Gabriela
La habitación ahora parece más pequeña de lo que ya lo es y es que la tensión entre Santiago y yo es muy grande, desde que entró él no ha dicho una sola palabra y yo tampoco, quizás como yo está sumido en sus pensamientos. Su mirada luego de pasearla por toda la habitación se detiene en la cama, cama en la que hace minutos estaba, sin saber por qué, ya que no conozco sus pensamientos cuando Santiago me mira es imposible no ruborizarme un poco, ¿por qué? Han pasado años, pero siempre que me mira siento como mi corazón toma un ritmo acelerado.
—¿Viniste a hablar no? —rompo el incómodo silencio sentándome ahora en la cama —te escucho
—No has salido a trabajar
—Hablé con Alondra —soy rápida en hablar —y dije que
—¿Quien miente? —lo miro confundida —tú o ella al decir que estás enferma, para mí estás bien, te veo bien —tenso mi mandíbula.
—¿Por qué estás aquí Santiago? —él suspira
—¿La verdad? —sonríe —Alondra quiere que sigas trabajando y me mandó a pedir perdón aunque no sabe la razón —Santiago sostiene mi mirada.—he sido sincero y ahora quiero que tú lo seas al menos por una sola vez Gabriela —da un paso hacia mí —¿por qué has estado toda una semana encerrada aquí?
—Duele la forma en que me miras —soy sincera, él lo pidió y sus ojos se entrecierran —la forma en que me tratas, incluso a mis hijos
—Ya les pedí perdón
—Y por eso te recibí —sonrío dejando de mirarlo —Adriana no se cansa de hablar de su nuevo amigo que le regala girasoles todos los días y Charles ama montar a Chico —mi ceño se frunce —que por cierto, dice que es un caballo pequeño —Santiago traga en seco y luego soba su barbilla —¿qué pasa? —me pongo de pie
—Nada, ya verás a Chico —una sonrisa aparece en su boca —¿así que no has salido porque te duele mi forma? —se señala con inocencia
—Y tampoco pretendo ver cómo tu novia viene todos los días a verte Santiago —su mirada ahora cambia por completo
—¿Y eso en qué te molesta? —él da otro paso achicando mucho más la distancia —Gabriela, tú me dejaste —respiro hondo sabiendo que elegí mal mis palabras
—¿Quieres que vuelva al trabajo?
—Quiero que Alondra me deje en paz —asiente mirando mis ojos
—Entonces quiero una tregua —extiendo mi mano hacia él —una de dos meses que es el tiempo que pasaré aquí, no habrá más discusiones ni reproches, quiero que olvidemos el pasado Santiago al menos por dos meses, luego cada uno irá por su camino y podremos seguir odiándonos como lo hacemos, pero no aquí en el rancho —él mira mi mano, luego a mí, veo la duda en sus ojos, pero segundos después parece cansado y entonces toma mi mano, mala idea la mía cuando siento como toda mi piel se eriza por su toque y cuando nuestras miradas chocan podría jugar que él ha sentido lo mismo, o quizás solo veo demasiadas películas y leo demasiados libros, sea como sea Santiago es rápido en retirar su mano y dejar de mirar mis ojos.
—Te espero fuera —son sus simples palabras luego de aceptar mi oferta y dejarme a punto de un paro cardíaco, ¿qué me está pasando?
Salgo de la casa sin mucho ánimo, pero luego de estar tanto tiempo en mi habitación no se siente tan mal tomar algo de aire, respiro hondo cuando miro al cielo, no sé en donde están los gemelos, lo último que supe fue que estarían dándole de comer al tal chico, necesito ver que tan chico es porque hay cosas que aún no cuadran.
—Ya sospechaba que era cuento —escucho la voz y miro hacia adelante, frente a mí hay un hombre sonriendo y muy bien vestido.
—Carlos ¿verdad? —su sonrisa se amplía —Alondra me ha hablado de su sobrino favorito —él ríe
—También he escuchado maravillas de su nuera —él se acerca a mí —un gusto al fin conocerte en persona Gabriela —él extiende su mano —incluso Alondra quería hacerme una bienvenida y no lo ha hecho porque estabas mal —sonrío.
—Entonces hoy haremos una fiesta —muevo mi mano para aceptar el saludo, pero cuando iba a tomar la suya Santiago toma la mía, lo miro confundida.
—Hora de trabajar —expresa con seriedad —Carlos nos vemos más tarde —agrega para luego echar a andar sin soltar mi mano, camino rápido siguiéndolo.
—Me cae bien —suelta mi mano cuando me escucha —Alondra me ha hablado bien de él y parece un buen hombre, es
—Sí, tiene dinero —Santiago me mira —es un buen partido —sonríe —justo como te gustan ¿no? —mi ceño se frunce cuando lo escucho, pero él rápido camina sin darme tiempo a hablar, ¿qué ha sido eso? Abro mi boca dispuesta a quejarme, pero Santiago comienza a hablarme de tierras y sembrados a medida que camina y solo me queda hacer una cosa, fingir que le escucho.
—Y esta parte es la mejor —Santiago se detiene frente a unas tierras —¿crees que ya se pueda sembrar? —me mira y quedo como tonta mirando sus ojos.
—Es tierra así que supongo que
—¿Acaso has escuchado algo de lo que he dicho? —gruñe enfadado y no sé que es lo que tanto le molesta
—¿Crees que me interesa lo que has hablado? —soy sincera y bufa
—Por Dios Gabriela, debes aprender
—hay muchos trabajadores aquí —señalo todo el lugar que es enorme y aunque he caminado más que en toda mi vida aún no lo conozco en su totalidad —no voy a sembrar la tierra Santiago, sé que todo lo haces para molestarme, sé que a nada de esto Alondra te mandó —bufo —así que o me das las tareas que realmente debo aprender o simplemente me iré a casa y no haré nada —comienzo a caminar.
—Claro —escucho como ríe detrás de mí —rendirse es más fácil ¿no? —no le miro y tomo cualquier camino —y tú eres experta
—Y ser un imbécil es tu especialidad —grito, pero detengo mis pasos cuando el camino acaba
—¡Gabriela! Espérame maldita sea —él grita y sonrío viendo el lago enorme que hay frente a mí —debes —comienzo a quitar mi camisa —¿qué... que haces? —mi sonrisa aumenta
—Muero de calor, necesito un baño y cuando lleguemos a casa no habrá agua como siempre —quito mis zapatos sin aún mirar a Santiago