Santiago
Encontrarla justo aquí es lo último que pensé que pasaría, es más, nunca pensé que me iba a encontrar con ella. Salgo de la casa hecho una furia y cargado de rabia, ¿por qué está aquí? Algo es claro, no quiero que esté cerca de mí, sin pensar en nada subo a mi camioneta y comienzo a conducir, sé que Alondra no merece que esté así, ella me necesita para sacar adelante sus tierras, pero ahora lo que me pide es imposible a pesar de que nunca me he negado a nada, para mí, sus palabras son leyes, pero ahora... ahora todo cambia y cuando ya no puedo seguir conduciendo freno de golpe, justo cuando el camino acaba y bajo de mi auto, frente a mí está mi lugar favorito, un bonito lago en donde los problemas siempre desaparecen, pero ahora solo recuerdo el pasado. Tomo asiento en la tierra recordando cada cosa, sus palabras, su rechazo, su cruel manera de decirme que no valía nada y ahora después de tantos años ella vuelve a estar frente a mí, en donde creí que podía tener mi vida, para mí este lugar siempre ha sido un paraíso, pero ahora el diablo está en él. Escucho el sonido del auto, sé que ya he pasado demasiado tiempo aquí y luego siento los pasos.
—Me encantaría pedir una explicación —es Alondra quien habla, pero ni siquiera la miro —y siendo sincera la quiero Santiago, ¿de qué conoces a Gabriela? —ahora solo se escucha el sonido del agua y los pájaros, luego Alondra se sienta a mi lado —has sido un hijo para mí, cuando llegaste aquí
—Solo debe verla —la miro —no la conozco, pero de solo verla se nota que respira arrogancia y suda amor por el dinero, está en un campo en medio de la nada, ¿y ya vio los zapatos que trae puestos? —río —o mire sus manos —bufo —se nota que nunca tan siquiera ha limpiado una cazuela —dejo de mirarla.
—Es la primera vez que me mientes —aprieto mis dientes —es claro que conoces a mi nuera
—¿Su nuera? —mi ceño se frunce cuando la miro
—Mi hijo murió hace unos meses Santiago, ella estaba casada con él, pero mi hijo solo le dejó deudas y enemigos, por eso Gabriela está acá —sonrío dejando de mirarla y si, me alegro de que la esté pasando mal —y es la primera vez que te veo feliz con la desgracia de alguien —bufo poniéndome de pie, ella me conoce demasiado bien.
—¿Quiere la verdad? —Alondra también se levanta
—Siempre
—Esa mujer a la que llamas nuera —señalo hacia la casa —es falsa y mala y solo piensa en el dinero, es más, creo que solo se casó con su hijo por dinero —ella sigue mirando mis ojos —y sí, la conozco, es parte de mi pasado —una de sus cejas se alza —pero no hablaré más.
—Tengo malas noticias —Alondra se acerca a mí —Gabriela va a quedarse estos dos meses con nosotros y espero que muchos más —aprieto mis puños —y va a trabajar y tú —me señala —serás quien le enseñe y quien le diga lo que debe hacer Santiago
—No puedo hacerlo
—Debes hacerlo —bufo y ella camina hacia su auto sin dejarme otra opción
—No voy a tratarla bien —hablo alto deteniendo sus pasos —me da igual que sea su nuera, seré cruel —Alondra sonríe
—No esperaba menos —me deja confundido y luego sube a su auto, yo respiro hondo pasando las manos por mi rostro, maldita sea, dos meses es demasiado tiempo, pero debo hacer que ella se largue de aquí en menos tiempo y sé cómo conseguirlo.
Cuando detengo el auto escucho el chillido y las risas, mi ceño se frunce y bajo de este, hasta mí llega un balón de fútbol que detengo con mis pies, luego levanto la mirada y los veo, dos niños idénticos, dos pequeños con el cabello negro, la niña es hermosa, tiene unos ojos grises que me recuerdan a... la cabeza comienza a dolerme de solo imaginarlo.
—¿Nos devuelves la pelota? —la pequeña es quien se acerca a mí, delicada, hermosa, su piel blanca y sus pequeñas manos se extienden hacia mí cuando tomo la pelota en mis manos.
—¿O quieres jugar? —pregunta el niño en el que ahora me fijo, también tiene el cabello negro, pero sus ojos son verdes y ahora mismo me parece estar mirando mis propios ojos en un espejo.
—Creo que la pelota no aguantaría una patada mía —ambos ríen y yo sonrío
—Es verdad —la niña suspira —¿por qué eres tan grande? —alzo una ceja —mamá dice que debemos comer verduras para crecer, ¿tú comes verduras? —me pongo a su altura o al menos eso trato porque hasta sentado en el suelo sería más grande que ellos.
—Odio las verduras —los ojos de ellos brillan —a mí me gusta la carne, los dulces y la harina
—A nosotros también —el niño sonríe —pero a mamá no
—¿Cómo se llama mamá?
—Gabriela —escuchar el nombre de la boca del niño me provoca un serio malestar —ella es linda, ya la verás —siento como se revuelve mi estómago mirando a las dos criaturas que tengo en frente, tiene dos hijos, dos hijos hermosos, es claro que ella vivió una buena vida.
—Sigan jugando —lanzo lejos la pelota y antes de que puedan decirme algo camino rápido hacia la casa con el corazón latiéndome muy fuerte, duele, duele como si un martillo estuviera dando golpes en mi pecho y voy directo al despacho de Alondra en donde sé que ella estará.
—Llámela —digo al entrar —pondré las reglas en la mesa —Alondra sonríe y teclea en su teléfono. —pero como dije, seré muy cruel —me cruzo de brazos.
—Solo piensa que mides casi dos metros y tienes más fuerza que el mejor toro que tengo —ella me mira a través de sus gafas —que tu crueldad se quede en palabras Santiago.
—Soy incapaz de hacer daño físico a una mujer —gruño y ella asiente con una media sonrisa porque lo sabe, no entiendo sus palabras.
—Mientras que ella aprenda lo que debe aprender, entonces lo que hagas me da igual
—Alondra me —escucho la voz y luego el silencio, me giro hacia ella que parece desconcertada al verme.
—Seré tu jefe —suelto las palabras con orgullo mirando sus ojos grises que ahora están cargados de miedo y algo más. —y empezaremos mañana mismo.
—¿No puede ser alguien más? —ella mira a Alondra