Dos motivos para amarte

Capítulo 4: Las reglas

Gabriela

El sol entra por la ventana y refunfuño sin querer salir de la cama, me siento sucia y pegajosa por causa del calor de ayer y la falta de agua, además, mi estómago también pide que me levante, sin mucho ánimo abro los ojos y bufo, ojalá todo hubiera sido una pesadilla, pero no, sigo aquí en esta casa y al poner mis pies en el suelo me doy cuenta de lo mucho que echo de menos la alfombra que antes tenía en mi habitación, suspiro, no debo quejarme más. Salgo de la habitación y el silencio en toda la casa me desconcierta, respiro hondo bajando por las escaleras.

—¿Sabes qué hora es? —escucho la profunda voz que detiene mis pasos y me tenso por completo, miro hacia él que está sentado en un sillón y no me había percatado de su presencia, luego con disimulo miro mi reloj.

—¿8:00? —vuelvo la mirada a él aunque ahora mismo su mirada me quema.

—muy bien, sabes la hora, felicidades —ruedo los ojos y decido ignorarlo

—iré a comer algo —murmuro sin deseos de seguir cerca

—¿A esta hora? —su voz me detiene nuevamente —suerte con eso —mi ceño se frunce y él se pone de pie, luego mira su camisa y pasa una mano por su brazo como si estuviera quitando algo.

—¿De qué hablas? —no me mira, pero es claro que sonríe.

—De que la cocina está cerrada a esta hora —expresa como si nada —y la abuela no está en casa, salió con los niños —sus palabras solo me confunden —así que no hay llave

—¿llave? ¿Para la cocina? —río y sigo mi camino negando, al llegar veo la puerta y cuando voy a abrir —no jodas, ¿por qué no abre? —farfullo más que molesta y claro, con hambre.

—Ya te dije —su voz solo me irrita más y no entiendo por qué me sigue —ayer se le dijo que la hora de despertar era a la 5:30, se desayuna a las seis Gabriela y luego la cocina se cierra —pego mi cabeza a la puerta sintiendo que explotará y sé que él lo disfruta, se escucha en su voz.

—tiene que ser una broma —murmuro más para mí que para él.

—Se te dio los horarios

—¡Ayer no pude ducharme porque el agua se va a las 8:00 pm! —lo miro hablando demasiado alto y una de sus cejas se alza —¿y me dices que no puedo comer nada hoy porque son las 8:00 de la mañana? Una hora normal —suelto una palabrota —no soy una gallina para despertar con el gallo.

—Espera —él ríe —¿tampoco te has duchado hoy? —su mirada me recorre por completo y aprieto mis dientes.

—Acabo de levantarme Santiago

—El agua se va a las seis de la mañana Gabriela —quiero que la tierra me trague y él lo sabe, solo veo su enorme y divertida sonrisa, maldito sea —vuelve a las cinco y vuelve a irse a

—¿Bromeas? —mira mis ojos

—¿Me ves riendo? —paso las manos por mi rostro varias veces

—No, no, no —pateo nuevamente la puerta de la cocina, pero solo logro sentir un intenso dolor en mi pie.

—Vístete —ordena como si nada —tus tareas comienzan ya, he esperado dos horas por ti, no me retrases más —se da la vuelta y bufo

—¿Vestirme? —él detiene sus pasos

—Trata de dejar los tacones en casa y ponte ropa larga —me mira por encima del hombro

—Hijo de…

—Las reglas son de la casa, no mía —aclara, pero su sonrisa parece decir lo contrario y luego solo se aleja, una vez más intento abrir la puerta de la cocina, pero es como una roca, ¡Dios! Apuesto que en el infierno al menos dan comida, sin mucho ánimo, con calor y deseos de darme una ducha cuando solo sé que debo esperar a que el agua llegue, con hambre y ganas de desaparecer camino hacia mi habitación, y pensar que ahora debo trabajar hace que mi sufrimiento apenas comience.

Al salir de la casa miro hacia todos lados sin ver a Santiago, suspiro sin saber a donde fue, quizás tardé mucho y me dejó, sonrío, quizás hoy ya no tenga que hacer ningún trabajo y eso es…

—Muy elegante —escuchar su voz hace que toda mi piel se erice y rápido volteo, él está mirándome de arriba hacia abajo con una ceja alzada. —Cámbiate, esa ropa no sirve —su forma de decirlo solo me cabrea.

—Visto como se me da la gana —una leve sonrisa aparece en su boca, luego niega y echa a andar, satisfecha con una victoria comienzo a caminar.

Nunca pensé que seguir a alguien sería tan difícil, Santiago camina demasiado rápido, mis pies duelen por los zapatos que traigo y no sé cuántas veces he golpeado mi cuerpo con mis manos intentando en vano espantar a los bichos, él habla y habla sin parar, menciona cosas de la tierra y trabajos que ni sabía que se hacían, sinceramente, ha hablado en vano, porque nada se ha quedado en mi mente y es claro que no nací para esto.

—No me dijiste de los mosquitos y ahora tengo puntos rojos por todo el maldito cuerpo —refunfuño bastante alto y él detiene sus pasos.

—Te dije de la ropa larga, pero claro —forma esa horrible sonrisa que ya odio —vistes como te da la gana

—Diablos —lloriqueo —necesito un baño, necesito comer algo

—Gabriela no has trabajado nada, no has hecho nada —abre sus brazos enfadado —deja de quejarte

—No me he bañado —me acerco a él —y no he comido nada

—Tampoco vas a comer si no trabajas —son sus duras sus palabras sin sentir nada y dejo caer mis hombros.

—Lo disfrutas ¿verdad? —de un solo paso Santiago acorta la poca distancia que había entre nosotros, siento la tensión en el aire y sus ojos quedan fijos en los míos.

—No sabes cuanto —expresa como si nada y luego se da la vuelta

—Bien, ¿qué debo hacer? —la pregunta sale con más miedo de lo que pretendía.

—¿Tienes hambre? —él me mira

—¿No se nota? —sonríe

—Vamos, harás tu primera tarea del día y comerás algo —mi sonrisa es grande y él comienza a caminar, lo sigo de forma rápida, ya que al fin podré comer algo porque con este sol, la caminata y sin haber comido nada siento que voy a desmayarme, eso sin contar con la voz irritante de Santiago, el cual se detiene frente a un lugar parecido a un almacén y luego de abrir la puerta entramos, siento asco cuando el olor a estiércol llega hasta mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.