CAPÍTULO 3: Melissa
Llegamos con solo un minuto de margen antes de la hora acordada. Saqué mi teléfono y marqué a Lucas, tratando de disimular el nerviosismo que sentía por llegar tan justas.
—Hola, buenos días. ¿Ya llegó tu jefe? —pregunté, intentando sonar tranquila.
—No ha entrado todavía, pero no me extrañaría que esté en la puerta o subiendo por el ascensor —respondió Lucas con su tono habitual de voz, serio pero amigable—. Llevo un año trabajando con él, y te puedo asegurar que solo una vez llegó tarde, y fue algo muy extraño. Siempre entra por esa puerta a las siete en punto, ni un minuto más ni uno menos.
—En ese caso, Pau y yo ya vamos entrando —dije, mientras intercambiaba una mirada cómplice con mi amiga—. Adivina qué te trajimos… Un café.
—¿No me digas que es de donde Don Jerónimo? —respondió Lucas, con un entusiasmo que casi se podía sentir a través del teléfono.
—¿Tú qué crees? —le contesté, riendo.
—Por eso es que llegan justo en la raya —dijo él, con una carcajada.
—Pues no, llegamos tarde porque me quedé dormida —me reí, sintiendo que el nerviosismo se disipaba un poco—. Y el café se lo debemos a Pau, que gentilmente pasó por él mientras yo me arreglaba. Dale, te dejo, nos vemos en un rato.
El edificio era uno de esos lugares que combinan lo antiguo con lo moderno. La fachada tenía un aire vintage, como si hubiera resistido el paso del tiempo con dignidad, pero el interior era completamente moderno. La decoración era impresionante: luces tenues, muebles de diseño y detalles minimalistas que hacían que todo se viera elegante y profesional. Nos dirigimos a la recepcionista, una chica amable que nos indicó los dos pisos donde se encontraban las oficinas de Montenegro S.A. Con esa información, nos encaminamos hacia el ascensor.
Justo cuando las puertas del ascensor estaban a punto de cerrarse, un chico muy bien vestido nos hizo señas para que lo esperáramos. Pau y yo intercambiamos una mirada rápida, pero no dijimos nada. Aunque no hablamos, sabía que ambas estábamos pensando lo mismo: ese chico no solo era atractivo, sino que irradiaba una confianza que resultaba imposible ignorar. Nos indicó un piso más arriba del nuestro y, al llegar, nos despedimos con una sonrisa cordial, nada de coqueteos, solo educación.
—Espero seguir encontrándonos con él —dijo Pau, siempre tan directa—. Es muy lindo.
—Pau, vinimos a trabajar, no a buscar citas —la reprendí, aunque en el fondo no podía negar que tenía razón. No estaba nada mal.
Al llegar a nuestro piso, nos encontramos con Lucas, quien nos recibió con una sonrisa de alivio al ver los cafés en nuestras manos.
—Hola, Lucas. Aquí tienes tu café —dijo Pau, entregándole el vaso.
—Gracias, chicas. No saben cómo me hace falta un buen café en las mañanas —dijo Lucas, sonriendo como un niño que recibe un dulce—. Tengo que estar aquí antes de que el Sr. Montenegro llegue a la oficina, y no me da tiempo de buscar mi café en Don Jerónimo. Él abre después de que yo llego aquí, y el café de la oficina no es nada bueno.
—¿Y el ogro viejo amargado ya llegó? —pregunté, sin darme cuenta de que Lucas me hacía señas con los ojos para que me callara.
—Buenos días, González —escuché una voz firme y autoritaria detrás de mí. Me di la vuelta y allí estaba él: el Sr. Montenegro. El mismo chico que había subido con nosotras en el ascensor—. Llévame el balance del mes pasado y avísame cuando lleguen las de publicidad. Ah, y deja de estar ligando en la oficina. Aquí se viene a trabajar.
Lucas tragó saliva y me lanzó una mirada de reproche antes de presentarnos.
—Sr. Montenegro, ellas son las chicas que le recomendé. Ella es Paula Olimpo y Melissa Villanueva —dijo, señalándonos una por una.
—Un placer conocerlas —dijo el Sr. Montenegro, con un tono que no dejaba claro si realmente lo era—. González, póngalas al día y luego las anuncia en mi oficina.
Con eso, entró en su oficina, dejándonos a los tres mirándonos con una mezcla de sorpresa y temor.
—¿Cómo es posible que el muchacho del ascensor sea el jefe? —preguntó Pau, todavía impactada.
—Lucas, nunca nos dijiste que tu jefe era joven —dije, tratando de mantener la calma—. Yo me imaginaba a un viejo de cincuenta o sesenta, no a alguien tan joven.
—En primer lugar, vamos a darles el recorrido por las oficinas —dijo Lucas, ignorando nuestros comentarios—. La textilera se maneja desde aquí, pero los galpones están en la zona industrial…
Mientras Lucas seguía hablando de lo importante que era haber entrado en una empresa tan prestigiosa, yo apenas podía concentrarme. ¿Cuándo se había vuelto tan aburrido? Traté de prestar atención, pero mi mente seguía divagando, preguntándome cómo iba a sobrevivir en un lugar donde el jefe era tan… intenso.
Después de mostrarnos los dos pisos y presentarnos con varios compañeros, regresamos al escritorio de Lucas. Tomó el teléfono y marcó el número de su jefe.
—Sr. Montenegro, las Srtas. Olimpo y Villanueva ya están al tanto del funcionamiento de las oficinas. ¿Desea que las haga pasar? —dijo, con una formalidad que nos hizo contener la risa.
Colgó y nos hizo señas para que entráramos. Al cruzar la puerta, el Sr. Montenegro estaba hablando por su teléfono celular. Nos señaló las butacas frente a su escritorio, y nos sentamos, esperando que fuera él quien iniciara la conversación.
—Seré lo más breve con ustedes —comenzó, con un tono que no dejaba lugar a dudas de que era el jefe—. Siempre y cuando cumplan con las reglas de convivencia y las laborales, no tendremos problemas. No me gusta la impuntualidad, ni a la hora de la entrada ni a la hora de la entrega de los trabajos. Tampoco me gustan las faltas de respeto. Para que tengamos un buen ambiente laboral, hay que mantener el respeto. Nada de juegos de palabras y mucho menos apodos.
Estaba segura de que lo de los apodos lo dijo por mí. Apuesto a que me oyó hace un rato. Continuó hablando, explicando las normas de la empresa con una precisión militar.