Dos motivos para amarte

Capítulo 8: Perdón

Santiago

Despierto demasiado temprano esta vez, el sol aún ni siquiera sale aunque siendo sinceros apenas he podido dormir, con solo cerrar los ojos los recordaba a ellos, sus ojos, esas miradas llenas de dolor, bufo sin saber qué hacer, nunca he tenido que pedir perdón, menos a un par de críos, nunca me he relacionado con niños. Camino hacia la casa principal, pero al verlo me detengo, sonrío con mis manos en los bolsillos y cuando su mirada se topa con la mía él ríe para luego apresurar el paso.

—Al fin nos visita el niño rico —abro los brazos y este rápido me abraza.

—Joder Santiago —se queja cuando lo aprieto demasiado y entonces le suelto.

—Estás flaco, cuando Alondra te vea sufrirá —él sonríe —¿qué te trae por el rancho Carlos?

—Las vacaciones —dice simple —no necesito mucho para visitar a mi tía y a mi mejor amigo ¿verdad? —sigue sonriendo y palmea mi hombro —iré corriendo a casa a ver a tía —me guiña un ojo —luego hablamos Santiago —camina hacia la casa —ah —voltea a verme —y quiero un paseo a caballo por toda la finca —sonrío —quiero ver que tanto esta ha prosperado —él se gira y rápido camina hacia la casa, sigo mirándolo y luego niego con la cabeza, es bastante raro que haya venido sin siquiera avisar, suspiro mirando hacia el horizonte.

—¡Santiago! —rápido volteo al escuchar mi nombre y luego siento la mano que golpea mi mejilla, literalmente me quedo con la boca abierta —acepto que me ofendas —habla ahora Gabriela mientras llevo mi mano a mi mejilla —que me trates mal, que me hagas trabajar y todo lo demás ¿pero con mis hijos? —me mira horrorizada —con ellos no Santiago.

—Gabriela

—Imagina mi sorpresa cuando mi hija me habló llorando diciendo que el amigo que tenía eras tú y que no la quería —me señala tocando con rabia mi pecho —tu pasado es conmigo, no con ellos —señala hacia la casa —déjalos fuera de tu ridícula venganza —aprieto mis dientes

—Entonces diles que se alejen de mí —hablo alto mirando sus ojos sorprendidos —me recuerdan a ti Gabriela —mascullo cerca —cada vez que los veo ellos me lo recuerdan todo y joder —río —¿Adriana? ¿En serio? —hay dolor ahora en sus ojos, pero también en los míos —te dije que ese nombre —me callo

—Solo es un nombre Santiago —susurra y niego

—Es el nombre de mi madre —mi confesión la deja sin habla —y lo quería para mi hija, pero claro, tenías que también arrebatarme eso ¿no? —Gabriela se da la vuelta y camina hacia la casa, la miro estupefacto —¿eso es todo? —grito —¿me pegas y luego te largas? ¡Tenemos trabajo! —mis palabras la detienen y me mira.

—Si pudiera ya no estaría en este lugar —comenta mirando mis ojos —si pudiera estaría lejos Santiago, tampoco quiero estar cerca de ti —baja la mirada —no vuelvas a hacerle daño a mis hijos, son niños —mira de vuelta mis ojos —porque te juro que cada lágrima de ellos te las haré pagar —gruñe con rabia y luego solo va hacia la casa, bufo pateando una piedra.

Entro al despacho de Alondra luego de llamar, esta ni siquiera levanta la mirada, sigue en lo suyo y tomo asiento.

—Pensé que estarías haciendo una fiesta por Carlos —digo sin saber que más hablar.

—Carlos está paseando por el pueblo, volverá en la noche, haremos una comida —asiento, ella sigue sin mirarme —¿por qué estás en la casa aun Santiago? Hay muchas cosas que hacer

—Gabriela —al decir el nombre ella me mira —no ha salido

—Dice no sentirse bien —responde mirando mis ojos —que está enferma —me muevo incómodo en mi asiento —supongo que eso es tu culpa y también el hecho de que los gemelos sigan aún en su habitación y no hayan querido pasear conmigo —Alondra se quita las gafas —Santiago

—Me arreglaré con ellos

—Desconozco el pasado que tienes con Gabriela —comenta sin mirarme —pero con mis nietos no Santiago —agrega bastante seria —eres como mi hijo, pero por esos niños soy capaz de echarte de aquí y mandar a un auto a atropellarte —sonrío con sus palabras.

—Gabriela también me dijo cosas parecidas —ella sonríe

—A Adriana le gustan los girasoles y a Charles los caballos —son sus únicas palabras antes de volver a hacer lo que hacía y me pongo de pie sin decir nada.

Respiro hondo sin saber qué haré, apenas tengo una idea, como dije, interactuar con niños no es mi fuerte, sin preguntar ni nada empujo la puerta, rápido los veo y ellos a mí, ambos dejan de jugar al instante y siento nervios, ¡Dios! Estoy nervioso frente a unos niños que no miden ni la mitad de lo que yo lo hago.

—Dicen que para pedir perdón hay que dar flores —miro los girasoles que traigo en mis manos —porque cuando se daña a una dama hay que actuar como caballero —me acerco a ellos y luego simplemente me arrodillo intentando estar lo más a la altura posible —lo siento Adriana, fui un estúpido, un idiota

—Un cretino y un bruto —acaba la niña por mí sacándome una sonrisa, ella también sonríe y eso fue fácil, luego toma rápido los girasoles y miro a Charles.

—Quiero que conozcan a Chico —ambos me miran con curiosidad —es negro completamente y muy, muy grande.

—¿Qué es? —cuestiona el niño con interés y señalo hacia la ventana

—Míralo tú mismo —ambos corren hacia ahí y me pongo de pie, ellos quedan con la boca abierta mirando al enorme caballo y sonrío.

—¿Podemos montarlo? —la niña me mira —por favor Santiago —los ojitos que ponen encogen mi corazón y es difícil decir no.

—Solo si aceptan ser mis amigos —con la sonrisa que veo en ambos no necesito palabras, a ellos ya me los he ganado.

Toda una semana, es ese el tiempo que ha pasado desde que Carlos llegó a la finca y aún no sé por qué lo hizo, nunca se ha pasado mucho tiempo y ahora parece querer quedarse a vivir aquí, también es el tiempo que hace desde que pedí perdón a los gemelos y desde que por primera vez una mujer me pega en el rostro con su mano, suspiro de pie en la puerta de la habitación de Gabriela, toda una semana sin verla, ella no ha querido salir a trabajar, ni siquiera ha comido fuera de su habitación, según Alondra se ha sentido mal, pero sé que es eso lo que ella ha dicho, ¿en serio ya se ha rendido y no va a trabajar más? Miro mis manos y luego doy dos suaves toques en la puerta, solo espero y segundos después se abre mostrándome a una Gabriela vestida con ropa de dormir frente a mí, está más delgada y más pálida que cuando llegó y supongo que la ha pasado mal, con los gemelos fue muy fácil, pero son solo niños, ¿qué tan difícil puede ser hacer las paces con Gabriela cuando la única verdad es que una parte de mí no desea verla, pero la otra gritaba por saber si de verdad estaba enferma?




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