Dos Balas Para Claire

CAPÍTULO 9 — PREDICADOR

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1

 

Dorak estaba desolado; en poco tiempo había perdido a su mentor, el jefe Kodai y ahora, a punto de acompañar a su otra líder en batalla, se enfrentaba a una tragedia de pérdidas masivas en su propio campamento. No habían muerto únicamente guerreros sino también niños y dos mujeres que trataban de protegerlos. Habían perdido la pólvora que era uno de los elementos que podían darles la victoria y también varias armas que guardaban allí mismo. Sus huéspedes blancos parecían haber salido ilesos. Por un momento los envidió, aunque luego cayó en cuenta que gracias a ellos las pérdidas en su propia gente no fueron mayores. Duncan se aproximó con gesto adusto. Detrás venía Imalá, que con su arco también había abatido a varios enemigos. Eran un equipo poderoso a pesar de lo reducido del número.

— ¿Qué haremos, hermano Halcón?

—Debemos ir ahora mismo a atacarlos. Nos creerán debilitados y desvalidos, no nos esperan —La idea era una locura si uno observaba el estado de la aldea en ese momento, pero no dejaba de ser lógico al mismo tiempo—. Iremos antes de que salga el sol, todavía será de noche y le causaremos todas las bajas que podamos. Será una batalla que no olvidarán.

Dorak dudó un momento, pero de inmediato se contagió de la determinación de su viejo compañero. No podían dejarse abatir o que la noche terminara y se dejaran caer derrotados.

—De acuerdo, Halcón. Nuestro destino está en tus manos.

Dorak se fue corriendo a cumplir con la orden. Duncan tomó por los brazos a Imalá.

— ¿De verdad te parece una buena idea? Creo que es lo que debemos hacer, pero tu gente acaba de ser atacada y no sé si su moral sea la mejor para luchar.

—Debe serlo, debemos aprovechar esa furia y convertirla en victoria.

—Está bien, me ocuparé de mis hombres.

Duncan se alejó llamando a Templeton y al resto para ponerlos al día sobre la decisión del ataque nocturno. Dolan estuvo de acuerdo, ya se sentía repuesto y no podía quejarse mucho en comparación, el propio Bennet llevaba un balazo reciente en el hombro y ni lo hacía notar. María tenía mucha adrenalina encima y no veía la hora de defender a su pueblo de los tiranos. Sería su regreso triunfal y, si salía bien, la oportunidad de comenzar una nueva vida como mujer de acción.

—Señor Nixon, ¿está de acuerdo con pelear en esta causa? Entenderé si quiere mantenerse al margen.

Lance se veía algo desbordado. Se suponía que tenía que colectar información para llevarle a Eldmon y que luego pueda actualizarle a Morrow, pero nunca creyó que las cosas se diesen tan rápido y que ahora tenga que simular pelear contra la gente a la que estaba aliada. Por otra parte, no podía negar que Templeton le caía bien y admiraba su coraje y habilidad con las armas. No tenía ánimos para traicionarlo, pero tampoco había renunciado del todo a su cometido.

—Cuente conmigo, Bennet. Si por mí fuese, sería más prudente y esperaría para un contraataque, pero no es mi decisión.

—Gracias por su ayuda. ¿Alguien más tiene algo para decir?

Todos guardaron silencio, algunos ya preparaban sus armas.

—Muy bien, en marcha entonces, Imalá, Dorak y yo iremos al frente. Respondan a cualquiera de nuestras voces.

Cuando se dispersaron para buscar sus caballos, María tomó a Dolan del brazo.

—Oye, mantente a mi lado, ¿sí? No estás al cien por ciento y no quiero perderte por un descuido.

Nick hizo una sonrisa torcida.

— ¿No quieres perderme?

María le dio un beso muy rápido y sorpresivo.

—No, tonto. Odio admitirlo, pero eres importante para mí —pretendió retirarse al decir esto, pero Nick la tomó de nuevo y la atrajo para darle otro beso más prolongado.

— ¡Señores, estamos en guerra! —les gritó Hutch con tono divertido, pero a ellos no pareció importarle.

—No vamos a morir, al menos no por separado. Y yo también te necesito.

Cuando estaban a punto de partir, otro grupo de jinetes se acercaba a tranco lento. Claire, Charlie, McKenzie y Hayes acababan de llegar al campamento.

 

***

 

2

 

El predicador Mark Posey se sentó por quinta vez en la escalinata de la iglesia en lo que iba del día, con su petaca en la mano y jugando a buscar diferencias en la calle principal desde la última vez que se ubicó allí. Hacía varios meses que no ofrecía ningún sermón, en gran parte por falta de concurrencia. La gente había perdido el interés por escucharlo y él no podía culparlos, tampoco sentía esa pasión por tocar el espíritu de sus feligreses porque él mismo no sentía la presencia divina interior necesaria. A pesar de eso su respuesta preferida cuando le preguntaban el porqué de la ausencia de ceremonias y reuniones en su capilla era: “son gente tan sana que no necesitan que Dios les diga qué hacer” y si bien era una humorada, lo único que lograba era reafirmar lo inútil de su papel en ese lugar.

Observó cómo cambiaban la guardia militar en algún que otro tejado. Esos hombres llevaban varios días haciendo vigilancia y habían puesto en alerta a todos, pero en definitiva no parecía que fuese a ocurrir algo parecido a un ataque indio.

La señora Linney venía hacia él por el medio de la calle. Admiraba su temple, luego de llorar a su hijo lo mínimo necesario siguió con su vida y más activa que antes. Recordó que él tenía tres a los que no veía desde hacía cuatro años, cuando su mujer decidió dejarlo en ese pueblo en el que jamás ocurría nada, al menos hasta hace unos días que pareció convertirse en un foco de enfrentamientos violentos. Al recordarlos se le hizo un nudo en la garganta, pero lo desató con otro trago de la petaca. Cuando la bajó luego de beber, Betty Linney estaba parada frente a él.

—Predicador, ¿puedo hablar unos minutos con usted?



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En el texto hay: mistica, personajes sobrenatulares, weird western

Editado: 30.07.2022

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