Barcelona me había dado muchas sorpresas desde mi llegada, pero nada me preparó para lo que ocurrió aquella tarde en el parque Ciutadella. Mientras caminaba por los senderos llenos de turistas y familias, un rostro familiar atrapó mi atención desde lejos. Kno.
Sentado en un banco bajo un árbol, tenía la misma postura relajada que recordaba, con un libro en las manos y esa expresión tranquila que siempre parecía esconder algo más. Mi primer instinto fue dar media vuelta, pero mis pies no respondieron. Algo en mí me obligaba a enfrentar este momento, aunque mi pecho se llenara de una mezcla de incomodidad y curiosidad.
Cuando finalmente notó mi presencia, levantó la mirada y nuestros ojos se encontraron. Por un segundo, una sombra de sorpresa cruzó su rostro, seguida de una sonrisa que no podía descifrar.
—¿Tú aquí? —dijo, cerrando el libro y poniéndose de pie.
—Hola, Kno —respondí, sintiendo cómo la tensión crecía en el aire.
No nos habíamos visto en años, no quería saber de él desde el engaño que hizo de mis padres. Kno había sido una figura importante en mi vida, aunque no de la manera que él hubiera querido. Siempre supe que me quería más de lo que yo podía corresponderle, y quizás por eso, nuestra relación también terminó en una especie de abismo lleno de malentendidos. Había cosas que nunca le perdoné, aunque ahora no estaba segura de si mi rencor tenía sentido después de tanto tiempo.
—Nunca pensé encontrarte aquí. ¿Cómo estás? —preguntó, con una voz tan calmada que me incomodaba aún más.
—Bien, trabajando... viviendo. —Mis respuestas eran cortas, casi defensivas. Kno siempre había tenido esa habilidad de desarmarme con su presencia, algo que odiaba admitir.
Decidí tomar el control de la conversación y le pregunté qué hacía en Barcelona. Me contó que había llegado hacía unos meses por un proyecto de diseño industrial y que estaba explorando la ciudad en sus tiempos libres. Hablaba con el mismo entusiasmo de siempre, como si no hubiera pasado nada entre nosotros.
—¿Y tú? ¿Qué te trae por aquí? —preguntó finalmente.
Le hablé de mi trabajo en ciencias forenses y de cómo había decidido empezar de nuevo en Barcelona, omitiendo, por supuesto, cualquier mención de Harper. Kno siempre había tenido una manera de mirarme, como si intentara leer más allá de mis palabras, y ese día no fue la excepción.
—Siempre pensé que tenías grandes cosas por delante. Me alegra saber que sigues siendo tan apasionada por lo que haces —dijo, con una sonrisa que me pareció demasiado sincera.
No pude evitar sentirme incómoda. Kno siempre había sido así, demasiado presente, demasiado atento, y aunque alguna vez lo consideré una cualidad admirable, con el tiempo se convirtió en un recordatorio de todo lo que no podía darle.
—¿Sabes? A veces pienso que el pasado es como un libro que nunca terminamos de escribir. —Su comentario me tomó por sorpresa. Kno siempre tenía esa manera de lanzar frases profundas sin previo aviso.
—O quizá es un libro que deberíamos dejar cerrado —respondí, con un tono más frío del que pretendía.
Su expresión cambió ligeramente, pero no dijo nada más. Nos despedimos poco después, prometiendo, de manera educada pero no del todo sincera, volver a vernos. Mientras me alejaba, sentí una oleada de emociones difíciles de procesar. Kno no era parte de mi vida desde hacía mucho tiempo, pero su aparición despertaba recuerdos que prefería mantener enterrados.
Quizás había algo que necesitaba resolver, no con él, sino conmigo misma.
Esa noche, mientras regresaba a casa, no podía dejar de pensar en el encuentro con Kno. Sus palabras resonaban en mi cabeza como un eco molesto: "El pasado es como un libro que nunca terminamos de escribir". Tal vez tenía razón, pero lo que él no sabía es que yo llevaba años intentando quemar ese libro.
Barcelona me había dado una sensación de anonimato que me reconfortaba, un lugar donde podía reinventarme lejos de todo y de todos. Kno apareciendo de repente rompía ese equilibrio frágil. Él siempre había sido la personificación de lo que no quería enfrentar: mi incapacidad para dejar ir y mi rencor mal dirigido. En realidad, no era solo hacia él, sino hacia mí misma por nunca haberle dado una oportunidad, aunque sabía que no lo quería de esa forma.
Al llegar a mi apartamento, traté de sumergirme en el trabajo. Tenía varios informes pendientes sobre un caso en el que estaba colaborando, un proyecto que requería toda mi atención. Sin embargo, las palabras se desdibujaban en la pantalla mientras mi mente vagaba hacia el pasado.
Kno había sido amable, incluso cuando no tenía por qué serlo. Cuando lo conocí, años antes de Harper, él se convirtió en un apoyo inesperado en un momento en el que apenas comenzaba a encontrar mi lugar en el mundo. Pero esa misma amabilidad, su constancia, había terminado por irritarme. Parecía tan dispuesto a ser todo para mí que, irónicamente o bueno eso hasta que me enteré que trabajaba para mis padres, lo alejé. Y aun así, había algo en su mirada hoy que me hizo sentir vulnerable, casi como si él supiera algo que yo no.
Pasaron los días, y aunque traté de ignorarlo, Kno parecía estar en cada esquina de mi mente. Una parte de mí sabía que este reencuentro no había sido casualidad. Barcelona era grande, pero no lo suficiente como para evitar tropezarme con el pasado. Y como si el destino se burlara de mí, nos volvimos a encontrar, esta vez en una exposición de arte que mi compañera de trabajo insistió en que debía visitar.