Bajo la tutela de Lord Reginald Sinclair, mi vida dio un giro inesperado. Su presencia en mi vida era una constante recordatoria de mis deberes como heredera y la importancia de mi posición como condesa de Glenworth. Sin embargo, su rigidez y determinación en encontrar un esposo adecuado para mí se interponían entre mi amor por Alexander y mis propios deseos.
Cada vez que intentaba ver a Alexander, Lord Sinclair me lo prohibía rotundamente. Sus discursos sobre la importancia de un matrimonio estratégico y la responsabilidad de asegurar el futuro de la casa de Glenworth resonaban en mis oídos como un eco persistente.
"Anne, debes entender que un matrimonio por amor puede ser un lujo que no siempre podemos permitirnos", me repetía una y otra vez. "Tu deber es encontrar un esposo que asegure la prosperidad de nuestro linaje y mantenga el legado de la familia".
A pesar de sus argumentos, mi corazón se rebelaba contra la idea de sacrificar mi amor por Alexander en aras de un matrimonio político. Sabía que mi verdadero lugar estaba junto a él, que nuestro amor era real y valía más que cualquier posición noble.
"Lord Sinclair, comprendo la importancia de mis deberes, pero también debo seguir mi corazón", le dije con determinación en una de nuestras conversaciones. "Mi amor por Alexander es sincero y profundo, y no puedo simplemente ignorarlo en busca de un matrimonio conveniente".
Lord Sinclair frunció el ceño, visiblemente molesto por mi respuesta. "Anne, debes pensar en el futuro de nuestra familia. Tu papel como condesa es mucho más que solo tus sentimientos personales. Tienes la responsabilidad de asegurar la prosperidad y el prestigio de Glenworth".
Con el paso de los días, la tensión entre Lord Sinclair y yo aumentaba. Cada conversación se convertía en una lucha de voluntades, y yo me encontraba atrapada entre mis deberes y mis pasiones.
Un día, mientras caminaba por los jardines, sumida en mis pensamientos, me encontré con Alexander. Sus ojos reflejaban el dolor y la añoranza que también sentía por nuestra separación impuesta.
"Anne, no puedo soportar estar lejos de ti", dijo con voz entrecortada. "Nuestro amor es real, y no puedo aceptar que debamos renunciar a él por deberes y títulos".
Mis ojos se llenaron de lágrimas, compartiendo su dolor. "Yo tampoco puedo renunciar a nuestro amor, Alexander. Pero Lord Sinclair insiste en que debemos seguir caminos separados".
Alexander tomó mis manos con suavidad. "Entonces luchemos por nuestro amor, Anne. No permitamos que nadie nos separe, ni siquiera las convenciones sociales".
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Editado: 03.08.2023