El plan estaba tomando forma, pero la atmósfera seguía siendo tensa. Los cuatro se habían reunido alrededor de una pequeña fogata, rodeados por los miembros de la tribu que, aparentemente, se habían retirado a descansar. Mientras tanto, Rodrigo, Agustín, Vanina y Raquel trataban de decidir cómo iban a llevar a cabo la misión.
—Lo primero es que debemos encontrar el laboratorio, pero de manera sigilosa —dijo Vanina, trazando líneas en la tierra con un palo, como si fuera un mapa—. Si llegamos de forma directa, estaremos en problemas. Y los cazadores… no sé qué esperar de ellos.
Agustín, que había estado en silencio mientras observaba el plan de Vanina, la miró con una sonrisa y comentó:
—Lo bueno es que no nos tendremos que preocupar por ser descubiertos. Todo lo que necesitamos es estar más tranquilos que un cactus en una tormenta. ¿O no es así?
Vanina lo fulminó con la mirada, pero Rodrigo, que había estado devorando su ración de comida, levantó la cabeza, sin poder dejar de comer. Agustín y Vanina seguían en su discusión, pero él estaba en otro mundo. Había algo en esa comida que lo estaba tomando por sorpresa: el hambre que había tenido durante toda la travesía. Un estómago vacío había quedado atrás, y ahora parecía que su cuerpo no podía parar.
—¿Vas a terminar esa olla, Rodrigo? —preguntó Agustín, mirando entre divertido y preocupado mientras Rodrigo tomaba un trozo más de carne—. Vamos, que si sigues así, te van a tener que poner otro cinturón. ¿Te acuerdas de tu promesa?
Rodrigo levantó la vista, entre risueño y culpable. Era cierto que había exagerado con la comida, pero no podía evitarlo. Sin embargo, lo que ninguno de los tres esperaba era lo que sucedió después. La tensión en el aire era palpable, y el plan estaba casi listo. Todos estaban muy metidos en sus pensamientos, cuando de repente, un sonido inesperado rompió el silencio.
Un sonido bajo, ominoso… y absolutamente devastador.
Rodrigo, sin previo aviso, soltó una explosión de aire que retumbó con fuerza en el suelo. El gas que emergió de él era tan potente que, por un momento, el fuego de la fogata titiló, y todos los miembros de la tribu, que hasta ese momento parecían estar en sus propios asuntos, se detuvieron en seco.
El aire se llenó de un olor tan denso que parecía que la jungla misma lo absorbía. Era como si todo lo que había comido Rodrigo hubiera cobrado vida propia, tomándose venganza por su excesivo apetito.
Vanina, que hasta ese momento se había estado concentrando en la estrategia, arrugó la nariz y miró a su hermano con ojos desorbitados.
—¡¿Qué hiciste?! —gritó, tapándose la nariz—. ¡Esto es un arma de destrucción masiva!
Raquel, que había estado a punto de decir algo, se detuvo al percatarse de lo que sucedía. Al igual que Agustín, que de inmediato saltó hacia atrás con la cara distorsionada de horror. De alguna manera, la mezcla de olores era tan fuerte que hasta los cazadores de la tribu, que antes parecían estar dormidos, comenzaron a salir de sus chozas, cubriéndose la nariz.
Rodrigo se miró las manos como si fuera el culpable de una catástrofe natural.
—¿Qué les pasa? —preguntó, mirando a todos, desconcertado. Pero el daño ya estaba hecho. La tribu se levantó de inmediato y comenzó a correr en todas direcciones, como si el mismísimo caos hubiera llegado a la jungla. Los cazadores gritaban entre sí, tapándose las narices, y algunos incluso comenzaron a vomitar, más por el olor que por cualquier otra cosa.
—¡Esto es una pesadilla! —exclamó Vanina, mientras Agustín se cubría la boca y la nariz con una tela. — ¡Rodrigo, ¿en qué estás pensando?! ¡No puedes hacer eso en medio de un plan serio!
Pero Rodrigo no podía evitar reír, a pesar de la gravedad de la situación. Miró a Agustín y luego a su hermana.
—Bueno… siempre fue un plan de contingencia, ¿no? —dijo, con una sonrisa traviesa. Nadie parecía impresionado por su “humor”.
A pesar de la sorpresa y el caos que provocó, el grupo de viajeros se dio cuenta de algo importante: el desconcierto de la tribu era justo lo que necesitaban para moverse sin ser detectados. Mientras los miembros de la tribu huían de la escena, ellos pudieron tomar el momento para prepararse.
—¡Vamos! —gritó Vanina, ya decidida a aprovechar la situación—. Aprovechemos que están distraídos. ¡Este es nuestro momento!
Agustín, que todavía estaba tapándose la nariz, asintió.
—Aunque no sé si me siento cómodo con el hecho de que mi amigo haya hecho esto para distraer a la tribu… Pero ahora es el momento de actuar.
Rodrigo, que seguía con una sonrisa tonta, asintió y se levantó de un salto.
—No se preocupen, chicos. Después de todo, ¡la jungla es nuestra amiga!
Y, mientras el caos se desataba por la jungla, el grupo se dirigió rápidamente a su objetivo: el laboratorio. Pero ahora, no solo debían enfrentarse a lo que les esperara dentro, sino también al recuerdo imborrable de la mayor catástrofe intestinal de la historia de la jungla.