Nunca pensé que llegaría este momento. Estaba parada en medio de la sala de la casa de Kno, rodeada de cajas con mis cosas, con el corazón latiéndome más rápido de lo que quería admitir. En verdad tenía miedo de este comienzo.
Mis dedos se aferraban a la manija de mi maleta, como si una parte de mí aún no estuviera lista para soltar mi antigua vida. Miré a mi alrededor, dejando que el ambiente se impregnara en mi mente. Ya había estado aquí muchas veces antes, pero esta vez se sentía diferente.
Esta vez, era mi hogar también.
—No tienes que estar tan tensa —la voz de Kno me sacó de mis pensamientos.
Giré mi cabeza y lo vi apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa ligera en el rostro. Me observaba con paciencia, como si supiera exactamente todo lo que pasaba por mi mente.
—No estoy tensa —mentí, aunque la manera en que mis hombros estaban rígidos me delataba.
Kno soltó una risa suave y se acercó.
—Ellie... —Tomó mi maleta de mis manos con tanta facilidad como si pesara nada—. Lo que sea que esté pasando por tu cabeza, déjalo ir. Ya estás aquí. Estamos juntos.
Lo miré a los ojos, tratando de encontrar las palabras correctas.
—Es solo que... —Hice una pausa, suspirando—. Me cuesta asimilarlo. Pasé tanto tiempo sola, con miedo de lo que vendría después, que ahora que estoy aquí, con alguien que realmente me quiere, me cuesta creerlo.
Kno dejó la maleta en el suelo y tomó mis manos.
—No tienes que creerlo de inmediato. Solo tienes que vivirlo. Día a día, paso a paso. No hay prisa.
Asentí, sintiéndome un poco más tranquila.
—Está bien. —Forcé una pequeña sonrisa—. Supongo que lo mejor será comenzar a desempacar.
Kno sonrió de lado.
—Esa es la actitud.
Empezamos a abrir las cajas juntos. Algunas de mis cosas encontraron su lugar fácilmente, otras no tanto. Kno insistía en que pusiera todo donde quisiera, pero yo sentía que estaba invadiendo su espacio.
—Puedes poner tus libros aquí. —Me señaló una repisa vacía en la sala—. Pensé que te gustaría tenerlos a la vista.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Dejaste un espacio para mí?
—Por supuesto. —Se encogió de hombros, como si fuera lo más obvio del mundo—. ¿Qué tipo de persona sería si no hiciera espacio para la persona con la que quiero compartir mi vida?
Lo miré fijamente, sintiendo que una parte de mí se derretía con sus palabras.
—Eres demasiado bueno para mí.
Kno sonrió y se acercó, apoyando su frente contra la mía.
—No, solo soy bueno para ti.
Cerré los ojos por un momento, respirando su esencia, dejándome llevar por la calidez que me brindaba.
—Te quiero, Kno.
—Yo te quiero más, Ellie.
Me besó con dulzura y me permití creer que este sí podía ser el comienzo de algo bueno. Algo nuestro.
La noche cayó sobre nosotros con una suavidad indescriptible. No sé en qué momento dejamos de desempacar y simplemente nos dejamos llevar por el ambiente que nos envolvía.
Estábamos en la habitación, iluminados solo por la tenue luz de la lámpara de la mesita de noche. Kno estaba frente a mí, con esa mirada intensa que hacía que mi piel se estremeciera sin siquiera tocarme.
—¿En qué piensas? —su voz era un susurro ronco.
Tragué saliva, sintiendo mis mejillas arder.
—En que esto se siente... diferente.
—¿Diferente cómo? —Se acercó un poco más, sus dedos rozando mi mejilla con una ternura que me hizo cerrar los ojos.
—Como si fuera la primera vez que realmente quiero que pase —admití, sintiendo cómo mi respiración se volvía inestable.
Kno no dijo nada, solo deslizó su mano hasta mi nuca, acercándome a él con una lentitud desesperante.
El primer roce de sus labios fue apenas un suspiro sobre los míos, una caricia etérea que me hizo aferrarme a su camisa como si temiera que se desvaneciera.
—No hay prisa —susurró contra mis labios—. No tienes que hacer nada que no quieras.
Pero yo quería.
Quería sentirlo. Quería entregarle cada parte de mí que aún no había sido tocada por la confianza, por el amor sincero.
—Lo quiero, Kno —murmuré, sintiéndome vulnerable y, al mismo tiempo, extrañamente segura.
Su beso se volvió más profundo, más necesitado. Sus manos se deslizaron por mi cintura, atrayéndome hacia él con una calidez que hacía que cada rincón de mi cuerpo despertara.
El mundo se redujo a su respiración entrecortada, a la manera en que su piel se sentía contra la mía cuando, sin darnos cuenta, fuimos dejando caer las barreras, capa por capa.
Cada roce, cada susurro entrecortado, cada mirada cargada de algo más que deseo, me hacía darme cuenta de que esto no era solo un momento. Era una promesa silenciosa.