A medida que la noche avanzaba, la tribu comenzó a retirarse a sus chozas para descansar, y el fuego se fue apagando lentamente. La conversación entre los cuatro viajeros se fue tornando más seria a medida que discutían los detalles del plan. —Lo primero es que tenemos que encontrar la ubicación exacta del laboratorio —dijo Rodrigo, con voz baja pero decidida—. Si no sabemos dónde está, no podemos destruirlo. —Y cómo lo destruimos, ¿esa es la parte que te preocupa, no? —preguntó Agustín, mirando a su alrededor—. Aquí no tenemos muchas herramientas, pero si conseguimos algo del equipo de los cazadores, podríamos hacer algo. Vanina asintió, pensativa. —Podríamos ir por la noche, cuando los cazadores estén distraídos. Si conseguimos un mapa del laboratorio o algo que nos guíe, será más fácil. —Pero… ¿y el chimpancé? —preguntó Raquel, que había estado en silencio durante un rato—. Es parte de todo esto, ¿no? Si el laboratorio lo persigue, tal vez sea importante que se quede con nosotros. —Claro, es parte del trato —respondió Agustín—. Además, probablemente es más útil que cualquiera de nosotros. Aparentemente, él tiene alguna conexión con el laboratorio. El grupo se quedó en silencio por un momento, comprendiendo la magnitud de lo que se avecinaba. Vanina, que hasta ahora se había mostrado reticente a la idea de trabajar con Agustín, finalmente dijo: —Hagámoslo. Pero recuerden, no podemos confiarnos. Esto no será fácil, y ninguno de nosotros sabe realmente lo que nos espera. Con esa última advertencia, todos asintieron, y la tranquilidad de la noche pareció envolverlos por un momento.
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