Dos Copas Para Nosotros

CAPÍTULO 12

El beso no se prolongó. Apenas un roce, una pregunta suspendida en el aire.

Cuando Kno se separó, no dijo nada.

Yo tampoco.

No podía. Mi mente estaba atrapada en el peso de la pesadilla, en el eco de aquella voz que todavía susurraba dentro de mi cabeza.

No quería pensar en lo que acababa de pasar.

No quería analizarlo.

El silencio entre nosotros se extendió, envolviendo la habitación con un peso invisible.

No sabía cuánto tiempo llevábamos acostados así, mirándonos sin decir nada. Kno no apartó la vista de mí, pero tampoco hizo ningún movimiento. Su mirada era intensa, pero no presionaba. No intentaba leerme, no intentaba entenderme a la fuerza. Solo esperaba.

Era un tipo de paciencia extraña, una que no estaba acostumbrada a recibir.

El corazón me latía rápido, aunque no sabía si era por la pesadilla que acababa de tener o por el beso que había sucedido segundos antes.

Kno me miró con el ceño ligeramente fruncido, como si intentara leer lo que pasaba dentro de mí. Pero no presionó, no preguntó.

Simplemente exhaló despacio y volvió a recostarse, con el brazo aún alrededor de mí, sosteniéndome en su calor.

Inspiré profundo, tratando de calmar mi propia respiración. La sensación de su abrazo seguía ahí, cálida y real, pero no me moví. No tenía la energía para hacerlo.

—Deberías dormir —murmuró Kno después de un largo rato.

Su voz era baja, apenas un susurro.

Asentí, aunque el sueño no vendría fácilmente. Lo sabía. Pero intentarlo era mejor que quedarme atrapada en mis pensamientos, reviviendo el pasado con cada parpadeo.

Kno también se acomodó mejor en su lado de la cama, aunque su brazo seguía cerca de mí. No demasiado, solo lo suficiente para que supiera que estaba ahí. Que si quería, podía aferrarme a él otra vez.

Cerré los ojos.

La habitación estaba en penumbras, pero no era completamente oscura. Un resplandor pálido entraba por la ventana, deslizándose por el suelo y tiñendo las sombras con un tono azulado.

El viento soplaba afuera. Lejos, el ruido de un auto pasando rompió momentáneamente la quietud de la noche. Mi respiración se volvió más lenta.

La sensación del miedo seguía allí, instalada en mi pecho como un peso inamovible. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no estaba completamente sola con él.

No sé cuánto tiempo pasó. Solo sé que, en algún momento, mi cuerpo cedió al cansancio. Y dormí.

***

El sonido de la lluvia golpeando la ventana me despertó.

No supe en qué momento había empezado a llover, pero el ritmo de las gotas contra el cristal era constante, hipnótico. Abrí los ojos lentamente.

Por un momento, me sentí desorientada. El techo de la habitación no era el mío. La sensación del colchón debajo de mí era diferente. Pero entonces lo recordé.

La noche anterior.

El beso.

El miedo.

Kno.

Me giré levemente.

Él seguía allí, dormido, con el rostro relajado y la respiración tranquila. Por un instante, lo observé. Había algo extraño en verlo así, tan quieto. Como si, por primera vez en mucho tiempo, no llevara encima el peso de tantas preocupaciones.

Su cabello estaba ligeramente revuelto, y su expresión no tenía la dureza habitual que solía tener cuando estábamos despiertos.

Era una versión de él que no había visto antes.

Y, de algún modo, me hizo sentir más pequeña.

No supe cuánto tiempo me quedé así, simplemente mirando la forma en que su pecho subía y bajaba con cada respiración.

Pero eventualmente, el sueño volvió a reclamarme.

Y esta vez, fue un poco más fácil rendirme a él.

El sonido del despertador me sacó abruptamente del sueño.

Parpadeé varias veces, tratando de despejar la neblina en mi mente. Me tomó unos segundos recordar dónde estaba. La habitación de Kno. La noche anterior. Todo.

A mi lado, Kno gruñó algo inaudible y apagó la alarma con un movimiento perezoso. Se pasó una mano por la cara antes de entreabrir los ojos y mirarme.

—Buenos días —murmuró con voz ronca.

No respondí de inmediato. Mi cabeza aún pesaba con los restos de la pesadilla de anoche y claramente en el beso.

—Buenos días —conseguí decir al final, aunque mi voz sonaba más baja de lo habitual. Me sentía mareada, un poco de mi no estaba del cien porciento bien. Me aterraba mi alrededor.

Kno me estudió por un segundo más, como si estuviera decidiendo si preguntar algo o no. Finalmente, suspiró y se sentó en la cama.

—Tenemos que irnos —dijo.

Asentí.

Nos preparamos en silencio. El ambiente entre nosotros era extraño, pero no incómodo. Era como si ambos supiéramos que había cosas que necesitaban decirse, pero ninguno estaba listo para pronunciarlas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.