Los días habían pasado con una tranquilidad inusual. Mi vida junto a Kno se estaba acomodando poco a poco, como si finalmente estuviera encontrando un equilibrio. Él seguía siendo atento, dulce y, sobre todo, mi refugio cuando las sombras del pasado intentaban alcanzarme.
Pero justo cuando creía que todo marchaba bien, el destino decidió jugarme una nueva carta.
El timbre del negocio sonó mientras organizaba algunos papeles en la caja registradora. Estaba revisando las cuentas del día cuando la puerta se cerró detrás del nuevo cliente.
—Bienvenido a... —mi voz se apagó en el instante en que lo vi.
Era él. El chico de la Universidad Mayor Forense.
Alto, de complexión fuerte y con esa mirada de ojos claros que, de alguna manera, siempre me había provocado algo extraño... No miedo, tampoco nerviosismo. Era una sensación diferente, una especie de tranquilidad desconocida, como si su sola presencia fuera suficiente para disipar cualquier inquietud.
Él me reconoció al instante.
—Ellie —dijo, con ese tono pausado y seguro que recordaba muy bien.
Mis dedos se crisparon sobre los papeles. No esperaba verlo aquí, no después de tantos años, después de haber egresado y de que mi vida tomara un rumbo completamente diferente.
—Vaya... Cuánto tiempo —respondí, forzándome a sonreír.
—Mucho tiempo —asintió con una leve inclinación de cabeza—. No esperaba encontrarte aquí.
Solté el aire sin darme cuenta de que lo estaba conteniendo.
—Es mi negocio. Lo abrí después de unos meses de mi llegada.
—Lo supe —respondió sin apartar su mirada de la mía—. Te he seguido la pista... de lejos.
No supe cómo sentirme ante esa confesión. ¿De lejos? ¿Por qué?
—¿Quieres tomar algo? —pregunté, señalando el menú, intentando desviar el tema.
Él sonrió de lado, como si entendiera que necesitaba espacio.
—Un café negro estará bien.
Asentí, girándome para prepararlo. Aún podía sentir su mirada sobre mí, analizándome, como si estuviera tratando de descifrar en qué había cambiado desde la última vez que nos vimos.
Cuando coloqué la taza sobre la mesa, él la tomó con calma, observándome antes de hablar.
—Sabes... aún me acuerdo de la primera vez que te vi en el concurso de la universidad —comentó, como si estuviera sacando un recuerdo del fondo de su memoria—. No parecías pertenecer a ese lugar.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo así?
—Eras diferente —su tono era tranquilo—. No en el sentido de que no encajaras, sino... en la forma en que mirabas a los demás. Como si estuvieras buscando algo más allá de lo que te enseñaban.
Bajé la mirada hacia mi taza de café, removiendo el líquido con la cucharilla sin razón aparente.
—Supongo que siempre fui así —murmuré.
—Sí... —Hizo una pausa antes de añadir—: Y aún lo eres.
Levanté la mirada y nuestros ojos se encontraron de nuevo. En ese momento, me di cuenta de que este encuentro no era una simple casualidad.
Algo estaba a punto de cambiar. Lo sentí en el aire, en la forma en que su presencia removía algo dentro de mí. Y no estaba segura de si estaba lista para enfrentarlo o quizás solo sea un recuerdo andante que luego tendrá que desaparecer.
Tomé aire y solté un suspiro antes de apartarme lentamente de la mesa. Sentía su mirada clavada en mí mientras me alejaba, pero no me permití voltear. No quería ver si sonreía, si me seguía con los ojos o si intentaba decirme algo más.
No.
No debía permitir que la presencia de alguien del pasado desordenara mi presente.
Fui directo a la barra, concentrándome en las cuentas y en la lista de pedidos pendientes. Fingir que no había pasado nada siempre era más fácil que detenerme a pensar en ello.
Apreté los labios al escuchar pasos acercándose. Kno.
No necesitaba mirarlo para saber que había notado la interacción. Su presencia se sintió diferente, más pesada, cargada de una tensión silenciosa. Su sombra se posó sobre mí, y aunque no dijo nada al principio, su sola cercanía hizo que mi corazón latiera con más fuerza.
Sabía que estaba molesto. O quizás lo esté entendiendo mal.
No lo demostraba con palabras ni con gestos obvios, pero su silencio decía demasiado.
—Todo bien —murmuré para mí misma, tomando una libreta y fingiendo revisar algunas cosas.
Pero no. No todo estaba bien.
No me giré para verlo, pero sentí su mirada sobre mí, quemándome la piel. Kno tenía esa manera de observar las cosas que no le gustaban, sin decir mucho, sin estallar, pero dejando claro que algo no estaba en su sitio.
El chico aún seguía en su mesa.
Apreté el bolígrafo entre mis dedos y respiré hondo. No iba a hacer esto más complicado. No tenía que hacerlo.
—Ana, ¿puedes cobrarle a la mesa del fondo? —le pedí a una de las chicas que trabajaba en la cafetería.