El rugido del motor de la avioneta reconstruida resonaba mientras el grupo se elevaba sobre la jungla. Rodrigo se dejó caer en su asiento con una exhalación de alivio, mientras Raquel, aún cubierta de polvo y sudor, se acomodaba a su lado.
—No quiero sonar pesimista —dijo Toro, sujetándose del asiento con nerviosismo—, pero ¿alguien más siente que esto va a salir mal?
—¿Por qué lo dices? —preguntó Vanina, mirando por la ventanilla.
—Porque cada vez que creemos que todo está resuelto, algo explota, se rompe o nos ataca —respondió Toro, con el bate aún en sus manos.
El piloto, que mantenía el control de la avioneta, miró de reojo los precarios controles.
—Pues si querías una boda sin complicaciones, esta no es la forma de llegar a ella. La avioneta es vieja, reconstruida con partes de no sé qué, y el tanque de gasolina no está precisamente lleno.
Rodrigo puso una mano en la frente.
—Perfecto. Volando hacia mi boda en una caja de metal improvisada con posibilidades de caer en cualquier momento.
Raquel le sonrió con cansancio.
—Al menos es temático. "Amor en tiempos de desastre".
Agustín, que revisaba su celular con cara de terror, alzó la voz.
—¡Tenemos otro problema!
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Dante, exasperado.
Agustín le mostró la pantalla.
—¡Miren la hora! ¡La boda es en tres horas!
Hubo un silencio colectivo.
—Bueno, al menos vamos en una avioneta, eso debe ahorrarnos tiempo, ¿no? —dijo Vanina, optimista.
El piloto carraspeó.
—Eh… sí, pero hay un problemita más.
Rodrigo lo miró, ya temiendo la respuesta.
—¿Cuál?
El piloto señaló la brújula que giraba descontroladamente.
—Creo que el sistema de navegación no funciona. Así que… ¿alguien tiene un mapa?
El grupo entero lanzó un suspiro colectivo de frustración.
—Por supuesto —masculló Toro—. Porque si algo podía salir mal, iba a salir peor.
El chimpancé, que había estado observando en silencio, levantó una mano.
—Yo puedo ayudar.
Todos lo miraron.
—¿Tú? —preguntó Raquel con escepticismo.
El chimpancé asintió con una sonrisa.
—Obvio. Fui parte de un experimento, ¿recuerdan? Sé cómo leer mapas, calcular distancias y, además, tengo una memoria perfecta.
El piloto arqueó una ceja.
—¿Y por qué no dijiste nada antes?
El chimpancé se encogió de hombros.
—Me gusta verlos sufrir un poquito. Pero tranquilos, sé exactamente hacia dónde debemos ir.
El grupo lo miró con mezcla de incredulidad y esperanza.
—Si nos lleva a la boda a tiempo —dijo Rodrigo—, juro que le doy un discurso de honor en la recepción.
—Y una banana extra —agregó Agustín.
El chimpancé sonrió.
—Trato hecho.
Ahora, con la avioneta tambaleándose en el aire, la brújula rota y el chimpancé como su única esperanza de navegación, el grupo tenía una nueva misión: llegar a la boda antes de que fuera demasiado tarde… y sin estrellarse en el intento.