Dos Amigos Y Un ChimpancÉ

NO ESTAMOS SOLOS

El eco de la risa se extendió por el refugio como un escalofrío recorriendo la espina dorsal de todos.

—Díganme que fue el viento… —susurró Agustín.

—¿El viento? —Rodrigo lo miró incrédulo—. ¡¿Desde cuándo el viento se ríe como un psicópata?!

Toro avanzó con su machete en alto, la linterna del Piloto iluminando su camino. El refugio era un pasillo largo con varias puertas entreabiertas, algunas colgando de las bisagras como si algo las hubiera destrozado.

—¿Alguien más nota que esto parece la introducción de una película de terror? —murmuró Vanina.

—Si esto fuera una película de terror, ustedes serían los primeros en morir —dijo el chimpancé.

—¡¿Y tú qué?! —espetó Raquel.

—Yo soy el alivio cómico. Esos nunca mueren.

Otro crujido sonó más adelante. La linterna del Piloto captó un movimiento fugaz: una sombra deslizándose detrás de una de las puertas.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —Rodrigo saltó hacia atrás.

Toro se detuvo y respiró hondo.

—Si hay alguien ahí, mejor que se muestre antes de que lo haga picadillo.

El silencio fue absoluto… hasta que la puerta crujió y se abrió lentamente.

De la oscuridad emergió una figura encorvada, con ropa harapienta y el cabello largo y enmarañado cubriéndole el rostro. Sus brazos eran huesudos, su piel pálida como si no hubiera visto el sol en años. Caminó hacia ellos con movimientos espasmódicos.

—Dios… santo… —susurró Vanina.

—¡ZOMBIEEEE! —gritó Agustín, lanzando una lata vacía que rebotó en la cabeza de la figura.

El extraño se tambaleó hacia atrás, tropezó y cayó de culo al suelo.

—¡AY! ¡¿Pero qué carajo?!

Todos se quedaron en silencio.

—¿Habló? —preguntó Rodrigo.

La figura levantó la cabeza, revelando el rostro de un hombre con barba crecida, ojeras profundas y una expresión completamente ofendida.

—¡¿Por qué demonios me tiraron una lata?!

Toro bajó el machete y frunció el ceño.

—¿Quién eres?

El hombre se sobó la frente, murmurando algo sobre gente grosera, y luego suspiró.

—Soy… soy Guillermo. He estado atrapado aquí por semanas.

—¡¿Semanas?! —exclamó Raquel.

—Sí… No sé cómo llegué aquí exactamente, pero este lugar es una trampa mortal.

El chimpancé lo observó con recelo.

—¿Y cómo has sobrevivido tanto tiempo?

Guille tragó saliva y miró a su alrededor antes de responder en voz baja:

—Porque ellos todavía no me han encontrado.

Un escalofrío recorrió al grupo.

—¿Quiénes son “ellos”? —preguntó Rodrigo con la voz temblorosa.

Antes de que Guille pudiera responder, un golpe fuerte sonó en la puerta principal.

¡BOOM!

Todos se sobresaltaron.

¡BOOM!

El metal se abolló ligeramente.

La criatura de afuera no se había ido.

Y ahora, sabían que no era el único peligro en ese lugar.



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Editado: 05.03.2025

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