::Talía's POV::
-¿Habías hecho eso antes? -me pregunta la vampira.
-¿El qué? -susurro asustada.
-Bueno, tus ojos se han vuelto amarillos y has empujado a Conor, el cual es un vampiro de más de doscientos años con una fuerza sobrenatural bastante significativa. Es obvio que tu también lo eres. Sobrenatural, me refiero.
La miro con los ojos abiertos de par en par. Nunca me había pasado algo así. Esto es de locos. De repente un vampiro me rapta y me dice que soy una bruja, si no algo peor.
-No, nunca me ha pasado -susurro y desaparece.
Se esfuma y tan pronto como parpadeo ya no está. Me levanto y corro hacia la salida, pero algo sale de la nada y me golpeo contra él. Es el otro vampiro, el de los ojos turquesa. En cuanto me doy cuenta de que es él, comienzo a andar hacia atrás, vacilando. Pero el vampiro se pone a menos de un centímetro de mí en un segundo, y caigo de culo. Afortunadamente, antes de que toque el suelo, la criatura me coge y sonríe, dejando a la vista sus caninos.
-Tranquila, niña. No te puedo hacer daño: órdenes de Rosaly por el momento -gruñe imitando un tono dulzón.
Me intento zafar de sus manos, pero como antes con Conor, no obtengo resultado. De repente noto cierta humedad sobre mis mejillas, y me doy cuenta de que estoy llorando. Me acurruco contra el... vampiro y noto cómo se tensa. Ni siquiera sé por qué lo he hecho.
-Mis padres -susurro-. No pueden saber nada de mí.
Una imagen de mi padre golpeándome nubla mi mente, seguida de otra de mis hermanos riéndose de mí.
-¿Quiénes son tus padres? -inquiere Marco.
-Roberto Duque y Sonia Aguilar -decir sus nombres me cuesta trabajo, y el vampiro lo nota.
-Vamos a sentarnos -dice y en menos de un segundo me encuentro en el sofá.
-Estoy asustada -susurro.
-No tienes que estarlo. Quiero decir, no todos somos como Conor. Al menos por ahora -me dice con una sonrisa que no alcanza sus ojos turquesa.
-¿Por ahora?
-Sí, bueno, yo solía ser como él. De hecho nos conocimos en una fiesta de depredadores.
-¿Qué te hizo cambiar? -pregunto en voz baja, imaginándome a Marco desgarrando el cuello de alguna chica.
Una triste sonrisa cruza su rostro.
-Es una larga historia.
Asiento y me bajo las mangas de mi rebeca. En ese momento aparece Conor por la puerta, y su fría presencia me congela. Pobre aquella chica...
-¿Qué tal con nuestra invitada? -pregunta con una sonrisa torcida.
-La asustas, idiota -contesta Marco devolviéndole la sonrisa.
-¿Te asusto, little witch? -inquiere acercándose.
Yo solo puedo mirarlo a los ojos, paralizada. Sus ojos azules miran a través de mi ser y me estremezco. Una gota de sudor frío cae por mi frente.
-¿Tienes calor, brujita? -inquiere y niego-. Déjame quitarte esa rebeca -dice conforme se me acerca, y Marco me sujeta inmovilizándome.
Miro a este último con pavor, preguntándole con la mirada por qué se pone de su parte ahora, cuando hace unos minutos me había dicho que no todos los vampiros eran tan despiadados como Conor. Él simplemente se encoje de hombros, y posa la mirada en su amigo. Conor se sienta ahora en el sofá ocupando el lugar de Marco, que acaba de desaparecer.
-Quítate la rebeca -me ordena, mirándome a los ojos.
Mi cerebro no lo piensa y me incorporo para quitármela, pero entonces me doy cuenta de lo que voy a hacer y me quedo quieta. No puedo dejar mis brazos al descubierto. No después de las marcas que los surcan. Sumida en mis pensamientos, no me doy cuenta de que la rebeca ha desaparecido, y que ahora descansa en el otro lado de la habitación. ¿Qué demonios? Ni siquiera lo había sentido. Me cruzo de brazos pero es demasiado tarde: Conor ya ha visto mis muñecas. Me mira a los ojos con expresión indescriptible y esta vez no aparto la mirada.
-¿Puedo ver tus brazos? -pregunta, con expresión curiosa.
-No -niego y me acurruco en el sofá.
Pero nadie le impide que se abalance sobre mí y me coja un brazo bruscamente. Chillo y es cuando me percato de que uno de los cortes más recientes se ha abierto, dejando que la sangre fluya por mi brazo. Abro los ojos como platos, mirando a Conor. Sus ojos observan hipnotizados mi sangre, y noto cómo sus colmillos se alargan y sus ojos se enrojecen. Su rostro me asusta y de un manotazo aparto mi brazo. Suelta un bufido y se lanza hacia mi cuello: siento como si agujas lo taladraran, y es entonces cuando me dejo llevar por esta sensación de cansancio. El dolor del cuello empieza a desvanecerse y es reemplazado por un pesar que me arrastra hacia la oscuridad.