CAPÍTULO 2: Alexter
De nuevo despierto antes de que suene el despertador. Esto se ha convertido en una rutina desde su partida. Cada mañana, antes de que el sol asome por completo, mis ojos se abren y me enfrento a ese vacío que no logro llenar. La mente me trae de vuelta aquel día, como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún estuviera allí, en ese momento que cambió todo.
Recuerdo con claridad cuando mi madre me dijo lo que había pasado. No quería creerle. "Es mentira", pensé. "Mi padre es un hombre joven, fuerte. La gente mayor es la que muere de infartos". Pero no fue mentira. Mi padre, el dueño de la textilera más importante del país, Montenegro S.A., había muerto de un ataque al corazón. Y yo no estaba allí para despedirme.
Ese fin de semana lo habíamos estado planeando desde hacía meses. Mi padre trabajaba demasiado, siempre ocupado con reuniones, viajes y decisiones importantes. Era un hombre dedicado a su empresa, pero también a su familia, aunque últimamente no compartíamos tanto tiempo juntos. Yo estaba emocionado por el viaje a la casa de la playa. Solo íbamos a ser mi madre, mi padre y yo. Él le dijo a mi madre que nos fuéramos primero, para que yo pudiera disfrutar de más días libres lejos de la escuela. Mi madre no quería, pero yo, con tal de escapar de las aulas una semana más, le insistí. Ahora, cómo me arrepiento de esa insistencia.
Fueron días sin clases, sí, pero no tan entretenidos como esperaba. Aunque hubo un día en particular que se quedó grabado en mi memoria. Una niña de cabello claro y ojos muy lindos, mucho más pequeña que yo, jugaba en la orilla del mar. Me pareció tierna la forma en que corría de las olas, riendo sin preocupaciones. Quise acercarme a decirle que la orilla no era peligrosa, que podía jugar sin miedo, pero en ese momento mi madre me llamó para almorzar. No tuve ni la oportunidad de decirle "hola".
La mañana de ese día, mi padre llamó para decirle a mi madre que, después de una reunión con sus socios, se iría directo a la casa con nosotros. "¿Necesitan algo?", preguntó. Mi madre, con esa voz dulce que solo usaba con él, respondió: "Sí, solo a ti". Se amaban mucho, y eso siempre fue evidente.
Pero él nunca llegó. Pasadas las seis de la tarde, un oficial llamó a la puerta de la casa. Mi madre abrió, y cuando volteó a verme, sus ojos estaban llenos de lágrimas. No supe qué hacer o decir. No entendía lo que estaba pasando. Ella se agachó y me abrazó con fuerza, como si intentara protegerme de una realidad que ya no podía cambiar.
—Cariño, tu padre… tuvo un ataque al corazón —dijo, sin mirarme a los ojos. Solo me abrazaba, como si ese gesto pudiera borrar el dolor.
Me solté de su agarre y salí corriendo de la casa. Corrí sin rumbo, sin pensar, hasta que el aire faltó en mis pulmones y mis piernas ya no pudieron más. Era pasada las seis y media, y el sol comenzaba a esconderse. Me detuve en algún lugar de la playa, con el pecho ardiendo y las lágrimas cayendo sin control.
—¿Por qué lloras? —escuché una voz suave a mi lado.
—¿Y a ti qué te importa? —respondí sin voltearme, tratando de ocultar mi rostro.
—Es que nunca había visto a un niño llorar —dijo la voz, con una inocencia que me hizo mirarla. Era una niña, la misma que había visto días antes jugando en la playa. Sus ojos claros me observaban con curiosidad—. Mi amigo Paúl dice que los niños no deben llorar, que eso es para niñas. Pero mi papá dice que las lágrimas nos ayudan a limpiar el corazón y demuestran amor. Porque se puede llorar de tristeza, pero también de felicidad. Y en cualquiera de los dos casos, un abrazo siempre ayuda. ¿Quieres uno?
Antes de que pudiera responder, un grito interrumpió el momento. —¡Mel! —llamó una voz a lo lejos. La niña, Mel, volteó y se fue corriendo, dejándome solo de nuevo. Poco después, mi madre me encontró. El resto de esa tarde es borroso en mi memoria, como si mi mente hubiera decidido protegerme de los detalles más dolorosos.
Años después, terminé la carrera de Administración de Empresas y tomé las riendas de la empresa de mi padre. A Gale, mi tío y director de la compañía en ese momento, no le gustó la idea. Bajo su dirección, Montenegro S.A. estaba al borde de la ruina. Pero gracias a mi esfuerzo y dedicación, en solo tres años logramos recuperarnos. No fue fácil, pero mi padre me enseñó que el trabajo duro y la inteligencia siempre dan frutos.
Ahora, debo ponerme en marcha. Hoy llegan las nuevas asesoras publicitarias, y más le vale a Lucas que sean tan eficientes como dijo. Lidiar con recién graduados no es mi favorito; suelen ser impuntuales y más interesados en las fiestas que en el trabajo. Pero, como siempre, estoy dispuesto a darles una oportunidad. Después de todo, mi padre siempre creyó en las segundas oportunidades
Nota:¿les esta gustando?No olviden comentar,los estare leyendo😊