se encogió de hombros.
—Bueno, la jungla me da lo que puede.
El líder suspiró.
—Mátenlos.
Los cazadores levantaron sus armas.
Rodrigo cerró los ojos.
—Ahí vamos…
Pero antes de que pudieran disparar, el chimpancé silbó fuerte.
De repente, algo se movió entre los árboles.
Los cazadores se giraron, tensos.
—¿Qué demonios fue eso?
Rodrigo abrió los ojos.
—¿Qué hiciste?
El chimpancé sonrió.
—Llamé a mis amigos.
—¿Tienes amigos? —preguntó Agustín, sorprendido.
De entre la vegetación, una bandada de monos, lémures y otros animales de la selva apareció en estampida.
Los cazadores se quedaron atónitos.
El líder murmuró:
—No puede ser…
Rodrigo sonrió.
—¡JA! ¡A ver cómo lidian con eso, idiotas!
Los animales se lanzaron al ataque.
Un lémur se aferró a la cara de un cazador.
Un tucán picoteó la cabeza del líder.
Un grupo de monos robó las mochilas y armas.
Era un caos total.
Rodrigo, Agustín y el piloto aprovecharon la confusión para correr.
El chimpancé se trepó a un árbol y gritó:
—¡Síganme!
Rodrigo jadeó mientras esquivaba un cazador que intentaba quitárselo de encima.
—¡ESTO ES UNA LOCURA!
Agustín rió.
—¡Me encanta esta jungla!
El piloto, mientras corría, sacó otra piña.
—Por si acaso…
Rodrigo se la quitó y la lanzó lejos.
—¡BASTA DE PIÑAS!
Los protagonistas lograron escapar entre los árboles mientras los cazadores eran arrastrados por la estampida de animales.
Rodrigo jadeó y se apoyó contra un árbol.
—Creo que… sobrevivimos…
El chimpancé sonrió.
—Por ahora.
Agustín rió.
—¡Eso fue increíble!
Rodrigo lo miró, aún temblando.
—Apenas y seguimos vivos.
El piloto se cruzó de brazos.
—Yo les dije que mi plan era bueno.
Rodrigo frunció el ceño.
—¿Cual plan?
El piloto sonrió.
—Bueno… en mi cabeza iba a explotar la piña y…
Rodrigo le tapó la boca.
—No quiero saberlo.
El chimpancé se puso serio.
—Los cazadores no se rendirán. Vendrán por mí otra vez.
Rodrigo suspiró.
—Genial. Y nosotros en medio del desastre.
Agustín sonrió.
—Bienvenidos a la selva.
Rodrigo lo fulminó con la mirada.
—Cállate.