Ross.
Mi vida siempre ha estado dividida en tres grandes pilares: mis clases de karate, mi familia y las cosas de mi familia que no quiero que nadie sepa, así de fácil. Aunque también podría agregar a la lista uno de los acontecimientos que más me han marcado: la muerte de mi abuela.
Falleció hace exactamente dos meses y medio, que es el tiempo exacto que llevo en la casa nueva; a mi madre le dio tan duro su muerte que decidió arrendar la casa de su niñez que es en la que habíamos estado viviendo desde que papá nos dejó para irse con su otra familia y emigrar a una nueva. Simplemente un día papá tomó sus cosas y se fue sin decir nada más.
Luego partimos inmediatamente a casa de mi abuela y ella nos recibió con los brazos abiertos, sin importarle el hecho de cómo alimentaría a cuatro bocas más únicamente con la pensión que ella y el abuelo recibían, todo mientras mamá conseguía un nuevo trabajo.
Cuando ella falleció, esa misma noche mamá fue mi cuarto con los mellizos de la mano, me pidió que empacara las cosas más fundamentales, y entonces, con el estruendoso sonido de los autos y el llanto ahogado del abuelo, abandonamos la casa de nuestros más importantes recuerdos y nos fuimos sin mirar atrás, sin que le importara dejar al abuelo enfermo a su suerte.
En palabras de ella "ya me he encargado de eso Ross, deja de preocuparte y avanza".
—¿A dónde vamos? —preguntaron los mellizos al mismo tiempo mientras se restregaban los ojos y mientras Seraphina se acomodaba el cabello castaño y totalmente revuelto en una coleta mal hecha detrás de las orejas.
—Cerca —fue la vaga respuesta de mamá.
Yo saqué las manos de los bolsillos de mi sudadera, le desacomodé el cabello a Sera y luego me acomodé la maleta que cargaba para que esta no terminara cayendo al suelo.
El resto de recuerdos de ese día se los llevó el clima frío de esa horrible noche de mayo. O siendo menos cursi, fueron eliminados de raíz de mi mente por llana voluntad de parte mía.
En el momento que siento ese familiar ardor colisionando contra una de mis costillas es cuando regreso a la realidad en la que al parecer me había desaparecido por andar con toda esa porquería mental.
—¡Vamos Ross! Si dejas que te golpee de esa manera pierde el chiste —dice Otto mientras regresa a su posición inicial después de haberme golpeado en una famosa waza-ari.
Justo cuando estaba por soltar una risa mi cuerpo llega rápidamente hasta él, cuando un ippon casi perfecto hace que Otto se desplome en el suelo. Sonrío, hago un pequeño estiramiento de cuello y luego le extiendo mi mano y lo ayudo a levantarse justo en el momento que el Sensei anuncia que la clase ha terminado.
—¿Qué decías? —pregunto con mofa y él solo me pega un pequeño empujón antes de dejar caer los guantes al suelo, dirigirse a una esquina donde una botella de agua le espera y beberse todo el contenido de ésta en tiempo récord.
Yo me dirijo a mi casillero, saco de mi bolso una botella de agua luego de dejar los guantes en el lugar que acaba de abandonar mi bolsa, bebo un enorme sorbo y luego dejo la botella sellada en el bolso para dirigirme al baño.
—Espera. —grita Otto—. ¿Todo bien en casa?
Entorno los ojos y sigo en la tarea de caminar hasta el baño.
—¡Vamos hermano!, estoy intentando tener una conversación sería y usted no colabora con la causa —me toma del hombro haciendo que me detenga.
—Suélteme, necesito ir a orinar —me libero de su agarre y con un empujón apresuro los pasos poco antes de llegar al baño, me meto en uno de los cubículos y luego cierro la puerta.
Escucho un bufido en el exterior e intento contener las ganas de golpear algo. Desde que llegamos a esa nueva casa y desde que Sienna decidió dejarlo conmigo mi sentido del humor está hecho porquería, aun cuando ya han pasado más de cuatro meses desde nuestra ruptura, de una ruptura que ni siquiera supe identificar ni en el momento que la carta hubiera sido arrojada al aire.
—Definitivamente estás para no volver a aguantarte. —escucho decir a Otto antes de que el sonido del agua de una llave abierta continúe con la labor de romper ese sagrado silencio que de alguna manera y me estaba estabilizando—. Hablamos cuando deje de comportarse como un idiota despechado. La vida sigue Ross, y al paso que vas, la tuya se va a terminar estancando.
Fueron sus últimas palabras antes de que la llave se cierre y sus pasos se alejen del baño, dejándome en una encrucijada mental que estaba precisamente tratando de evitar.
En algo el idiota de Otto tiene razón, definitivamente mi vida se está estancando por culpa de Sienna, por una mujer, una, no varias que es a lo que estaba acostumbrado antes de ella.
Eso no puede pasar, tengo que poner un alto.
Después de cambiarme y guardar el uniforme decido correr hasta mi casa, a pesar de que está a casi una hora de distancia, será la mejor forma de despejar mi mente mientras el dolor del esfuerzo físico me da mejores cosas en las qué pensar.
Corro calle abajo por toda la avenida por la que pasa el alimentador desde su lugar de partida en el portal sur y no dejo de avanzar ni me detengo en ningún momento. Mi móvil suena en el bolsillo de las jeans ajustados que llevo puestos y finalmente me obligo a detenerme para revisarlo.
Elian.
"Estoy en su casa, necesito guardar mi bicicleta allí antes de irme a las clases de media integral, lo espero".
Frunzo el ceño, mando un emoji del símbolo de la paz y vuelvo a guardar el teléfono para continuar con la carrera que he iniciado.
Después de casi media hora corriendo llego a mi casa en tiempo récord, probablemente al Sensei le fascine saber que estoy en excelente forma para ir a representar a la escuela en el próximo torneo. Sí, esa idea debe gustarle.