Dos Amigos Y Un ChimpancÉ

EL SENDERO DE LOS PROBLEMAS (Y LOS OLORES)

El sol apenas despuntaba en la jungla cuando la tribu comenzó a organizarse. Rodrigo, Agustín, Raquel y Vanina se encontraban sentados en un círculo improvisado junto al jefe tribal, quien les mostraba un rudimentario mapa tallado en una tabla de madera.
—Bien, muchachos, según esto —dijo Agustín señalando el mapa—, el laboratorio está al otro lado de la colina negra, cruzando el río de los susurros y... oh, qué lindo nombre... el pantano de las almas perdidas.
—No suena aterrador en lo absoluto —murmuró Vanina con ironía.
—Oh, no, para nada, solo almas perdidas —agregó Raquel con una mueca.
—Bien, bien, pero tenemos un plan, ¿verdad? —Rodrigo se rascó la cabeza—. O sea, lo de infiltrarnos, sabotear la energía, liberar a los animales, bla, bla, bla...
—Sí, pero primero debemos llegar vivos —dijo el jefe tribal en su lengua, traducida por un joven nativo—. La jungla está llena de peligros. Cazadores, trampas... y, sobre todo, criaturas que no pertenecen a este mundo.
Rodrigo tragó saliva. Agustín y Vanina intercambiaron una mirada seria, pero antes de que la tensión creciera, el sonido de un rugido estomacal interrumpió la conversación. Todos giraron hacia Rodrigo, quien se sostenía el abdomen con una expresión de sufrimiento.
—Ufff, creo que comí demasiado anoche... —susurró.
De repente, un estruendo resonó en el campamento. Un gas letal escapó de Rodrigo con tal potencia que hizo que las llamas del fuego temblaran. Los guerreros tribales quedaron petrificados por unos segundos, hasta que uno de ellos, con los ojos desorbitados, gritó algo en su idioma.
—¿Qué dijo? —preguntó Agustín con temor.
—Dijo que el aire está maldito... —tradujo el joven nativo, retrocediendo con la nariz tapada.
Uno a uno, los guerreros comenzaron a correr en todas direcciones, huyendo del "ataque tóxico". El jefe tribal se tapó la cara con su manto, Raquel y Vanina intentaban no ahogarse de la risa, mientras Agustín y Rodrigo se miraban en shock.
—Rodri... acabas de ganar una guerra biológica... —dijo Agustín entre tosidos.
—Lo siento, lo siento —se lamentó Rodrigo—. Era la comida... mucho maíz... ¡me advirtieron del maíz!
—¡Nos vamos al amanecer! —gritó el jefe tribal con desesperación antes de desaparecer entre los arbustos.
Y así, con un inesperado desastre olfativo, su jornada hacia el laboratorio estaba a punto de comenzar. Sin embargo, lo que les esperaba en el camino haría que ese momento pareciera un simple respiro en comparación con lo que vendría después.
¡Listo! La jornada hacia el laboratorio está a punto de empezar, pero con un inicio



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Editado: 05.03.2025

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