Rodrigo no sabía qué tan rápido podía correr, pero al parecer, cuando lo perseguía una criatura salida de sus peores pesadillas, era capaz de romper récords olímpicos.
—¡¿QUÉ DEMONIOS ES ESA COSA?! —gritó Agustín, saltando sobre un esqueleto polvoriento.
—¿De verdad quieres saberlo? —respondió Vanina sin dejar de correr.
—¡No, pero necesito quejarme para manejar el pánico!
La criatura los perseguía a toda velocidad, sus zancadas eran largas y cada paso hacía temblar el suelo. Clank. Clank. Clank. Sus garras dejaban marcas profundas en las paredes al rozarlas.
—¡Piloto, dime que tienes un plan! —gritó Raquel.
—¡Sí! ¡Seguir corriendo y esperar un milagro!
—¡ESO NO ES UN PLAN!
—¡Funciona hasta ahora, ¿no?!
El chimpancé iba en la delantera, saltando entre escombros con una agilidad envidiable.
—¡A la derecha! ¡Corran a la derecha!
El grupo obedeció sin dudarlo y se lanzaron por un pasillo más estrecho. Toro, que iba al final, giró la cabeza por un instante para ver si la criatura seguía detrás.
Y sí. No solo seguía ahí, sino que iba más rápido.
—Bueno, esto es una porquería.
La bestia saltó y se impulsó con una de las paredes, cayendo apenas a unos centímetros de él.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Toro empuñó su machete y se preparó para un último intento desesperado de defensa.
Pero antes de que pudiera hacer algo heroico (o estúpido), Guille le agarró de la camisa y lo jaló con fuerza hacia un lado.
—¡Por acá, grandulón!
Toro cayó rodando justo cuando la criatura lanzó un zarpazo en el aire, fallando por centímetros.
La bestia soltó un rugido ensordecedor, pero la maniobra le hizo perder el equilibrio y chocar contra la pared con un estruendo brutal.
—¡Bien hecho, Guille! —gritó Rodrigo, jadeando.
—¡Sí, sí, soy increíble! ¡Ahora SIGAN CORRIENDO!
El grupo llegó a lo que parecía un viejo almacén abandonado. Guille y el Piloto empujaron una estantería de metal para bloquear la entrada.
¡BOOM!
La criatura chocó contra la estantería, sacudiendo todo el lugar.
¡BOOM! BOOM!
—¡No va a resistir mucho! —gritó Vanina.
—¡Entonces necesitamos encontrar otra salida! —respondió Raquel.
Rodrigo giró en círculos, buscando algo, lo que fuera.
—¡Allí! —señaló una rejilla de ventilación en la parte alta de la pared.
—¿En serio? ¿Vamos a meternos en una rejilla? —se quejó Agustín.
—¿Quieres quedarte aquí con Freddy Krueger de acero?
—Buen punto.
Toro y el Piloto se subieron primero, ayudando a los demás a trepar.
La criatura rugió con furia y golpeó la estantería una vez más.
CRACK.
La estructura de metal se dobló.
—¡Rápido, rápido!
El último en subir fue Guille. Justo cuando la bestia derribó la barrera y se lanzó contra él, el chimpancé se impulsó con todas sus fuerzas y logró meterse en la rejilla justo a tiempo.
Rodrigo tiró de él, y la bestia chocó contra la pared con un estrépito.
El grupo se arrastró a través del conducto mientras el monstruo rugía de rabia debajo de ellos.
Después de unos minutos de avanzar a oscuras, llegaron a una abertura y se dejaron caer en lo que parecía… ¿una sala de control?
Vanina encendió una vieja lámpara de escritorio.
En el centro de la habitación, había una mesa cubierta de documentos polvorientos. En la pared, un mapa con coordenadas marcadas.
Y en la pantalla de una vieja computadora parpadeaba un mensaje.
"INICIANDO PROTOCOLO DE CONTENCIÓN."
El grupo se miró.
—Eso suena… ¿bueno o malo? —preguntó Agustín.
La luz parpadeó.
Y desde los pasillos, se escuchó algo peor que la criatura.
Una voz humana.
—Parece que encontraron el sitio equivocado.
Rodrigo tragó saliva.
—Oh, genial. Más problemas.