Dos Copas Para Nosotros

CAPÍTULO 10

El frío de la noche nos envolvió en cuanto salimos del hospital. Caminamos en silencio hacia el auto de Kno, pero la sensación de que algo nos observaba no desapareció.

—¿Qué demonios está pasando? —murmuré, abrazándome a mí misma.

Kno encendió el motor, pero no arrancó. Se quedó mirando el volante, respirando hondo, como si estuviera reuniendo valor para decir algo.

—Ellie, necesito que me escuches.

Su tono me puso alerta. Giré el rostro para mirarlo, encontrándome con su expresión seria, la sombra de las luces de la calle marcando su mandíbula.

—No quiero perder más tiempo. Todo esto... —Hizo un gesto con las manos, frustrado—. La investigación, lo que pasó en "Shart", los mensajes, Sarah... Todo es importante, pero hay algo que necesito que entiendas.

Mi garganta se secó. Sabía hacia dónde iba esto.

—No quiero que pienses que mi declaración fue por el miedo o por el caos en el que estamos metidos —continuó—. Lo que te dije, lo que siento por ti... es real. Y necesito saber si hay siquiera una posibilidad de que tú...

Su voz se apagó en la última palabra.

Mi pecho se comprimió. Miré hacia el parabrisas, sin atreverme a verlo a los ojos. Después de todo lo que había pasado, después de todo lo que habíamos descubierto... ¿Realmente tenía sentido hablar de sentimientos ahora?

Pero Kno merecía una respuesta.

—Kno... Yo...

El estruendoso sonido de mi teléfono interrumpió mis palabras. La pantalla brilló con un número desconocido. Kno y yo intercambiamos miradas, su mano aferrando el volante con fuerza.

Respondí con un nudo en el estómago.

—Hola...

La voz del otro lado era distorsionada, como si la señal estuviera llena de interferencia.

Te advertí que te alejaras. No estábamos listos para ti, pero ahora lo estamos.

El aire se me atascó en la garganta.

—¿Quién eres?

Una risa baja y arrastrada atravesó la línea, seguida de un susurro casi imperceptible:

Mira atrás.

Mis dedos se crisparon sobre el teléfono. La piel se me erizó. Algo dentro de mí gritaba que no lo hiciera.

Kno notó mi expresión y frunció el ceño.

—¿Ellie? ¿Qué pasa?

La llamada se cortó de golpe. El teléfono se apagó de golpe. La pantalla negra reflejaba mi propia expresión aterrorizada. El eco de la última frase aún vibraba en mi cabeza.

El auto se quedó en un silencio sepulcral.

No miré atrás. Pero en el reflejo de la ventana, justo detrás de nosotros, vi algo moverse.

Y no estábamos solos.

Mis manos temblaban.

—Ellie... —Kno se inclinó ligeramente hacia mí, con el ceño fruncido—. ¿Qué pasó?

Apreté los labios, sin saber si debía decirlo en voz alta. Pero antes de que pudiera responder, algo en mi mente se encendió.

Ese mensaje...

No era la primera vez que recibía algo así.

Recordé la graduación. Todo era borroso en mi memoria, una noche de emociones mezcladas, pero algo sobresalía de entre los recuerdos.

Un mensaje.

"Me pregunto qué harás cuando sepas quién soy realmente. Siempre estuve aquí, Ellie."

En aquel entonces, lo había tomado como una broma pesada. Pensé que era algún idiota de la escuela intentando molestarme. Lo ignoré, lo borré, y seguí con mi vida.

Pero ahora...

Mis pulmones se vaciaron de golpe.

—No... No puede ser él...

—¿Quién? —Kno se tensó al escuchar mi murmullo.

Mi mente trabajaba demasiado rápido. Las piezas comenzaban a encajar de una forma horrible.

El hombre que me violó...

Mi estómago se revolvió. Tragué saliva, sintiendo cómo mi cuerpo se estremecía por completo. Él nunca desapareció. Siempre estuvo allí, en las sombras, observándome.

—Ellie, mírame —dijo Kno, su tono firme.

Pero yo no podía. No podía mirarlo porque si lo hacía, si decía en voz alta lo que estaba pensando, todo se volvería real.

Las noticias. Los asesinatos recientes. La sensación de que me vigilaban.

Era él.

Mis manos se aferraron a mi abdomen, mi respiración se volvió errática. Una náusea horrible me subió por la garganta.

No es posible. No es posible. No es posible.

De repente, un sollozo se escapó de mis labios y, sin pensarlo, me lancé hacia Kno, hundiéndome en su pecho con desesperación.

—Hey, hey... —Su voz sonaba alarmada, pero me rodeó con sus brazos, apretándome contra él—. Tranquila, estoy aquí... Estoy contigo.




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