El túnel era más oscuro de lo que Rodrigo había imaginado. La humedad era espesa, como si la jungla hubiera decidido mudarse al interior de la cueva solo para atormentar a todos. Cada paso resonaba como un mal presagio, y la atmósfera era lo suficientemente tensa como para cortar con un cuchillo.
Rodrigo avanzaba con cuidado, pisando con una mezcla de temor y esperanza. Se sentía como un explorador, pero sin la valentía necesaria.
—¿Sabes qué, Vanina? —dijo, intentando mantener el ánimo. —Esto me recuerda a esos programas de televisión donde van a la jungla y todo sale bien, al menos hasta que un cocodrilo los devora.
Vanina lo miró de reojo, con los ojos entrecerrados.
—Claro, pero esos programas terminan con un final feliz. El nuestro parece más bien una comedia de terror.
Raquel giró el rostro.
—Sí, algo así, pero sin la parte de la "comedia".
Toro, que había estado liderando el camino, dio un paso en falso y tropezó. La caída resonó en la cueva, y todos se detuvieron.
Rodrigo soltó una risa nerviosa.
—¿Por qué estoy tan tranquilo sabiendo que ese chimpancé tiene mejor equilibrio que yo?
Vanina lo miró, con cara de incredulidad.
—Rodri, en este momento, el equilibrio de un chimpancé es lo último que me importa. ¡Mira donde estamos!
De repente, Agustín empezó a reírse.
—¡Es un desastre total, amigos! Estamos en medio de la jungla, perdidos, sin señal, sin comida, con un chimpancé que probablemente esté dirigiendo la situación… y aún así, ¡aquí estamos! En serio, esto es una comedia que ni los guionistas podrían haber planeado.
Raquel miró a Agustín, haciéndole una mueca.
—¡Estás peor que Rodrigo con su actitud positiva!
Rodrigo le dedicó una sonrisa forzada.
—¡Oye, yo trato de ver lo mejor de las cosas!
Vanina se cruzó de brazos.
—¿Lo mejor? ¿LO MEJOR? La jungla está llena de seres extraños, incluyendo una tribu que ni siquiera sabemos si es amigable, y no tenemos más batería en nuestros teléfonos que el 1% de antes.
Rodrigo frunció el ceño.
—Te lo dije, ¡yo soy un optimista!
Toro hizo un gesto con la mano, interrumpiéndolos.
—¡Silencio! Estamos cerca de la tribu.
La cueva se estrechó aún más, y comenzaron a escuchar murmullos en la distancia. Al principio, parecía una ilusión, pero luego los sonidos se hicieron más cercanos. El grupo se miró, conteniendo la respiración.
Vanina respiró hondo.
—Espero que no sea un grupo de cazadores o algo peor...
Raquel suspiró.
—O peor aún... ¿imaginas que sean esos tipos que nos atacaron antes y ahora vengan con más amigos?
Rodrigo sonrió de manera completamente falsa.
—No, chicos, seguro que es una tribu pacífica. Yo estuve leyendo sobre esto, lo único que necesitamos es un poco de... bueno, algo para ofrecer, ¿verdad?
En ese momento, Toro dejó caer una piedra que golpeó el suelo y, como si hubiera provocado una señal, un grito salvaje retumbó en el túnel.
Vanina se quedó paralizada.
—¡Eso no suena nada pacífico!
Raquel dio un paso atrás.
—¡¿Y QUÉ HICISTE, TORO?! ¿¡Esa fue tu brillante idea!?
De repente, el túnel se iluminó con antorchas que se encendían a lo lejos, y una figura humana emergió desde la oscuridad, seguida por un par de figuras más.
Rodrigo no pudo evitar sonreír, a pesar del terror que sentía.
—Vaya, ahora sí tenemos un público. Bienvenidos, ¡somos turistas! Solo buscamos al piloto que está con ustedes, ¡es nuestro amigo!
Vanina lo miró furiosa.
—¡Rodri, no estás en un show de stand-up, ¡ya basta de bromas!
Raquel y Vanina se abrazaron, nerviosas. Las figuras se acercaban con cada paso, y los murmullos de la tribu crecían.
Toro se adelantó, gritando en un idioma extraño.
De inmediato, uno de los guerreros de la tribu dio un grito y se lanzó hacia Toro, empujándolo con una fuerza impresionante. El grupo quedó en silencio, observando lo que ocurría. Rodrigo se preparó para intervenir, pero Raquel lo detuvo.
—¡No hagas nada! ¡Déjalos resolverlo a su manera! No estamos aquí para crear más problemas.
Toro luchaba con el guerrero, mientras los demás miraban. De repente, el guerrero lo soltó y se giró hacia ellos con una sonrisa extraña.
—Bienvenidos. Ustedes son los amigos del piloto, ¿verdad?
Rodrigo respiró aliviado, sin entender muy bien lo que acababa de pasar.
—Sí… bueno, más o menos. Aunque sinceramente, no tenemos ni idea de qué está pasando.