Gabriela
Un año demasiado largo, un verano que parece eterno y un sol que ahora mismo me está matando, eso y claro, los zapatos que llevo, bien los niños me lo advirtieron, pero no quise hacerles caso, me detengo cuando continuar parece más una tortura y respiro hondo, mis hijos ni siquiera se han percatado de que me he detenido, ellos tienen energía, van corriendo frente a mí mientras yo estoy sudando como si la vida se me fuera en ello, me siento sucia, cansada y sí, odio el lugar.
—Mamá ya estamos llegando —habla mi pequeño travieso abriendo los brazos.
—¿Ves por qué debiste venir aquí antes? —mi pequeña se cruza de brazos sonriendo —ahora supieras el camino
—O quizás era mejor tomar un auto
—Pero no tenemos dinero —él me recuerda la triste realidad en la que ahora vivimos, ¿cómo fue que pasamos de ser una de las familias más ricas a no tener ni siquiera una casa? Ah si, mi querido esposo jugaba y perdía todo el dinero, nos dejó en la ruina, solo con deudas y enemigos, suspiro mirando como mis zapatos se han ensuciado y maldigo en voz alta, son los únicos zapatos caros que me quedan.
—Debo descansar —ambos bufan —pequeños no tengo la misma energía que tienen
—Quítate los zapatos mamá —miro mal a Adriana y ella sonríe —no vas a morir por ello —ruedo los ojos, a ellos les gusta el campo, yo odio este y más en verano.
—Por una vez voy a hacerles caso, que no se vuelva costumbre —digo sonriendo y me empiezo a quitar los zapatos, al hacerlo ellos salen corriendo, grito que paren, pero no obedecen y me toca correr detrás de ellos, es realmente molesto, siento la tierra en mis pies y entonces, no sé con qué tropiezo, pero aterrizo literalmente en el suelo, un suelo mojado que llena mi ropa de barro y ahora solo tengo ganas de llorar.
—¡Abuela! —escucho el grito de Charles y levanto la mirada sin aún levantarme del suelo, entonces veo la enorme casa de madera y a los niños abrazando a su abuela, la madre de mi esposo, con quien nunca tuve la mejor relación porque siempre me dijo que era una niña mimada y ahora me toca por mis hijos vivir aquí, en un rancho lleno de animales, lodo por todos lados y un calor que parece un horno, sin mucho ánimo me levanto del suelo, las ganas de llorar se hacen más grandes al mirar mi ropa blanca llena de barro, también los gemelos me dijeron que no usara nada blanco, pero nunca había venido a este lugar y ahora sé que no me perdí de nada bueno.
—Gabriela —aprieto mis dientes cuando me pongo de pie y mi mirada queda fija en la suya, la señora sonríe como si le divirtiera mi situación —al fin vas a conocer mi casa —comenta, yo solo puedo mirar la ropa que trae, ropa de trabajo, de campo y tan solo pensar que tengo que usar esa ropa ya me estresa.
—Señora yo —sin esperarlo ella solo me abraza y me quedo congelada en mi sitio sin hacer nada
—Sé todo lo que pasa, es culpa de mi hijo que estés en esta situación Gabriela —sus manos van a mi rostro —mi hijo se casó contigo y se hizo cargo de los gemelos, pero no cuidó de ustedes, ahora los ha dejado sin nada, solo con deudas y pido perdón por eso.
—No tiene que pedir perdón —le sonrío
—Tú y mis nietos son bienvenidos aquí en la finca, ahora ustedes tres son lo único que me queda de Alonso.
—Solo estaremos el verano —digo mirando hacia los niños que ya caminan hacia la casa —luego deben volver a la escuela y este lugar
—Sé que no te gusta —ella ríe alejándose unos pasos —pero intentaré que este verano lo ames y veré si puedo convencerte de quedarte —sonrío.
—Ya veremos —ella sonríe como si aceptara un reto y luego toma mi brazo, juntas vamos hacia la enorme casa.
Permanezco acostada en mi cama mirando el techo mientras pienso, este lugar ni siquiera me da hambre, bufo al darme cuenta de mi horrible situación y luego me pongo de pie, necesito hacer algo aunque odie el trabajo, pero no quiero pasar más de dos meses en este lugar y pensando en eso salgo de la habitación, no veo a los niños por ningún lado y suspiro, seguro ya están donde los animales y ni por curiosidad pasaré por ahí.
—Adelante —cuando escucho la voz de Alondra empujo la puerta y entro a su despacho, ella sonríe.
—Aceptó darme una casa y aquí estamos —ella asiente y tomo asiento —debido a las deudas de su hijo tuve que vender la casa —baja la mirada avergonzada —pero no quiero vivir aquí toda mi vida —Alondra me mira —por eso tengo una oferta que hacerle —pongo mi mejor sonrisa.
—Te escucho Gabriela
—Puedo trabajar —una de sus cejas se alza —estaré todo el verano aquí y trabajaré para usted y a cambio quiero una sola cosa —ella me mira con curiosidad —una casa a nombre de mis hijos en la ciudad, quiero que ellos estén seguros —Alondra se mueve en su silla.
—Gabriela dime algo —mira mis ojos —las personas a las que mi hijo le debía
—Les pagué a casi todas
—¿Estás aquí en medio de la nada escondiéndote del resto? —aprieto mis dientes
—No debe preocuparse de nada —sonríe
—Ellos son mis nietos, me preocupo, tu oferta me agrada —sonrío
—Estudié economía —digo sin dejar mi sonrisa —puedo ayudarla con las cuentas de la finca y
—Te daré una casa y el dinero que aún debes —la miro confundida —supongo que tienes un plazo para pagar —asiento con lentitud —trabaja estos dos meses aquí y te daré eso —mi sonrisa aumenta.
—Acepto —soy rápida en hablar y ella deja un papel frente a mí, es un contrato de trabajo, la miro más confundida aún, ¿ya lo tenía preparado?
—Pero no necesito a alguien que haga cuentas ni que dirija, ya tengo a alguien que se encarga de todo —la miro
—¿Y qué quiere que haga? —la pregunta sale con más miedo del que debería, Alondra sonríe
—Tendrás que hacer todo lo que el jefe te pida y eso implicará sembrar, cosechar, estar en el campo, atender animales, limpiar, en fin —se pone de pie —todo lo que una finca necesita —siento como mi corazón comienza a acelerarse pero por puro pánico.