Dos corazones de hielo

9.2; Mi vida, una mentira

::Conor's POV::

Oscuridad. Es lo único que veo cuando acaba esta tortura. He escuchado cada uno de los pensamientos de Talía, o eso creo. Sus hermanastros, sus padrastros, todos han pasado por mi mente en forma de voces ensordecedoras.

Me siento exhausto tanto física como mentalmente, y sigo sumido en una especie de noche sin estrellas. Abro los ojos lentamente, encontrándome en una habitación amplia y sin mucha ornamentación. Me incorporo en la cama y me llevo la mano a la nuca, estirándome. Hacía tiempo que no dormía, y ya casi no recordaba lo bien que se siente el despertar. Inmediatamente, la pelirroja viene a mi mente, acompañada de todos sus pensamientos, todo lo que ha pasado. Ya no puedo sentir su mente rozando la mía, casi unidas en una sola. Entonces recuerdo sus delgados brazos, y la sangre corriendo por estos, pero nada más. Después de eso todo se volvió un borrón, y empiezo a cuestionarme si pude controlarme.

Me levanto de la cama, salgo de la habitación y, justo cuando voy a bajar las escaleras, el sonido de un corazón inunda mis oídos, y al instante sé que es el suyo. Cauteloso, me dirijo hacia la habitación de donde provienen los latidos, y abro la puerta sin hacer ruido. En una cama de sábanas rosa pálido, se encuentra Talía, tendida en ella cual princesa esperando a ser despertada.

Me acerco y me arrodillo a su lado, observando su rostro relajado. Pequeñas pecas surcan sus mejillas, dándole un toque aniñado a sus facciones, y su piel está tan pálida que, si no fuera por que escucho su corazón latir, pensaría que está muerta. Poso la vista en sus antebrazos vendados, y la culpa me golpea. Sé que no había otra alternativa, pero aún así no puedo dejar de sentirme culpable por haberle hecho daño.

Este sentimiento me preocupa, y demasiado. No debería sentir nada. No debería preocuparme por nada, pero con Talía todo se ha vuelto diferente.

Vuelvo a mirar su cara, y sus ojos empiezan a abrirse lenta y perezosamente. Cuando me ve se sienta despacio en la cama y permanece callada mirándome. Pero ahora sus ojos no muestran miedo, sino empatía. Aún así, sus mejillas comienzan a humedecerse con las lágrimas que empiezan a deslizarse de sus bonitos ojos. Me siento a su lado e intento decirle que todo está bien, que no se preocupe por nada, pero las palabras no llegan a mis labios.

Así que, vacilando, la atraigo entre mis brazos y ella no opone resistencia. Pega su cabeza a mi pecho y llora silenciosamente, mientras yo acaricio su cabello, jugando a enrollarlo entre mis dedos.

-¿Quién era ella? -pregunta una vez se ha calmado un poco.

-¿A qué te refieres?

-La vi, la mujer. Estaba enferma, ¿no es cierto? -insiste.

El doloroso recuerdo de mi madre me parte el corazón. Tantos años sin acordarme de ella, que ahora el sentimiento se ha intensificado. Comienzo a recordar sus dulces palabras de buenas noches, sus caricias, sus sonrisas... su enfermedad. La misma que le arrebató la vida, y que desató la ira de mi padre contra mí. Él estaba hundido, y, no encontrando la forma de desahogar sus penas, la buscó en mí. En cada golpe que me asestó, y en cada llanto que me provocó, intentando que mi dolor igualara al suyo. Pero lo que él no sabía es que mi madre era mi apoyo, y sin ella, yo pendía de un hilo que él cortó de golpe, haciendo que cayera contra el frío y duro suelo. Yo tan solo tenía nueve años, pero eso a él parecía no importarle.

Separo a Talía de mí, angustia oprimiendo mi pecho de repente. Hacía tiempo que no me sentía así. La pelirroja me mira esperando a que diga algo, pero en vez de eso agacho la cabeza, avergonzado de mí, de mi falta de valor en momentos cruciales. Y es que siempre he mantenido enterrados mis sentimientos, mis recuerdos y todo lo que me une de alguna forma a mi antigua vida, a mi antiguo yo.

-Era mi madre -consigo decir mirando a un punto fijo en la pared.

-Lo siento... -murmura Talía, dándose cuenta de mi abrupto cambio de humor.

-No lo sientas, no fuiste tú quien la mató, sino una enfermedad cuyo nombre ni siquiera conozco.

Talía se queda en silencio y aprovecho para mirarla a los ojos, que observan, sin brillo, los míos.

-Yo también escuché a tus padres, y a tus hermanos -le digo.

-No son mis padres, ni mis hermanos. Nunca lo han sido, ni siquiera han pretendido serlo durante una mínima parte de mi vida. Me robaron cualquier ilusión que alguna vez tuve, y me es imposible no querer vengarme. Cuando los vi en la tele, Conor, la rabia que sentí... no es comprable a nada que haya experimentado. Porque a una niña de seis años no se le niega celebrar su cumpleaños, ni se le dice que su madre la abandonó porque no la quería. Toda mi vida ha sido una mentira en la que las cosas se han repetido reiterativamente. Y no estoy dispuesta a dejar que esto continúe durante mucho tiempo. Quiero averiguar todo sobre mí, quiero conocerme a mí misma.

Las palabras de Talía me sorprenden, ya que nunca la había escuchado hablar así. Su boca se aprieta en una fina línea y pasa una mano por sus ojos, retirándose las lágrimas que se acumulan en estos. Entonces le cojo la cara con una mano, obligándola a que me mire.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.