Rodrigo y su grupo miraban incrédulos a sus “rescatistas”.
—Díganme que estoy alucinando por el calor —susurró Agustín—. ¿Ese tipo lleva cocos en el pecho como si fueran armadura?
—Te confirmo que sí… y que además nos acaba de salvar la vida —respondió Raquel, sin saber si reír o llorar.
El piloto se ajustó las gafas de sol (aunque era de noche) y sonrió con confianza.
—Tranquilos, estamos aquí para salvarlos.
"El Toro" levantó su lanzapatatas con orgullo.
—Y tenemos tecnología de punta.
Rodrigo los miró con una mezcla de esperanza y desesperación.
—O sea que… ¿el plan es que nos defendamos con papas?
—¡Papas de alto impacto! —corrigió "El Toro", disparando otra. La papa salió volando… y rebotó en la cabeza del chimpancé.
—¡AAHHH! —gritó el chimpancé, frotándose la cabeza y lanzándole un plátano con furia.
—¡Ya cálmense! —intervino Vanina—. Necesitamos un plan de escape real antes de que nos hagan hamburguesa mutante.
El piloto desenrolló su “mapa”, que en realidad era una servilleta con dibujos de palitos.
—Miren, hay tres rutas de escape:
• La ruta rápida, pero está llena de trampas letales.
• La ruta larga, pero nos haría cruzar un pantano con criaturas que parecen haber salido de una película de terror.
• La ruta secreta, que según esto… no existe.
El grupo lo miró en silencio.
—Yo voto por la ruta inexistente —dijo Rodrigo.
—Yo también —agregó Agustín.
—¡Esa no es una opción! —exclamó Raquel.
Pero antes de que pudieran decidir, un rugido ensordecedor sacudió el túnel.
—¡Maldición! ¡El gorila robótico se está levantando! —gritó Vanina.
El chimpancé saltó de un lado a otro haciendo señas frenéticas.
—¿¡Qué dice!? —preguntó Rodrigo.
—Que si no corremos ahora, nos va a triturar como plátanos en licuadora —tradujo Raquel.
—¡Perfecto! —gritó el piloto—. ¡EJECUTEMOS EL PLAN “SALVEMOS NUESTROS TRASEROS”!
Y sin más preámbulo, todos salieron corriendo por el túnel oscuro, con el gorila robótico pisándoles los talones.
Mientras corrían, "El Toro" seguía disparando papas a lo loco.
—¡APUNTEN A LAS PIERNAS! —gritó Raquel.
—¿QUÉ PIERNAS? ¡SON COMO TUBOS METÁLICOS! —respondió Rodrigo.
El chimpancé se trepó a la espalda de Agustín, usándolo de escudo.
—¡Oye, bájate! ¡Yo no soy un tanque!
—¡Menos charla, más correr! —gritó Vanina.
De pronto, el túnel se abrió en una gran caverna iluminada por una luz misteriosa.
Y ahí estaba.
Una vieja balsa destartalada flotando sobre un río subterráneo.
—¡El río! ¡Podemos escapar por ahí! —exclamó Rodrigo.
—¿Y quién dice que esa balsa aún flota? —preguntó Agustín, jadeando.
—¿Importa? ¡La otra opción es morir aplastados por un mono con turbinas en la espalda! —gritó Raquel.
—Tiene razón. ¡A LA BALSA!
Uno a uno, saltaron dentro. El chimpancé fue el primero, seguido por Rodrigo, Agustín y Vanina.
—¡Empujen! —gritó "El Toro", usando su lanzapatatas como remo.
—¡Voy! —el piloto corrió, pero en el último segundo, pisó mal y cayó de panza en la balsa, haciéndola girar en círculos.
—¡Deja de marearnos, idiota! —gritó Agustín.
Desde la orilla, el gorila robótico rugió furioso y se preparó para saltar.
—¡Nos va a caer encima! —gritó Vanina.
Y entonces…
BOOM.
Una explosión sacudió la caverna.
Los cazadores, que habían estado observando todo desde la distancia, decidieron finalmente hacer algo.
—¿Acabamos de salvarlos? —preguntó uno.
—No sé, solo queríamos ver qué pasaba si le disparábamos a ese tanque de combustible.
El gorila se tambaleó, chisporroteó y cayó de espaldas al río… justo detrás de la balsa.
—¡Ahora el gorila mutante viene con nosotros! —gritó Rodrigo.
—¡A remar, maldita sea! —gritó Vanina.
Y así, con un gorila en llamas persiguiéndolos, un chimpancé traumatizado, un piloto cubierto de cocos, y un copiloto disparando papas al agua como si eso ayudara en algo, el grupo se adentró en la corriente del río subterráneo… sin idea de lo que los esperaba más adelante.