CAPÍTULO 6: Melissa
Esa misma noche, como dijo Pau, su hermano Paúl vino a recogernos a la hora de la salida. Mientras él conducía y hablaban de todo, yo no podía dejar de pensar en lo educado que era el Sr. Montenegro, en contraste con su odiosa y mal educada novia. Era como si él fuera una persona completamente distinta a ella. Me preguntaba cómo alguien como él podía estar con alguien como ella.
—¿Estás de acuerdo, Mel? —preguntó Paúl, sacándome de mis pensamientos.
—Ah, ¿qué? ¿De qué hablan? —pregunté, dándome cuenta de que no había estado prestando atención.
—¿Que si estás de acuerdo en que después de cenar vayamos un rato al Redmoon? —preguntó Lucas, con una sonrisa que delataba que ya sabía la respuesta.
—Claro, ¿por qué no? —respondí, tratando de sonar entusiasmada.
—Mel, mañana tenemos que trabajar —dijo Pau, siempre siendo la voz de la razón. Era igual cuando estábamos en el bachillerato: mientras Lucas y yo nos distraíamos, ella era la que decía: "Primero hacemos el trabajo y luego nos divertimos".
—Pau, ya las propuestas están casi listas. Además, tenemos tiempo que no disfrutamos los cuatro —argumenté, tratando de convencerla.
—Con que nos regresemos temprano, tenemos —dijo Paúl, tratando de apoyarme—. Además, somos tres contra uno.
Con eso último, se dio por cerrado el tema. Después de pasar por unas hamburguesas, papitas y refrescos, nos dirigimos al Redmoon. Bailamos, bebimos, con conciencia, claro, y hablamos de cómo nos estaba yendo en nuestros trabajos. Me sorprendió saber que Paúl estaba solicitando un préstamo para montar su propio taller. Me alegré por él; siempre había sido muy talentoso con los autos, y era bueno ver que estaba siguiendo su pasión.
Pasada la medianoche, me dejaron en la puerta de mi casa. Entré, me dispuse a tomar un baño y, luego de asearme, caí rendida en la cama.
¿Por qué lloras?
¿Y a ti qué te importa? —dice sin verme a la cara.
Es que nunca había visto a un niño llorar. Mi amigo Paúl dice que los niños no deben llorar, que eso es para niñas.
¡Mel! —me llama papá, y yo corro porque sé que no le gusta que me acerque a la orilla cuando ya ha oscurecido.
Desperté sobresaltada. No era el mismo sueño de siempre, pero sabía que era el mismo muchacho con el que había soñado los últimos años. Aunque nunca le había visto el rostro, estaba convencida de que era él. Algo en ese sueño me dejaba con una sensación de vacío, como si algo me faltara.
Quería seguir durmiendo, pero al ver la hora me di cuenta de que era demasiado temprano. Decidí que hoy sería yo quien compraría los cafés. Le escribí a Pau y a Lucas para avisarles.
¿Te caíste de la cama? —escribió Pau, seguramente con sarcasmo.
Ignoré su comentario y me dispuse a alistarme. Al terminar, le escribí nuevamente a Paula.
Me iré yo adelante. No hace falta que me vengas a buscar. Nos vemos en la oficina.
La verdad es que me levanté algo triste. Ese sueño siempre tenía ese efecto en mí, y ni siquiera sabía por qué. Era como si algo me faltara, como si hubiera una parte de mí que no encajaba del todo. Tal vez era solo el cansancio, o tal vez era algo más profundo. No lo sabía, pero lo que sí sabía era que no podía dejar que eso afectara mi día. Tenía un trabajo que hacer, y no podía permitirme distracciones.