Dos razones para amarte.

Capítulo 6. ¿abandonados?



Kristen

Estoy tan apenada con Dorian. Mis hijos lo sacaron de sus casillas en menos de cinco minutos, tienen ese don para molestar a las personas pero no es porque ellos quieran hacerlos sufrir. Ellos son así, un tanto libres de expresión. 

Ese hombre es muy lindo, tiene barba gruesa y una mirada tan ruidosa. No hablemos de su fornido cuerpo, he conocido muchos hombres en toda mi vida, pero jamás como ese hombre fan varonil. Mi último novio se llamaba Samuel y me puso los cuernos con su "prima" los encontré en la cama dos semanas después de que me la presentara. Por suerte entre Samuel y yo no había tanto amor, él solo buscaba acostarse conmigo, llevarme a la cama y nunca lo logró. 

—Disculpa a mi hermano, pasa de muy pocas pulgas. 

—Está bien, estamos inundando su casa. Tiene razón en estar molesto. 

—Vaya, Jack. No sabía que tenías un hermano tan sabroso ¿por qué nunca nos lo contaste? 

—Se los dije pero no me pusieron atención porque estaban hablando de lo bueno que estaba el capitán del equipo —finge una voz chillona. 

—¿Y está casado? 

—No— contesta, al parecer no le gusta hablar sobre su hermano—No lo está, pero no te preocupes que no le emociona cualquier chica. 

—Amor, no soy cualquier chica—masculla insípida —Soy la chica que todos quieren tener. 

—Todos menos Dorian y yo. 

—No hables antes del tiempo,  él no me vio pero yo si a él. 

Jime sale de la casa con intenciones de volverlo a ver, a Jack no parece gustarle esta situación, ahora siento que hemos venido a poner muy mal las cosas. 

—Don no está casado— me repite, esta vez con un tono diferente. —Digo, por si te interesa saberlo. 

—Lo acabó de escuchar que se lo has dicho a mi amiga. 

—Pero no me interesa que lo sepa ella, sino tu. 

—¿Qué quieres decir con eso? 

No entiendo. De hecho hay muchas cosas que no entiendo, mi cabeza está en tantas partes a la vez. 

—Que deberíamos comer algo ¿no tienes hambre? He preparado la cena. Hice helado para los niños. ¡Pinky y cerebro! El apodo idóneo para este par. 

Los gemelos aparecen por arte de magia. 

—¿Y Dorian? —Eddie pregunta con un interés momentáneo. 

—Fue al restaurante. ¿Te ha caído bien mi hermano? 

—Sí, me cae bien —responde. Muy pocas personas le caen bien a Eddie, es un milagro que diga eso de Dorian. —Es muy enojado, como yo. 

—¡Vaya! Tienen muchas actitudes de él, curioso. 

—Curioso es que mi mamá no esté diciendo que no podemos comer helado de chocolate a esta hora —mi amigo me mira, no proceso mucho de lo que hablan. 

—¿Estás escuchándonos? — mueve su mano frente a mi cara. —Deberías irte a dar un baño y descansar, parece que ver a mi hermano te hizo corto circuito. 

Jack dice tantas cosas raras que no comprendo. 

Sin embargo, le tomo la palabra. Dejo a los gemelos comiendo helado con él, pero a mitad del camino le grito algo. 

—¡No les des helado de chocolate, por la noche no podrán dormir! 

Espero que el helado sea de otro sabor. 

Mi situación se agrava al ver a Dorian luego de arrimarme a la ventana de la habitación que Jack me asignó. Acaba de bajar de su camioneta, tiene un caminar firme y escabroso, como si no le importara nada. 

Me produce muchas incógnitas, me cohíbe y asusta al mismo tiempo el no saber por qué esa mirada falaz me hace recordar al hombre de aquella noche. ¿Qué es lo que estoy viendo y a la vez no veo? 
 

Dorian

Tiro la puerta de mi habitación como si me debiera todos los problemas que traigo encima. Como pueden querer darme gato por liebre a mí, me conocen tan poco que me da vergüenza. Nadie puede verme la cara. Soy yo el que cuenta cuentos, no ellos. 

Con tantos problemas en el restaurante y ahora con Kristen en esta casa, parece que mi cabeza quiere explotar. Es que no la lío, una pelirroja desdeñosa e inconforme me tiene con tanta presión encima. 

Me recuesto viendo al techo, pronto caerá la noche. Cada vez estoy más loco que una cabra. Cierro los ojos para divagar en aquella noche, recuerdo la fecha y la hora con los segundos exactos, no he olvidado ningún detalle. El vestido que llevaba puesto, su antifaz, la pulsera en su mano izquierda, la tobillera, sus aretes en forma de media luna, su dulce aroma, el sonido de su voz. Lo tengo todo tan fresco como si no hubieran pasado cinco largos años. 

—¿Quieres helado de chocate? 

El mocoso me pega un susto de muerte. ¿Cuándo entró y subió a mi cama? Tiene la cara embarrada de chocolate y esta tan cerca de mí que me asusta. 

—¿Cómo entraste? 

—Por la puerta— la señala —¿No es por ahí que entran todas las personas? 

—No te dije que podías entrar, niño. 

—No pedí permiso —dice simplemente. —¿Quieres chócate? 

—No, no quiero chocolate. ¿Dónde está tu mamá? 

—Mamá se fue —masculla muy seguro, bate sus largas pestañas y no deja de verme —dijo que venía por nosotros en una semana. 

¿Se fue? ¿Piensa dejar a estos niños aquí conmigo? 

—Eso sí que no, espérame aquí. 

—Espera, quiero ir contigo —le cuesta bajarse de la cama por lo alta que es, veo mis sábanas embarradas de chocolate. 

Jack tendrá que ocuparse de todo este desastre. 

Bajo las gradas de dos en dos, cruzó hacia la cocina, no obstante me detengo a esperar que el niño baje los escalones uno por uno con tanto cuidado que me desespera. 

—¿No puedes darte prisa? 

Digo impaciente. 

—Le tengo miedo a los escalones. 

—¿Entonces por qué subiste? —digo confundido. 

—Porque quería darte helado de chocate. 

Eso me es asquerosamente tierno. Aún le faltan como diez escalones, me doy asco y pena ajena al verme regresar y cargarlo. Sus manitas son pequeñas y sus piececitos también, bien, es tierno y ya. No pienso decir más. 

—¿Dónde está la mamá de él? —señalo al que tengo en brazos y de pronto el otro asoma la cabeza al otro lado de la isla —Y de él —bufo. 




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