Gabriela
Quiero que acabe el día, grito eso en mi mente sintiendo que me asfixio, ya ni siquiera me atrevo a salir de la habitación porque tengo miedo de encontrarme con él, no quiero hacerlo, sé que es de cobardes, pero ojalá pudiera ignorarlo todos los días, el problema es que vamos a trabajar mano a mano, cierro mis ojos pensando en eso y me dejo caer en la cama, la cual está caliente por la calor y la habitación parece una sauna, ¡Dios! Jamás pensé que me volvería a encontrar con él y justo sucede aquí.
—Mamá dice la abuela que nos sacará a comer —escucho a Adriana, pero sigo acostada con los ojos cerrados —iremos al pueblo —la miro, no sé por qué a mis hijos les gusta tanto este lugar.
—Pásenla bien —ella se acerca a mí.
—Dentro de poco también te gustará —sube a la cama y sonrío —verás que es bonito —me acomodo para mirarla mejor —tampoco nos gustaba al principio, pero papá —su voz se quiebra un poco, Alonso traía a los niños aquí casi todos los meses, a veces solo pasaban horas o todo un día, pero a los gemelos siempre les gustó.
—Me alegra mucho que te guste estar aquí —digo acariciando su mejilla —y estoy segura de que papá está muy feliz de vernos en este lugar —ella sonríe. —¿Dónde está tu hermano?
—Charles fue a ducharse a la habitación de la abuela, es donde único hay agua caliente —sonrío, claro, es un milagro que en este lugar haya agua caliente en algún lado aunque con este calor tampoco hace falta, pero Charles es Charles.
—Quiero que estén felices aquí mi amor —sonrío —y que disfruten este verano.
—Ya tenemos un amigo —dice con alegría —aunque —bufa —no sabemos su nombre —se queda pensativa y mi sonrisa aumenta.
—¿Qué es? ¿Un caballo o un gallo? —ella niega rápido
—Es grande —habla poniéndose de pie sobre la cama —más alto que papá y con muchos músculos —río con sus palabras —es una persona mamá —alzo una ceja
—¿ah si?
—Y es lindo —ruedo los ojos
—Adriana tienes cinco años y —la tomo de la cintura —tienes prohibido decirle lindo a un hombre —ríe cuando comienzo a hacerle cosquillas
—¡Mamá para! —sigue riendo —solo es un amigo
—¿Lo juras? —detengo las cosquillas y ella asiente agitada —pues quiero conocer a tu amigo —asiente sentándose en la cama
—Está bien
—Ya sabes que tengo que conocer a todos tus amigos y de tu hermano —me pongo de pie, ella rueda los ojos
—Pero es bueno, además, si trabaja aquí es porque es bueno, la abuela dice que no trae a su casa a nadie en quien no confíe —suspiro
—La abuela dice muchas cosas
—Pero nunca miente —sonrío mirando a mi pequeña —te presentaré mañana a nuestro amigo mamá y verás que sí es muy guapo
—Adriana —antes de que pueda ir hacia ella sale rápido de la cama y corriendo se va de la habitación, solo me echo a reír, ¿quién será el pobre trabajador?
Camino sin rumbo fijo bajo las estrellas hasta que le veo, he estado buscándolo en todo el día y justo ahora que la noche cayó le encuentro, me armo de valor y respiro hondo, luego maldigo al sentir la picadura de un mosquito, perfecto, la calor no bastaba, también hay muchos bichos, al verle entrar por una puerta corro hacia él, solo que me arrepiento al sentir el olor y ver los caballos, sin poder dar un paso más me quedo quieta en la puerta mirando su enorme espalda mientras parece recoger algunas cosas.
—Santiago —veo como se tensa cuando sus movimientos se detienen, no sé cómo puede andar con tanta ropa en medio de esta calor
—¿Se perdió? —pregunta y comienza a hacer lo que hacía nuevamente —solo debe salir por la puerta —doy un paso hacia él, nunca he sido cobarde, pero sé que me odia.
—Necesitamos hablar —sigue dándome la espalda —Santiago necesito que hablemos
—No creo necesitar hablar nada con usted —su voz sale realmente dura.
—Ahora estoy aquí, volvimos a encontrarnos luego de tantos años y sinceramente no quiero que mi estadía aquí te afecte —suelto el discurso ya preparado —y mucho menos que tengamos una guerra, yo
—Jamás sería feliz contigo —las palabras me dejan sin habla —¿recuerdas esas palabras? —él me mira y la frialdad en sus ojos forma un nudo en mi garganta
—Santiago yo
—No tienes nada que ofrecerme, eres guapo —sonríe —me gustas, pero nadie vive de amor Santiago —repite como si lo hubiera aprendido de memoria —tu vida es miserable, de lejos da pena, nadie elegiría nunca a un hombre como tú, porque sencillamente no tienes nada que ofrecer salvo tu cuerpo —da un paso hacia mí —mi vida no es junto a la tuya, es junto a personas como yo, con clase —acaba diciendo y siento las lágrimas en mis ojos —oh no —niega con la cabeza —¿recordar te hace llorar?
—Me equivoqué
—¿Y cuándo demonios te diste cuenta? —masculla acercándose más a mí —¿fue cuando llegaste aquí sin dinero y con deudas y viste que no era aquel chico que despreciaste? —gruñe, es claro que las palabras que le dije se han grabado en su cabeza —porque apuesto que cuando tenías todos tus lujos y estabas casada con el padre de tus hijos eras muy feliz, ¿alguna vez pensaste en mí? —siento como las lágrimas salen mojando mis mejillas sin dejar de mirar sus ojos, me encantaría ahora gritar todo lo que tengo dentro, pero... ¿de qué serviría? Solo le daría más razones para odiarme.
—Tienes razón —retrocedo par de pasos —no pensé en ti en todo el tiempo que estuve con Alonso —su mandíbula se tensa con mi mentira —fui muy feliz porque él me daba todo lo que yo quería —sigue muy tenso —y no solo hablo de lo material —pongo el punto final a su herida, Santiago asiente
—¿Entonces por qué demonios llora y viene a mí a hablar del pasado?
—Porque quiero que sigamos fingiendo que no nos conocemos —levanto la cabeza —no es de mi interés que todos sepan que tuve un pasado contigo —mi mente me grita que soy una perra, pero es lo mejor.
—Me parece fantástico —dice cruzándose de brazos, levantando una muralla entre él y yo, una que yo comencé a construir.