Dos mundos, un amor

Capítulo 8: Duelo de Corazones

Decidida a enfrentar la encrucijada de los sentimientos, busqué a ambos caballeros, el conde Westwood y Alexander Waverley, para aclarar las cosas de una vez por todas. Sabía que no podía permitir que el conflicto entre ellos se intensificara, y necesitaba expresarles mi decisión con valentía y honestidad.

Los encontré en un rincón del palacio, mirándose desafiante, con la tensión palpable en el aire. Mi corazón se encogió al verlos enzarzados en este conflicto, ambos luchando por un amor que los había envuelto en un torbellino de emociones.

"Caballeros", comencé con voz firme pero suave, "debemos hablar sobre lo que ha estado sucediendo entre nosotros. Reconozco los sentimientos que han compartido conmigo, y aprecio su valentía al hacerlo. Pero también debo ser sincera con ustedes y compartir mi decisión".

El conde Westwood me miró con intensidad, su mirada reflejando una mezcla de esperanza y ansiedad. "Anne, mi corazón arde por ti, y no puedo negar lo que siento. No puedo imaginar mi vida sin ti".

Alexander Waverley tomó mi mano con gentileza, sus ojos expresando una ternura profunda. "Anne, mi amor por ti trasciende las páginas de esta novela. Eres mi luz en la oscuridad y mi inspiración en este mundo".

Me sentí abrumada por las palabras y los sentimientos de ambos caballeros.

"Lo que deben entender", dije con sinceridad, "es que esta novela tiene una trama predeterminada y debemos ceñirnos a ella. No puedo permitir que nuestros sentimientos nos desvíen de lo que está escrito. Debemos respetar la trama y nuestros deberes en esta historia".

La tensión en el aire aumentó, y ambos caballeros intercambiaron miradas desafiantes. Pero ninguno de ellos parecía dispuesto a ceder.

"¡Si tú no puedes decidirte, Anne, entonces lo haremos nosotros mismos!", exclamó el conde Westwood con un tono desafiante.

Alexander Waverley asintió con seriedad. "Es hora de que resolvamos esto de una vez por todas. Batámonos a duelo, y que el destino decida quién será el elegido".

Mi corazón se llenó de angustia y desesperación ante la idea de que ambos caballeros lucharan por mí.

"No, caballeros, no podemos permitir que esto suceda", imploré, tratando de disuadirlos. "No puedo permitir que se lastimen por mí. Debemos encontrar una solución pacífica y poner fin a este conflicto".

Pero ambos caballeros estaban decididos, y sus miradas reflejaban una determinación feroz. No había vuelta atrás; el duelo estaba por comenzar.




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