Dos mundos

Capitulo 1 - Dos mundos

Lizzie

El avión comienza el descenso y mi estómago se contrae, como si el cuerpo supiera algo que la mente aún no quiere aceptar.

No es miedo a volar.
Es miedo a llegar.

Milán aparece en la pequeña pantalla frente a mí, pero no significa hogar, ni refugio. Solo significa distancia. Distancia del lugar donde todo se rompió. Distancia de las manos que intentaron decidir por mí. Distancia del cuerpo de mi padre tendido en el suelo, inmóvil, con los ojos abiertos como si aún quisiera decir algo.

Cierro los ojos.

No debería hacerlo.

El recuerdo no pide permiso.

Estoy en el suelo. El aire es pesado, húmedo. Hay olor a hierro, a sangre vieja. Tengo las muñecas atadas. No grito. Nunca grito. Contar respiraciones siempre me ayuda. Uno. Dos. Tres. Evalúo distancias, pasos, peso corporal. No quiero matar. No quiero cruzar ese límite. Pero si me obligan…

El movimiento es rápido. Preciso. Un cuerpo cae. Gritos. Caos.

Despierto sobresaltada.

—Señorita, ya aterrizamos.

Asiento sin mirarlo, mis manos tiemblan apenas lo suficiente para notarlo, Pero no lo suficiente para que alguien más lo vea.

Milán.

No sé cuánto tiempo podré esconderme aquí, pero sé una cosa: no pienso volver atrás.

---

El apartamento es pequeño, casi claustrofóbico. Una habitación, una cocina mínima, una ventana que da a una calle angosta, húmeda, indiferente. Perfecto, nadie pregunta y nadie se interesa.

Dejo la maleta en el suelo y apoyo la espalda contra la puerta cerrada. Respiro. El silencio pesa más que el ruido. Aquí no hay gritos, no hay órdenes, no hay nadie vigilando… o eso quiero creer.

Me miro en el espejo del baño. Ojos firmes, mandíbula tensa. No parezco una mujer huyendo. Parezco alguien que espera.

Acepté el primer trabajo que apareció. No porque fuera bueno, sino porque no exigía historia. Mesera nocturna en un bar del centro. El nombre me llamó la atención: Il Nero. Negro, oscuro, anónimo.

Me pongo el uniforme y salgo.

---

El bar es un animal vivo. Respira alcohol, humo y secretos. Las luces son bajas. Las mesas, pesadas. Los hombres hablan demasiado alto, como si necesitaran recordarse que aún tienen poder.

Camino con paso firme, no sonrío de más, no busco miradas, solo sirvo tragos. Escucho y observo. Siempre observo.

Y entonces lo siento.

No es una mirada cualquiera, no es deseo ni curiosidad. Es uba presión constante en la nuca, como una mano invisible que mide cada uno de mis movimientos.

No miro.
No le doy el gusto.

Pero mi cuerpo se tensa. El instinto no se equivoca.

---

Matteo

Ella entra al bar como si no le debiera nada a nadie.

No se mueve para agradar. No busca aprobación. Camina recta, segura, como alguien que aprendió hace tiempo a ocupar espacio sin pedir permiso.

Eso me llama la atención.

No levanta la mirada hacia mí. No no cruza miradas con nadie. No sonríe. Pero se mueve como alguien que sabe que siempre hay peligro cerca. Controlada. Precisa.

No es una mesera común, me repito más para mí.

La observo desde el fondo.

Hay personas que es mejor leer antes.

Pago la cuenta y me levanto. No porque quiera irme, sino porque quedarme demasiado tiempo sería un error. Antes de salir, vuelvo a mirarla.

Ella sigue sin verme.

Eso me inquieta más de lo que debería.

Salgo.

---

Lizzie

El peso desaparece de golpe.

No sé por qué, pero sé que quien me observaba ya no está. El ambiente se relaja apenas. Continúo trabajando.

Minutos después, todo cambia.

Las risas en la mesa lateral no son naturales. El acento no es italiano. Un hombre mayor está borracho, sudando, con la camisa mal abrochada. Rodeado. Demasiado expuesto.

La única imagen que cruza por mi cabeza es el parecido a mi padre la última noche.

No debería acercarme.

—¿Todo bien por aquí? —pregunto, manteniendo la voz estable.

Uno de ellos me mira con desprecio. Veo el bulto del arma bajo su chaqueta. El otro apoya la mano sobre la mesa, demasiado cerca del cuchillo.

—Aléjate —dice—. Esto no te incumbe.

Podría hacerlo.
Podría vivir.

Pero el hombre intenta levantarse y casi cae. Nadie lo ayuda. Nadie lo defiende.

Y algo dentro de mí se quiebra.

El empujón llega primero. Me golpeo contra la mesa. El vaso se rompe. El sonido es seco. No pierdo el equilibrio.

Me muevo.

Desarmo al primero con un giro rápido. El arma cae al suelo. El segundo intenta sacar la suya; lo inmovilizo antes de que pueda reaccionar. Uso su muñeca. Su codo. El dolor es inmediato.

Los dejo en el suelo, humillados.

El hombre tiembla. Está vivo. Eso es suficiente.

—No puede irse solo —digo, firme—. Venga conmigo.

Lo ayudo a levantarse. Su peso es mayor de lo que esperaba. Está demasiado borracho. Demasiado vulnerable.

Mientras lo saco del bar, siento que algo se ha puesto en marcha y sé, con absoluta certeza, que ya no soy invisible.

---

El aire nocturno me golpea el rostro. Llamo un taxi. Lo subo con cuidado. No me pregunta quién soy. No me agradece. Apenas puede mantenerse consciente.

Cuando la puerta se cierra, mis manos tiemblan por primera vez en la noche.

No de miedo.

De anticipación.

Porque en este mundo, nada pasa sin consecuencias, solo espero no volver a verlo, no por miedo, solo que ya tengo suficientes problemas como para añadir uno más




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.