El sonido del motor de la avioneta era inestable, pero el grupo mantenía la esperanza. El chimpancé observaba un viejo mapa con atención, mientras el piloto intentaba mantener el rumbo. Todo parecía ir relativamente bien… hasta que los primeros nubarrones aparecieron en el horizonte.
—Eso no se ve nada bien —murmuró Dante, ajustando su cinturón de seguridad.
—Tranquilos, puede ser solo una nube pasajera —dijo Agustín, aunque su tono no sonaba muy convincente.
El piloto resopló.
—Eso no es una nube pasajera, eso es una maldita tormenta tropical.
Y como si la jungla se riera en su cara, un trueno retumbó, iluminando el cielo con un destello inquietante.
Rodrigo y Raquel intercambiaron una mirada de pánico.
—¿Podemos rodearla? —preguntó Raquel.
El piloto giró los controles con fuerza.
—Intentaré, pero la avioneta no está hecha para maniobras complicadas. Recuerden, esto es básicamente un rompecabezas de metal con alas.
El viento comenzó a sacudir la aeronave, y la lluvia golpeó las ventanas con fuerza. El chimpancé, aún sosteniendo el mapa, lo miró y luego al grupo.
—Bueno… buenas noticias, todavía vamos en la dirección correcta.
—¿Y las malas noticias? —preguntó Toro, ya aferrado a su asiento.
—Si seguimos esta ruta, pasaremos justo por el centro de la tormenta.
El avión se estremeció con más fuerza, y el piloto maldijo en voz baja.
—Aguanten fuerte, muchachos, esto se va a poner feo.
El primer relámpago cayó cerca de la avioneta, y el motor hizo un sonido preocupante. Agustín gritó.
—¡¿Alguien más siente que vamos a morir de la manera más ridícula posible?!
Rodrigo cerró los ojos un segundo y respiró hondo.
—¡No nos vamos a morir! ¡Tengo que casarme hoy!
—¡Sí, sí, y yo tengo que beber en la boda! —gritó Agustín—. ¡Así que mejor que salgamos de esta!
El chimpancé, que parecía sorprendentemente tranquilo, miró hacia adelante y señaló.
—¡Allí! Si giramos un poco a la derecha, hay una corriente de aire más estable.
El piloto dudó, pero al ver que no tenía mejores opciones, hizo el giro. La avioneta se sacudió violentamente, y por un momento, pareció que se desplomaría.
El grupo gritó mientras la nave caía unos metros en picada, pero luego, como por milagro, se estabilizó.
El silencio fue roto por la respiración agitada de todos.
—Bueno… eso fue espantoso —dijo Vanina.
El piloto soltó una risa tensa.
—Felicidades, acaban de sobrevivir a una tormenta con una avioneta hecha de repuestos.
Rodrigo se dejó caer en su asiento.
—Si esto no es una señal de que nuestro matrimonio será fuerte, no sé qué lo sea.
Raquel le dio un codazo, pero sonrió.
—Más te vale que valga la pena.
El chimpancé miró por la ventanilla y sonrió.
—Ahí está la ciudad. Señores, prepárense, porque aterrizamos en cinco minutos.