Dos Amigos Y Un ChimpancÉ

UN TRATO INESPERADO

Cuando la tribu les ofreció un refugio en su choza y un festín improvisado, los dos amigos no podían creer la suerte que habían tenido. Mientras se sentaban alrededor de una fogata, con el chimpancé reposando tranquilamente a su lado, los hombres pensaban que, finalmente, las cosas parecían calmarse. Pero entonces, uno de los líderes tribales se acercó a Rodrigo con una sonrisa traviesa.
—Tú… —dijo señalando a Rodrigo—. El hombre de la ciudad. Tienes que bailar, sí, alrededor del fuego, para mostrar tu respeto. Es nuestra tradición.
Rodrigo abrió los ojos, un poco confundido. Miró a Agustín, quien se estaba ahogando de la risa, y luego al chimpancé, que parecía tener la misma expresión desconcertada que él.
—¿En serio? —preguntó Rodrigo, claramente incómodo. Pero los nativos no se inmutaron. Le hicieron un gesto con la mano y le empujaron hacia el centro de la fogata.
—¡Vamos, baile! —gritaron animados, todos rodeándolo mientras reían. La escena se convirtió rápidamente en una mezcla de risas, aplausos y sonidos salvajes de los tambores, mientras Rodrigo intentaba hacer algo remotamente parecido a un baile.
—Esto no tiene sentido… —murmuró Rodrigo, mientras movía los brazos de una manera completamente ridícula. Agustín no podía dejar de reír, y el chimpancé, aunque nunca había visto un "baile de ciudad", empezó a imitar algunos movimientos, lo que solo hizo que Rodrigo se sintiera más avergonzado.
Después de unos minutos (que le parecieron horas), el líder de la tribu levantó la mano, pidiendo silencio.
—Muy bien, ahora que hemos visto tu habilidad para… bailar —dijo entre risas—, hay algo más importante que necesitamos de ustedes.
Rodrigo respiró aliviado, esperando que finalmente terminara el espectáculo.
—¿Qué es? —preguntó.
El líder dejó de reír y su rostro se puso serio de inmediato.
—El laboratorio. Sabemos que el chimpancé vino de allí. Ese lugar nos ha estado persiguiendo por años, y ya no podemos vivir tranquilos en la jungla. Han causado muchos problemas en nuestra tierra, y los cazadores que ustedes han visto son solo el inicio. Necesitamos que destruyan el laboratorio para que podamos estar a salvo.
Rodrigo miró a Agustín, sin saber si se trataba de una broma más o de algo serio.
—¿El laboratorio? —dijo Agustín, con la ceja levantada—. ¡Eso no suena como un simple paseo!
—No lo es. —El líder asintió gravemente—. Necesitamos su ayuda, o de lo contrario, no podremos vivir en paz.
Rodrigo se enderezó, ya sin el peso del baile ridículo sobre sus hombros. Estaba claro que lo que venía ahora sería aún más peligroso que cualquier otra cosa que había enfrentado hasta ese momento.
—Está bien. Lo haremos —dijo con firmeza. No sabía cómo, pero sabía que no podían volver atrás.
Agustín, aunque aún con la risa nerviosa de la situación anterior, asintió.
—Sí, hagámoslo… Pero primero, ¿alguien puede decirme dónde están los baños aquí?
La tribu rompió en carcajadas, y mientras todos se preparaban para la peligrosa misión, Rodrigo no podía evitar preguntarse si alguna vez volverían a ver la civilización… o si acabarían con una "tradición" de baile alrededor del fuego para siempre.



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Editado: 05.03.2025

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