Dos motivos para amarte

Capítulo 5: Lástima

Santiago

Es gracioso verla ahora, su forma de mirarme, la perplejidad en su mirada como si no entendiera una sola palabra, podría decir que casi me ablando cuando la vi pálida y sudando con claramente hambre, pero esto es lo que quería ¿no? Que ella sufriera, que decidiera irse de este lugar y no tenerla que ver nunca más. Sus ojos van de la vaca a mí de forma rápida y entonces veo que acaba de entenderme porque sus cejas se alzan y sus ojos se abren en demasía, luego niega frenéticamente.

—¿Quieres que le jale las tetas a la vaca? —chilla mirándome horrorizada y evito echarme a reír aquí mismo —no, no lo voy a hacer, ni de broma —suspiro ante su negativa.

—Es eso o limpiar el estiércol de su corral —señalo todo el suelo, veo como traga en seco, su respiración es agitada a medida que da pasos cortos hacia la vaca y luego se detiene, puedo ver el debate interno que tiene y me niego a sentir lástima.

—Muy bien —sus ojos grises buscan los míos —tampoco tiene que ser tan difícil ¿no? —sonrío y le indico donde sentarse, permanezco siempre con una mano sobre la vaca para que no haga nada que la lastime y luego Gabriela intenta ordeñarla, es imposible no reír al verla sin poder sacar una sola gota —¡joder! —me mira —te odio, te odio tanto, yo

—Compartimos el mismo sentimiento —su mandíbula se tensa y vuelve a intentarlo —con cuidado —rápido voy de su lado —vas a hacerle daño —bufo agachándome —tienes que ser más suave o no vas a sacar nada —niego con la cabeza —por Dios, te muestro o vas a hacerla sufrir —digo comenzando a hacer lo que ella debía.

—Se nota que haces esto todos los días —murmura demasiado cerca de mí y aprieto mis dientes.

—En realidad tenemos máquinas para ello —escondo mi sonrisa

—hijo de

—Tienes la boca sucia Gabriela —giro mi cabeza hacia ella y me doy cuenta de mi grave error cuando nuestros rostros quedan demasiado cerca, ella traga en seco y yo... yo —bien —carraspeo poniéndome rápido de pie —ya he sacado algo, tómala y seguiremos —ella se levanta

—Primero debo comer algo —sonrío viendo que no me ha entendido

—Ya dije tómala y seguiremos —voy hacia la puerta dejándola atrás

—¿Cómo?

—¿No tienes hambre? —la miro alzando una ceja —ya tienes leche —ríe —¿o es que acaso no te gusta la leche? —ladeo el rostro, veo como el suyo se pone rojo

—Es..esta —hasta tartamudea la pobre

—Es leche —la señalo

—¡No voy a tomar eso Santiago! —se altera y solo río

—Vas a morir de hambre porque vamos a seguir trabajando, aun tu tarea ni comienza, sígueme

—No —ella mira la leche —ni lo pienses —lloriquea viniendo hacia mí sin tomar nada —estoy en el infierno, no hay otra palabra —maldice al pasar por mi lado y sé que ahora me odia un poco más, solo río negando con la cabeza, su odio jamás va a superar el mío.

Pensé que sin comer nada Gabriela no me iba a seguir el paso y me equivoqué, lo hizo, sin quejas y en silencio, todo el tiempo pensativa y juro que durante segundos sentí un poco de lástima, lástima que se esfuma al pensar en sus palabras hacia mi hace años, ella me abandonó, lo hizo haciéndome parecer un idiota y luego se casó con un hombre rico y tuvo dos hijos con este, respiro hondo con una cerveza en mi mano mirando atento las estrellas, ver a esos niños me recuerda todo el tiempo eso y por esa simple razón los he evitado a toda costa. Al mirar hacia la casa y ver una luz encenderse en esta mi ceño se frunce, sin pensar mucho voy hacia ella.

Todos en la casa parecen estar durmiendo, pero escucho el ruido leve y camino hacia este, cuando veo la luz tenue y un bulto agachado en la puerta de la cocina mis cejas se alzan, sin pensarlo mucho enciendo la luz y ella se queda estática.

—¿Qué estás? —me callo —¿estás tratando de entrar a la cocina? —sigue de espaldas a mí —¿has visto la hora? —bufo —eso es robo

—No —rápido se gira —es hambre —sigo viéndola estupefacto —ayer no me duché, hoy tampoco —abre sus brazos —apesto Santiago y tengo hambre, no pude desayunar, un animal se comió mi almuerzo y llegué tarde al horario de la comida por lo que no he comido nada en todo el día —sus brazos caen a sus lados, sus hombros están abajo y sigo sorprendido.

—¿Y? —me mira perpleja —¿crees que eso te da derecho a robarle a Alondra?

—Solo necesito dos minutos en la cocina… —me ruega con la mirada —y un baño, por favor, sé que me odias, ¿vale? —sus ojos brillan —sé que no olvidas el pasado

—No vamos a hablar de eso ahora —mascullo ya enojado

—Y sé que las cosas que te dije lo empeoraron todo pero

—Cállate —dejo de mirarla

—Solo quería alejarte de mí —escucho su voz, pero ya no sé si miente o no —la verdad es que lo lamento, yo lo siento todo, me arrepiento de

—Es muy gracioso lo que alguien puede decir solo porque siente hambre —ella niega —sígueme.

—Santiago —no volteo y echo a andar rápido, sé que ella me sigue, sus pequeños pasos detrás de mi logro escucharlos y voy directo hacia mi casa, una bastante pequeña, un poco alejada de la casa principal, empujo la puerta al llegar y sin mirar atrás voy hacia el baño, luego me giro hacia ella.

—Ahí tienes agua —señalo una cubeta —no es mucha, pero puedes bañarte y te sacaré algo de comer —ella abre la boca —que conste que solo lo hago porque realmente apestas —soy claro sin dejarla hablar.

—No sé si darte las gracias o

—mejor cállate —espeto acercándome —escucharte es una tormenta —agrego con la mirada fija en la suya y luego solo paso por su lado y salgo de ahí mientras repito en mi cabeza una y otra vez que solo lo hago porque matarla de hambre no es mi intención aunque la única verdad es que verla sufrir duele y ahora, luego de estar consciente de ello me doy cuenta de lo débil que soy, paso con rabia y fuerza las manos por mi rostro solo deseando una cosa, que Gabriela rápido se largue del rancho con sus hijos y no tener que verla nunca más en mi vida, esa es la única forma de estar en paz y ser realmente feliz, porque pensé que este capítulo de mi vida estaba cerrado y solo la herida se ha abierto más y más, lleva apenas dos días aquí y estoy volviéndome loco, aguantar dos meses es realmente imposible.




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