Un hombre desconocido, un momento límite del día. Casi noche, las luces no estaban encendidas y una sombra se aproximaba, me pesaban los brazos una sombra se aproxima. El cielo era turbio, las horas discontinuas nunca acabó el ocaso; no hubo quien fuera fuego, un alma que diera algo de brillo. Tumulto de gente adentro, más de 10 conocidos; una reunión como cualquiera no sabía cuánto tiempo era desde aquella otra. Donde solo existían personas ajenas en la mirada, los que sabía su nombre eran simples fuentes de paz.
Un hombre desconocido, quien fuese sabía su nombre. No sé por qué pero lo sabía, lo repetí varias veces en mi mente. Supe quién era cuando corría, atónito yo ante su muerte, su mortífero movimiento. Él calmado algo sonriente, con gestos de éxito en su cuadro de miedo. Pasaron dos de objetos en dos pasadizos; los únicos, donde estaba mi gente. Gente que nunca quise, gente que no recordaría. Salvo unos 10, se quebraron mis nervios. Me dio un impacto por huir. Un gran vehículo despiadado. Un paralelo para que dentro no existiera vida. Arrasaron. Como si la gente que pisaran no fuera nada, como si el móvil no tuviera dueño y no se atascara con nada. La gente parecía desaparecer. No había sangre, solo cuerpos tendidos. Una muerte casi instantánea. No mostraban dolor, pero sí miedo.
Un hombre desconocido parado en medio de los dos carriles. Me miró porque yo antes había salido. La gente despavorida que predijo, corría en desesperanza. Yo me quedé un segundo, vi una pantalla negra consumiendo mi vista. Todo era oscuro. Mis ojos estaban cansados de la oscuridad. Sólo me vi solo, encarando al tipo. Ya no había camino, no había gente todos habían corrido. Empecé correr porque tenía un destino, tenía un lugar donde esconderme. Me di la vuelta rechazando la mirada y corrí con toda mi mente aplastada y torpe. Corrí casi entre caídas y un exceso de sueño ni si quiera podía alcanzar la pista. Llegué, di la vuelta, el tipo seguía en su sitio.
Un hombre desconocido. Sólo sabía que tenía miedo de él y de su nombre. Todo en mi mente dictaba: “Este fue el causante”. Me dolían las piernas ya sin haber corrido, sin bolsas en las manos, sin haber hecho nada antes. Llegué a la pista, todo era oscurísimo, recordé que había un pequeño precipicio de arena. Crucé mi obstáculo, el hombre parecía caminar tras mí. Bajé el precipicio de tan solo unos 3 metros, me llené de arena. Fui corriendo en lucha con mis venas. Mis raíces me jalaban, la oscuridad me perdía, mi vista ciega estaba. Fui corriendo con toda mi alma a aquel lugar prometido. El tipo observaba, me seguía lentamente. Llegué con penas en mi espalda, con un recorrido sin personas, en un mundo vacío, sin calma. La oscuridad ahora carcome, cuesta ver como el mundo manda; no hay gente, ni si quiera en mi plaza.
Pronto me enteré de su existencia, alguien había abierto la puerta. Yo me quedé solo, esperando un nada. Con compañía, pero así. El tipo me dio razones, había estado esperando de cerca cuando abrieron la puerta entró. Mi compañía. Mi pequeño mundo, solo había desaparecido. La sombra enfadaba, entonaba y distraía. No podía sufrir nada. Tanta efímera tristeza, tanta lucha para nada. Más personas en muerte, más seres en nada.
Sólo hizo ello. No me hizo nada. Se fue sin dar destello. Se fue como si fuera una sombra más.