Dos razones para amarte.

Capítulo 3. Problemas ¿dónde?

 

Kristen

Estos fueron los tres días más largos de mi vida. 

Jimena se queja al entrar a la preparatoria. Ella no quiere trabajar pero sus padres la han amenazado que tiene que hacer algo por su vida, o le quitarán todos los lujos a los que está acostumbrada. 

—Yo si quiero empezar ya, entre más pronto mejor ¿no crees? Quiero llenar mi currículum. 

—Con el miserable sueldo que pagan en Louisiana— bufa —Es más probable que me haga rica siendo prepago. 

—Jimena —chisto—Si llegan a escucharte menos te darán el trabajo con esa actitud. 

Pasamos primero por enfermería a recoger los resultados. Esta es una institución seria, competente y los que estudian aquí son niños de papi y mami. 

—Buenos días, señoritas —el director se pone de pie y nos saluda con un apretón de manos —Ya tenemos los resultados de los exámenes y creo que no hay ningún problema con su papelería. El consejo estuvo de acuerdo. 

Sonrío por dentro, esas son buenas noticias.  Por dentro me sentía en la cúspide, por un momento depresivo creí que no me iban a contratar. 

—Gracias, director. 

—Por favor, ustedes pueden ver el resultado. 

Jimena abre primero el suyo y grita al descubrir que tiene el azúcar alta. 

—¡Qué vil! 

—No, no, usted puede abrir el mío por mí. No quiero descubrir que también tengo desarrollada el azúcar. 

—Búrlate más, Kristen. 

El señor director rompe el sobre y extiende la hoja, la sonrisa que pintaba en mis labios se ve opacada al ver como el rostro del director amigable y simpático pasa a uno neutro y rancio. 

Jimena me mira con la misma curiosidad que yo. 

—¿Sucede algo? — masculló temblorosa. 

—Lo siento, señorita Kristen pero no puede trabajar aquí en su estado —¿qué? —Usted está embarazada. 

—Eso no puede ser posible... no.

Jimena se burla de mí, pero no me parece para nada gracioso. ¿En dónde esta el chiste? Me quiero morir, como que embarazada. Le arrebató la hoja al director y lo veo con mis propios ojos porque de ninguna otra manera lo creeré. 

Positivo... positivo, positivo... 

 

—¡Embarazada! — papá grita en estado puro de furioso, este hombre da miedo cuando se enoja de esta manera. 

—Sí, papá. 

—¡Embarazada! —mamá solloza—¿Qué hicimos mal? 

—No es para tanto, señores, no es la primera mujer que sale embarazada sin conocer al papá. 

—¿Cómo es eso que no conoces al papá? ¡Con quién te has acostado! Kristen. 

—Ups, creo que mejor me voy. 

Jimena sale apresurada de la casa. Me correspondía a mí decirles, pero a Jimena se le salió y provocó esta calamidad. 

—¿No sabes quien es el papá? 

—No, no lo sé. No le vi el rostro, solo sé que se llama Don —sollozo—Fue en la fiesta de hace casi dos semanas. 

—Cómo pudiste rebajarte de esa manera. Siempre creí que te habíamos criado bien, que habíamos inculcado buenos valores en ti, te dimos todo, chiquilla malagradecida—levanta su mano para darme una paliza pero mamá lo detiene —No quiero que vivas más en esta casa. No quiero una sinvergüenza, quién sabe quién es el papá de este bastardo. 

—Basta, Román. Kristen ya es mayor de edad, es adulta. Ella sabe lo que hace, y no le vas a poner una mano encima a mi hija. Si no recuerdas bien tu y yo nos casamos mucho más jóvenes que ella. 

—¡Eran otros tiempos! 

—Si le pegas a Kristen, tendremos muchos problemas. 

Papá adora a mamá, así que creo que no hará nada por temor a perderla. 

Mi mamá es muy joven, me tuvo a mi cuando ni siquiera era mayor de edad, papá apenas tenía veinte años. 

—Lárgate de mi casa, Kristen. Lárgate ya mismo. 

Mi madre me señala que suba a la habitación, intentará calmarlo, sin embargo lo conozco y nada lo hará cambiar de opinión. Lo mejor es que vaya ordenando mis cosas, lo poco que he comprado con dinero que no me ha dado él. 

¿En qué momento mi vida cambió tanto?

Cinco años después. 

Otro juguete en el piso. 

No me sorprende encontrar todo tirado, parece que en esta casa se la viven pasando terremotos con un par de ojos. 

Cojo el peluche de Darío, es su consentido pero suele dejarlo en el piso porque odia poner las cosas en su lugar, todo lo contrario a su hermano gemelo Eddie. Son como dos gotas de agua, pero con un carácter como el día y la noche. 

—Darío ¿por qué no hiciste lo que te pedí? Mi vida. 

—Mamá, me duelen los pies —se hace el adolorido —A esta edad los achaques son más frecuentes. 

—¿Cuál edad? Mocoso mentiroso ¡tienes cinco años! Tienes más energía que mamá. 

—Eso no quiere decir que no me duelan los pies de jugar. 

—Voy a castigarte. 

—¿A Eddie también? — sonríe diabólico. 

—No, Eddie si me hace caso. Él ordena todos sus juguetes y no se pelea con niños en el kínder. 

—Eddie es un tonto,mamá. 

—No le digas así a tu hermano, se enojara contigo si te escucha —se levanta del piso y me ayuda a coger todos los legos de la alfombra. 

—No le cuentes —susurra—O no me prestara su carro de transformers. 

—¿En donde está el tuyo? 

Sabe que metió la pata al decir eso. Le compré el mismo carro a ambos, pero al parecer Darío ya perdió el suyo en alguna parte. 

Piensa lo que acaba de decir y sale de prisa a la otra habitación. 

Son unos latosos, pero yo quería ser mamá ¡nadie me obligó a tenerlos! Y no me arrepiento, son irritantes y me dan dolores de cabeza pero los amo. 

—Mamá —Eddie entra y me abraza—¿Cómo estás? 

—Muy bien, cielo y tú? 

—Jugando con mi carro nuevo. 

—¿Sabes en donde es el de Darío? — le digo. 

Achica los ojos pensándolo. 

—Lo vi en la cocina, sabes que deja todo regado. 

Al menos no lo dejo en otra parte, por ejemplo en donde no lo podamos encontrar. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.