Dos motivos para amarte

Capítulo 12: Tenía miedo

Gabriela

Observo a Santiago maldecir mientras intenta una vez más hacer una llamada, no hemos dejado de caminar y ya mis pies duelen, además, es difícil ver algo a más de unos pocos metros por la lluvia, estoy segura de que saldré bastante enferma de todo esto, Santiago maldice y lanza su teléfono contra el suelo, me detengo a una distancia prudente de él que se queda bajo la lluvia pensativo y furioso, sé que ha estado intentando llamar a Magda, pero la señal ha sido muy mala, cuando le veo tomar un camino rápido le sigo, es difícil no sentirse incómoda cuando no me mira ni me habla, como si tuviera la culpa de todo. Cuando veo a pocos metros una cabaña me siento aliviada y Santiago sin decir una palabra entra en esta rápido.

—Pensé que no podía encontrar algo más pequeño que tu casa —suelto el comentario al entrar y él me mira

—Tendrás que pasar la noche aquí Gabriela —miro sus ojos —no tenemos de otra

—¿De quién es?

—Está abandonada —responde simple y solo asiento mirando todo, no hay una cama ni ningún otro mueble, suspiro sintiendo algo de frío.

—Creo que era mejor seguir caminando —sonrío

—Tienes la puerta —señala esta con seriedad borrando la sonrisa de mi rostro —puedes salir e irte, a mí ya me importa poco

—¿Qué demonios te pasa? —ahora soy yo quien se enfada —que estemos aquí no es mi culpa Santiago, quizás es la tuya que no sabes ni arreglar un auto

—Habla la única mujer en el mundo que no sabe hacer nada —masculla rabioso —no sabes lavar Gabriela, ni cocinar ni limpiar, eres peor que una niña y lo único en lo que eres buena es en estar en una cama —me señala con desprecio —porque siempre has sido una niña mimada y lo sigues siendo, hasta los gemelos tienen más madurez que tú y es una lástima que les halla tocada una madre como tú —bufa dándose la vuelta y alejándose de mí, sus palabras duelen y mis ojos se llenan de lágrimas aunque no quiero, luego miro el lugar en el que estoy y sintiendo frío solo voy hacia una esquina y me siento, me abrazo a mí misma sabiendo que él lleva razón y eso es lo peor, las lágrimas salen sin poder detenerlas y aunque nunca me he sentido una mala madre Santiago ha hecho que así me sienta, quizás es cierto y los gemelos merecen una madre mejor, son niños inteligentes y alegres, ellos son lo mejor que tengo, mi felicidad, mi razón de vivir, suspiro sabiendo que ahora deben de echarme de menos, debía leerles un cuento, siempre lo hago, cada noche y hoy no podré.

No sé qué tiempo pasa, pero dormir es imposible cuando el frío ha comenzado a atacar mi cuerpo, es imposible no estar temblando y la ropa mojada no ayuda para nada, siento los pasos, pero simplemente me quedo en la misma posición sin levantar la cabeza mirando el suelo sucio frente a mí.

—Podremos salir en cuanto salga el sol —escucho su voz —quizás ya nos estén buscando, apuesto a que Alondra lo está haciendo —hago silencio —¿quieres decir algo? —gruñe molesto —al menos, no sé, discute como siempre haces y ofende o

—Tienes razón —susurro sin mirarle —nunca necesité aprender a hacer nada —agrego con los ojos cerrados —siempre tuve quien hiciera todo por mi Santiago —respiro hondo —y tampoco he sido una buena madre, yo

—Si eso fuera cierto los niños no te quisieran como lo hacen —sus palabras me hacen mirarle —ellos te adoran Gabriela —Santiago se acerca a mí —las cosas que dije —se arrodilla frente a mí —estaba enfadado —sigue mirando mis ojos.

—Pero estás en lo cierto, no sé hacer absolutamente nada y ser madre me ha quedado grande

—Creo que no es tu culpa, tus padres te criaron así y luego —él deja de mirarme —te casaste con un hombre rico que te daba todo en las manos, en cuanto a ser madre creo que

—Me mudé hasta aquí por mis hijos —interrumpo su mala manera de querer disculparse, Santiago mira mis ojos —odio este lugar, pero sigo aquí intentando trabajar por ellos, tengo deudas que Alonso dejó, debo mucho dinero a personas peligrosas y por eso estoy aquí, quiero pagar y que mis hijos sean felices —las lágrimas una vez más se juntan en mis ojos

—¿Por qué no pedirles dinero a tus padres? —hace la pregunta que muchos se hacen —ellos

—Ellos nunca aprobaron nuestra relación —hablo bastante rápido y sin pensar —estaban en contra de nosotros, ¿recuerdas la tienda que tenías y que acabó quemada? —río con rabia —fueron ellos Santiago, mis padres —sus ojos se llenan de confusión —me prohibieron seguir con lo nuestro o arruinarían tu vida y sé de lo que son capaces, por esa razón ese día —me callo cuando él se pone de pie y hago lo mismo temblando de frío —sabía que debía dejarte, yo no quería

—Tu historia solo te hace ver cobarde —gruñe sin mirarme y las lágrimas salen

—Era joven, tenía miedo y

—¿Vas a decir ahora que me dejaste por miedo a tus padres y no por todo lo que me dijiste? —él voltea a verme —pudiste decirme simplemente que terminábamos sin ser tan cruel Gabriela —masculla mirando mis ojos y asiento

—Pero entonces no te hubieras ido, tú

—Arruinaste mi vida —niego con la cabeza

—Tenía miedo, ellos podían haberte

—Tu historia solo me ayuda un poco más a ver lo que vales —da un paso hacia mí —así que cállate, no me trago una sola de tus palabras Gabriela y —la puerta se abre antes de que él pueda terminar de hablar y aparece Alondra con algunos empleados, ella rápido viene hacia mí y me abraza, Santiago solo sale rápido de la cabaña y ahora sé que me odia un poco más, algo es seguro, no debe saber jamás la verdad sobre los gemelos.

—Los gemelos se quedaron dormidos —dice Alondra cuando entramos a la casa y camina hacia la cocina —tuve que salir en busca de ustedes por ellos —sonrío tomando asiento —dijeron que algo debía haber pasado porque siempre les lees un cuento —asiento, ella deja frente a mí un vaso con leche caliente y solo me quedo mirando este —¿en la cabaña llorabas por el frío o por Santiago? —la miro

—No quiero hablar ahora de él




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