El jeep derrapó entre la maleza, avanzando a toda velocidad mientras el Piloto reía como un lunático al volante. Toro, su copiloto, sacudía su machete en el aire como si estuviera en medio de una batalla de piratas.
—¡Aguanten fuerte, que esta bestia no tiene frenos! —gritó el Piloto, mientras el jeep esquivaba por centímetros una roca gigante.
—¡¿CÓMO QUE NO TIENE FRENOS?! —gritó Rodrigo, aferrándose al chimpancé como si fuera un cinturón de seguridad peludo.
—¡No se preocupen! ¡Yo soy un experto en conducción extrema! —aseguró el Piloto con una gran sonrisa.
—¡ESO NO ME TRANQUILIZA! —gritó Agustín, con los ojos desorbitados.
El chimpancé, que en todo el camino solo hacia señas de repente tosió como loco se habia atragantado con un maní y nadie se dio cuenta, volvió a toser con toda su fuerza y finalmente logró hablar con su tono usualmente sarcástico.
—¡Idiotas! ¡Van a matarnos antes de que nos atrapen los cazadores!
—¡Ah, qué bueno, ya volviste! —dijo Vanina—. Creí que íbamos a tener que aprender lenguaje de señas para monos.
Mientras el vehículo brincaba sobre raíces gigantes y deslizaba por pendientes imposibles, Toro sacó una cantimplora de metal y le dio un gran trago.
—¿Y ahora qué tomás? —preguntó Raquel, sin poder creerlo.
—Un licuado de plátano —respondió Toro, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿¡Licuado de plátano en plena persecución mortal!? —bramó Agustín.
—Hermano, hay que mantenerse hidratado —dijo Toro con toda tranquilidad.
De pronto, el jeep saltó por un pequeño acantilado y cayó con estrépito en un sendero fangoso. Ahora iban directo hacia lo que parecía… ¡una pared de piedra!
—¡Nos vamos a hacer puré! —chilló Rodrigo.
El Piloto apretó los dientes y giró el volante con fuerza. El jeep comenzó a dar trompos en el barro, mientras todos gritaban como si estuvieran en una montaña rusa.
—¡AGÁRRENSEEEEEEE! —rugió el Piloto.
De alguna manera, milagrosamente, el jeep se deslizó de lado justo antes de chocar contra la roca y quedó atorado entre dos troncos caídos.
Silencio.
Nadie se movió. Nadie respiró.
Finalmente, el Piloto se acomodó su gorra y sonrió.
—Ven, les dije que sabía manejar.
Rodrigo lo miró fijamente y luego exhaló un suspiro largo.
—…Voy a necesitar terapia después de esto.
El chimpancé se acomodó el pelaje y resopló.
—La próxima vez, camino.
Vanina miró a su alrededor.
—¿Y ahora qué?
Toro sacó un plátano de su mochila y le dio un mordisco.
—Ahora viene la parte difícil.
Todos se miraron confundidos… hasta que escucharon un sonido metálico.
Clank. Clank. Clank.
Desde la oscuridad del sendero, algo se movía. Algo grande. Algo… que no debía estar allí.
—Oh, no… —susurró Raquel.
La selva se quedó en silencio. Y entonces, con un chirrido escalofriante, algo emergió de entre los árboles.