El chimpancé, que hasta ahora solo observaba, decidió que era el momento perfecto para un poco de acción.
Saltó sobre los bancos, tomó una copa de vino de la mesa y la bebió de un trago. Luego, corrió hacia el sacerdote y, con una precisión increíble, le quitó el pájaro de la cabeza y lo lanzó hacia una de las ventanas.
Silencio absoluto.
El sacerdote, con la sotana desordenada y la dignidad destruida, respiró hondo.
—Bien. Sigamos con esto antes de que me dé un infarto.
Rodrigo y Raquel finalmente se colocaron en sus lugares, listos para continuar la ceremonia. Pero antes de que el sacerdote pudiera hablar, Agustín levantó la mano.
—Perdón, pero quiero decir unas palabras antes de que esto continúe.
—¡NO! —gritó Vanina, pero ya era tarde.
Agustín se aclaró la garganta y miró a Rodrigo.
—Hermano, después de todo lo que vivimos, de la jungla, la tormenta, las criaturas metálicas y el pájaro asesino, debo decirte algo muy importante…
Rodrigo suspiró.
—¿Qué?
Agustín sonrió y puso una mano en su pecho.
—Espero que la comida de la boda valga la pena.
Todos se quedaron en silencio.
El sacerdote parpadeó.
Raquel suspiró.
Vanina miró a Agustín con ganas de estrangularlo.
El chimpancé se tomó otra copa de vino.
Y Toro, con su habitual seriedad, simplemente dijo:
—Tiene razón.
Rodrigo se frotó la cara.
—Por favor, casémonos antes de que algo más pase.
El sacerdote, sin más paciencia, se saltó la mitad del discurso y fue directo a la parte importante.
—¿Raquel, aceptas a Rodrigo como tu esposo?
Raquel miró a Rodrigo con una sonrisa.
—Después de todo lo que pasamos… sí, lo acepto.
—¿Rodrigo, aceptas a Raquel como tu esposa?
Rodrigo miró a Raquel.
—Sí, y acepto cualquier otra locura que venga después.
—Pues los declaro marido y mujer. Pueden besarse, pero háganlo rápido antes de que pase otra desgracia.
Rodrigo no se hizo esperar. La besó con fuerza, con la emoción de haber sobrevivido a todo para llegar hasta aquí.
Todos aplaudieron…
Hasta que se escuchó un ruido extraño en el techo.
Todos miraron hacia arriba con horror.
Vanina suspiró.
—No… me… digas…
El techo se derrumbó un poco y cayó una rama enorme dentro de la iglesia.
Silencio absoluto.
Agustín miró a Vanina con una sonrisa pícara.
—Bueno… al menos la decoración es natural.
Y con eso, la iglesia estalló en carcajadas.