Dos corazones de hielo

11.2; Lobos que juegan sucio

::Conor's POV::

Miro hacia atrás cuando vuelvo a oír el sonido de hojas crujiendo. Les hago un gesto a los demás para que paren, y estos, tras fruncir el ceño, me obedecen. Justo estábamos caminando hacia el coche, cuando he empezado a escuchar ruidos extraños. Agudizo el olfato y el oído, este último mucho más desarrollado, y entonces lo capto, esos latidos propios de un hombre lobo.

-¡Sal, cobarde! -le grito-. Vamos, Héctor, ¿vas a seguir escondido por mucho tiempo? -digo riéndome ante su actitud de cobarde.

Pero, en vez de ser Héctor el que sale de entre los arbustos, se trata de otro hombre lobo al que me suena vagamente haberlo visto en la manada del alfa.

-¿Y tú quién diablos eres? -le pregunta Rosaly cuando lo ve.

-Soy Bruno, de la manada de Héctor.

-¿Y se puede saber por qué no estás con ese traidor? -cuestiona Marco.

-Expresamente porque no quiero que me llamen de igual forma. Mi única intención es revelaros los planes de Héctor. No quiero defraudar a Magda -habla pausadamente.

Miro a la bruja, que asiente con la cabeza, su mandíbula apretada.

-Dime, pues, por qué Héctor quiere llevarse a Talía y quién se lo ha ordenado -dice.

-Se llama Dante. Es el lobo que precede al Alfa Tomás.

-¿Por qué? -intervengo en la conversación.

-Tom no sabe nada sobre Talía, eso ya lo sabes, Magda. Por tanto, si se entera de la existencia de su hija, ella será la próxima alfa de la manada. Pero, por el contrario, si nunca descubre que tiene descendencia, el predecesor de la manada sería Dante.

El ceño de Talía se frunce mostrando su inocente confusión.

-¿Y dónde entra Héctor en esto? -pregunto intentando atar cabos.

-Héctor y Dante son viejos amigos, y este último se enteró de la existencia de Talía gracias al otro. Ambos han estado planeando esto durante meses, ya que Dante compartiría el liderazgo de los lobos de Tom con Héctor, y así juntarían las dos manadas, creando una mucho más poderosa que la original de Tomás -explica, y todo cobra sentido.

Cuando termina de hablar, todos nos miramos sin saber qué hacer o qué decir.

-Deberíamos salir ya, de aquí a dónde reside Tom hay unas seis horas y media-propone Magda.

-¿Dónde demonios vive? -farfullo.

-En Galicia -me responde la bruja y resoplo.

-¿No podemos simplemente teletransportarnos? -pregunta Talía, y su ignorancia hace que suelte una pequeña carcajada.

-Algunos vampiros, no todos -digo mirando a Marco, incapaz de hacerlo-, podemos teletransportarnos, pero solo en un perímetro de unos veinte kilómetros como mucho.

-Entiendo -repone, asintiendo.

-¿Tú no vienes, verdad? -le pregunta Magda a Bruno, que niega con la cabeza.

-Solo cabéis cinco en el coche -responde esbozando una leve sonrisa.

-Tienes razón. Muchas gracias por tu lealtad, Bruno -le dice la bruja.

-No hay de qué -murmura y se marcha.

Entramos en el coche: Magda conduciendo, yo en el asiento de copiloto, y Talía, Marco y Rosaly en los asientos de atrás. El viaje es tranquilo, ya que ocupa parte de la noche y la joven híbrida se duerme, su cabeza descansando en el hombro de Marco. Los paisajes cada vez se tornan más verdes y húmedos, y Talía se acurruca un poco más contra el vampiro. Se ve tan dulce cuando duerme... Su pecho asciende y desciende pesadamente, y sus labios entreabiertos se cuelan en mi cabeza, haciendo que juegue con la imaginación. Sin embargo, paro al instante, recordando que tan solo tiene dieciséis años. Esa edad tan delicada, en la que todavía no se sabe con exactitud si es una cría o una mujer, en la que, a veces, parece mayor pero, otras, una niña pequeña, o en la que simplemente no sabe lo que quiere y se enfada con el mundo, que está en contra de ella. Supongo que en este caso, el mundo sí que está contra Talía.

Después de seis horas y cuarto, llegamos a Galicia, perseguidos por el amanecer, que nos pisa los talones. Aquí todo es campo, y no puedo evitar compararlo con Inglaterra, con los prados en los que solía jugar con mi hermano al escondite, a los que iba para llorar después de que mi padre me hubiera pegado una paliza. Era tan débil, tan niño...

Magda para el coche delante de varias casitas aisladas en mitad de una pradera, solitarias, como el sol en el cielo. Sin una tienda o una gasolinera cerca, sin nada. Talía se despierta y mira con curiosidad por la ventana.

-Ya hemos llegado -anuncia Magda.

Nos bajamos del coche y estiramos nuestra espalda, cansada de estar inmóvil tanto tiempo. Andamos hasta una de las casas, la más grande y pintada de un color rojizo. Magda se adelanta y pega con los nudillos en la puerta de madera entablillada. Después de varios segundos sin respuesta, esta se abre despacio.

-¿Magda? -pregunta confuso un hombre.

Un hombre robusto, alto y de cabellos castaños y cortos, con unos ojos que reconocería hasta con un mar de por medio: unos ojos del más profundo verde esmeralda, idénticos a los de Talía.




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