Dos Amigos Y Un ChimpancÉ

¡REMEN O MUÉRANSE O AMBAS!

El río subterráneo los arrastraba a toda velocidad mientras el gorila robótico, aún echando chispas, flotaba detrás de ellos con cara de pocos amigos.
—¡Está nadando! ¡Eso no es justo! —gritó Agustín, usando sus manos como remo.
—¡Es un robot, tarado! ¡Ni siquiera debería estar flotando! —gritó Rodrigo.
El chimpancé se agarraba a la balsa con fuerza, mirando con desesperación cómo el gorila encendía un pequeño propulsor en la espalda.
—¡NO, NO, NO, NO! —gritó Raquel—. ¡Ese bicho tiene turbo acuático!
—¡Yo tengo un lanzapatatas! —gritó "El Toro" con confianza.
—¡Y YO QUISIERA TENER UNA VIDA NORMAL, PERO AQUÍ ESTAMOS! —bramó Vanina.
El piloto sacó una vieja pistola de bengalas y disparó al techo de la cueva.
BOOM.
Una lluvia de rocas cayó al río. Algunas golpearon al gorila, pero otras golpearon la balsa, partiéndola a la mitad.
—¡BIEN HECHO, GENIO! —gritó Rodrigo.
—¡CREÍ QUE ERA UNA BUENA IDEA! —se defendió el piloto, flotando en un pedazo de madera.
El grupo quedó dividido en dos.
—¡Nos separamos! —gritó Agustín, agarrándose de un tronco.
—¡Eso ya lo sabemos, Einstein! —bramó Raquel.
—¡¿Alguien tiene un plan?! —preguntó Vanina.
—¡Sí! ¡NO MORIR! —gritó Rodrigo.
Mientras intentaban mantenerse a flote, el gorila siguió avanzando, pero algo extraño sucedió.
De repente, dejó de moverse.
Su sistema hizo un ruido raro y… PLOP.
Se apagó.
—¿Se… murió? —preguntó el piloto.
—¿Los robots pueden morirse? —cuestionó Vanina.
—No lo sé, pero… ¡SE HUNDE! —gritó Agustín.
El gorila desapareció en las aguas oscuras.
Por unos segundos, hubo silencio.
—… Esto me da mala espina —susurró Rodrigo.
Y entonces…
¡BOOM!
Algo explotó bajo el agua y una gigantesca criatura emergió rugiendo.
El gorila robótico había sido absorbido por algo más grande.
—¡¿QUÉ DIABLOS ES ESO?! —gritó Raquel.
Era una serpiente mutante de tres cabezas con cables metálicos y ojos rojos brillantes.
—Oh, perfecto —murmuró Vanina—. Pasamos de un gorila asesino a una hidra cibernética.
El grupo no tenía escapatoria.
El agua rugía, la bestia los miraba con hambre y la corriente los arrastraba hacia una cascada desconocida.
Rodrigo miró al cielo con resignación.
—Bueno, fue un gusto, chicos.
—¡NO TE RINDAS, IMBÉCIL! —le gritó Raquel—. ¡TIENE QUE HABER UNA SALIDA!
De repente, el chimpancé señaló algo entre la oscuridad.
Unas raíces gigantes colgaban del techo.
Si lograban sujetarse a ellas… tal vez podrían escapar.
Pero la bestia los iba a alcanzar primero.
—¡Necesitamos una distracción! —gritó Vanina.
—¡Yo la tengo! —exclamó "El Toro", sacando su última patata.
—… No me digas que vas a…
—¡Cállate y confía en la patata!
Y con un grito heroico, la lanzó.
La patata voló por el aire…
Giró dramáticamente…
Y…
… cayó directo en el ojo de la hidra.
¡BAM!
La bestia rugió de dolor y se sacudió violentamente.
—¡AHORA! ¡AGÁRRENSE DE LAS RAÍCES! —gritó Raquel.
Uno por uno, se aferraron a las raíces justo antes de que la cascada los engullera.
El agua se tragó a la hidra, llevándola hacia lo desconocido.
El grupo se balanceó en las raíces, jadeando.
—… No puedo creerlo… —susurró Rodrigo—. Una patata nos salvó la vida.
"El Toro" sonrió con orgullo.
—Siempre confié en la patata.
—Cállate.
Desde las alturas, un sonido mecánico resonó.
—No puede ser… —susurró Vanina.
Rodrigo levantó la vista.
Un helicóptero estaba descendiendo sobre la cueva.
¿Rescate o más problemas?



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Editado: 05.03.2025

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