El grupo seguía corriendo, el rugido de las criaturas metálicas resonaba como una amenaza inminente. El laboratorio parecía desmoronarse a su alrededor, y la salida secreta aún se veía lejana.
—Dante, ¿estás seguro de que esta salida existe? —preguntó Agustín, jadeando.
—¿Quieres debatirlo o prefieres correr? —replicó Dante sin voltear.
Mientras tanto, las criaturas metálicas los alcanzaban rápidamente. Toro, con su bate en mano, se giró y golpeó a una de ellas en la cabeza. El impacto solo logró que la criatura girara su cabeza en un ángulo imposible y emitiera un chirrido mecánico espeluznante.
—¡Esto no funciona! —exclamó Toro—. ¡Necesitamos un plan mejor!
Raquel, con su mente aún en la boda, tuvo una idea.
—¡El panel de control del laboratorio! Si logramos sobrecargar el sistema, podríamos causar una explosión y acabar con estas cosas.
El chimpancé asintió.
—¡Por fin alguien con una idea sensata! Pero... hay un pequeño problema: el panel está en el centro del laboratorio, no en la salida.
Vanina resopló.
—Por supuesto que lo está. Sería demasiado fácil si no tuviéramos que hacer algo suicida.
Dante tomó una decisión rápida.
—Bien, dividámonos. Rodrigo, Raquel, Agustín, Guille y yo vamos por el panel. Toro, Vanina y el piloto, vayan a la salida y manténganla abierta. Chimpancé, quédate con ellos.
—¡Claro! —respondió el chimpancé—. Porque yo siempre me quedo con el equipo que no hace lo suicida.
El grupo se separó. Mientras el equipo de sabotaje corría hacia el panel, el otro equipo llegó a la salida secreta. Para su sorpresa, la tribu estaba allí, observando desde la distancia.
—¡Así que sí estaban aquí! —exclamó Vanina, furiosa—. ¿Y qué? ¿Esperaban a ver si moríamos primero?
Uno de los líderes tribales se adelantó, con una expresión seria.
—Nosotros observamos. Ustedes luchan. Si sobreviven, entonces demuestran su valor.
Toro levantó su bate con fastidio.
—¡Mira qué conveniente!
Mientras tanto, en el panel de control, Raquel tecleaba rápidamente mientras Rodrigo y Agustín y Guille cubrían la puerta. Las criaturas mecánicas estaban cada vez más cerca.
—¡Solo unos segundos más! —gritó Raquel.
—¡No tenemos segundos! —respondió Rodrigo, esquivando un ataque.
Finalmente, Raquel golpeó el último botón y una alerta roja inundó el laboratorio.
—¡Corran!
El grupo salió disparado. Se unieron al resto justo cuando la explosión retumbó en el laboratorio. El fuego y el humo cubrieron la zona, y las criaturas metálicas cayeron, inertes.
El líder de la tribu se acercó con una sonrisa.
—Demostraron su valía. Ustedes ahora son aliados de la tribu.
Vanina puso los ojos en blanco.
—¿Y eso qué nos da?
El líder chasqueó los dedos y varios miembros de la tribu revelaron... ¡una avioneta reconstruida!
Rodrigo abrió la boca, sorprendido.
—No puede ser. ¿Por qué no nos la dieron antes?
—Porque primero debían demostrar que eran dignos —respondió el líder.
Agustín suspiró.
—Podríamos haber muerto, pero hey, ¡ahora tenemos transporte a la boda!
Toro miró la avioneta con duda.
—¿Seguro que vuela?
El piloto la inspeccionó y asintió.
—Con suerte, podremos salir de aquí.
El grupo subió rápidamente a la avioneta mientras la tribu celebraba su victoria.
—¡A la boda! —gritó Rodrigo.
Y así, con el laboratorio destruido, las criaturas eliminadas y una avioneta improvisada, partieron rumbo a la boda, dejando atrás la jungla… al menos por ahora.