Dos Balas Para Claire

EPÍLOGO

OCHO MESES DESPUÉS

 

Zeke Osman acomodaba los papeles en su despacho antes de recibir a su siguiente visita. Se trataba de un fabricante de jabones y perfumes que pensaba invertir en una fábrica y necesitaba un crédito abultado, según le dijo su secretaria, Page Evans. Page era una de las chicas de Eldmon, cedida para que el banquero tuviese una secretaria que pudiera ejecutar ese trabajo administrativo y, de paso, brindarle algunos placeres sin que tuviera que salir de su oficina. Osman se miró al espejo y acicaló como para estar a la altura y causar una impresión de formalidad y pulcritud. Golpearon a la puerta, el banquero dio un pequeño grito invitando a pasar. Su rostro fue de total asombro cuando quien asomó la cabeza fue Nick Dolan.

—Señor Dolan, ¡Qué agradable sorpresa! No sé a qué se deba su visita, pero esperaba gente…

—Descuide, seré breve.

—Muy bien, tome asiento por favor.

—Así estoy bien.

— ¿En qué puedo ayudarlo?

—Quería despejar algunas dudas sobre lo que pasó en la asunción del sheriff Bennet. Hubo muchos muertos a raíz del combate, pero también algunos que podían denominarse crímenes de guerra, de los cuales el sheriff me delego su investigación.

—Caramba, ¿a cuál de esas muertes podría considerarse así, en medio de tanta confusión y fuego cruzado?

—Un asesinato a sangre fría o a traición. Por parte de gente que quizás haya podido acomodarse gracias al poder de turno, como de costumbre y así evadir la responsabilidad de las consecuencias de un acto cobarde.

—No lo entiendo, señor Dolan.

— ¿Sabe cómo murió la señorita Espinoza, por ejemplo?

Osman tragó saliva. Creía que ese tema ya estaba enterrado como la mismísima María.

—De un tiro en la garganta, proveniente de un arma pequeña. Algo utilizado para simple defensa personal o bien por asesinos furtivos. El mejor ejemplo es el asesinato del presidente Lincoln, ¿lo recuerda? Fue ese mismo tipo de arma la que acabó con la vida de la señorita Espinoza. No creo que ningún soldado haya tenido una de esas. Ni siquiera ninguno de nuestros hombres. Tampoco pudo ser producto de una bala perdida. Por otro lado, y disculpe que lo saque del tema, sigo sin entender como Bennet le permitió conservar su puesto.

—Eso es fácil, Sr. Dolan, me ofrecí en calidad de gerente interino. El señor Bennet puede pedir mi reemplazo cuando lo considere necesario o consiga personal idóneo. Pero no entiendo que tenga que ver eso con la muerte de la señora Espinoza, que, a pesar de lo que cree, probablemente haya fallecido por una bala perdida.

—No señor, Osman. No fue una bala perdida, no me tome por idiota.

—No sé por qué lo haría, ¿qué es lo que me quiere decir?

Dolan tomó de su bolsillo la estrella que le dejó María, la insignia legítima de los Rangers de Texas, y la colocó en el escritorio. Osman lo miró con cara de preocupación.

—Tómela, señor Osman, por favor.

El banquero la levantó.

—Gírela.

Osman la dio vuelta y observó que estaba manchada, tenía una especie de signo raro en la chapa, de color morado.

— ¿Puede distinguir de qué se trata esa marca?

—No tengo la menor idea.

—Le cuento; se trata del último trazo que pudo efectuar la señorita Espinoza con su dedo, embebido en su propia sangre. Debo reconocer que me confundió bastante y no supe que quiso decir con eso, hasta que un amigo detective, un tanto más listo que yo, me lo hizo ver.

Dolan puso el dedo sobre la marca. —” ZO” Son sus iniciales, ¿verdad? Osman rio, nervioso.

—Usted está loco, eso es ridículo.

—María trató de decirnos quién la mató, Sr. Osman, porque si hubiese caído por balas enemigas, su muerte hubiese sido honorable, para eso estuvo allí. Pero esa marca, sumado a esto —extrajo de su bolsillo un proyectil pequeño—, no lo dejan muy bien parado, ¿aún tiene esa hermosa Derringer que ocultaba en su manga?

—Sr. Dolan, me está insultando con sus teorías descabelladas.

—Saque su arma y desmiéntame, Osman, varios lo vieron empuñarla cuando la capilla ardía.

Nick lo tomó del brazo y lo palpó buscando la pequeña pistola, sin éxito. Lo soltó y luego fue al cajón del escritorio. Allí estaba, apenas cubierta por algunos papeles.

— ¡Sorpresa! ¿Sigue negando que usted mató a María Espinoza a sangre fría?

—De acuerdo, deténgame y lléveme ante el sheriff. Me someteré a un juicio justo.

—No será tan fácil, ¿sigue negándolo?

—Por supuesto, loco delirante.

—Muy bien, hagamos una cosa —Nick tomó la Derringer y se la colocó en la mano a Osman —. Dispáreme en el cuello, hagamos una recreación. No me defenderé.

—No sea estúpido. No lo mataré.

—No digo que vaya a hacerlo, solo inténtelo. Dispare o lo haré yo.

Nick sacó su arma y le apuntó.

—Podrá decir que me volví loco y quise matarlo. Dispare y sáquese el problema de encima.

Osman presionó el gatillo, pero solo obtuvo un clic, indicándole que no tenía proyectil en la cámara.

—Maldición, ni siquiera está cargada.

—Una pena, porque la mía siempre lo está.

Osman abrió los ojos cuando entendió lo que implicaban esas palabras, pero no pudo evitar que Nick Dolan descargue tres balas en su abdomen y pecho. Se desplomó en su sillón, con su pequeña pistola aún en la mano. A los pocos segundos, Page abrió la puerta y profirió un grito al ver la escena.

—Tranquila, Page, el señor Osman se vio acorralado y quiso dispararme. No lo consiguió.

La mujer se quedó junto al cadáver sin saber qué hacer, mientras Dolan se retiraba con total tranquilidad. Recorrió la larga galería y prendió un cigarro ni bien le dio el sol en la cara, al salir. Allí lo esperaba su nuevo amigo, el primer consultor científico residente en El Charco, Enoch Hayes.

—¡Señor Hayes! ¿Cómo le fue en la oficina del sheriff con la renovación de su permiso?



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En el texto hay: mistica, personajes sobrenatulares, weird western

Editado: 30.07.2022

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